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Extrañas Perspectivas

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 20/05/2009

Repasando “1602”, uno puede darse cuenta de algunos aspectos que van más allá de la propia trama de la serie. Concebida como una suerte de lujoso “What if?”, la cosa tenía su morbo por ver a Neil Gaiman trabajar con los principales personajes de Marvel. Ambientada a inicios del siglo XVII, “1602” planteaba como podrían haber sido Spiderman y compañía de haber sido creados como hijos de la tradición narrativa británica de aquella época (por la que el guionista siente una querencia especial), aunque manteniendo intacta su personalidad característica.

La cosa funcionó tan bien que la mini-serie dio pie a su propio sub-universo (con secuelas como “El Nuevo Mundo” o “Los 4 del Fantastick”) a cargo de otros autores que ampliaban el juego de correspondencias propuesto por el autor de “Orquídea Negra” entre el universo Marvel tradicional y su versión de hace 400 años. No obstante, y pese a los cambios operados en los personajes, llama la atención que uno en concreto apenas los sufriese: el Doctor Extraño.

Inspirándose en John Dee -el astrologo de la corte de Isabel I de Inglaterra- a la hora de concebir su posición en la trama, lo cierto es que da la sensación de que Gaiman no se ha roto excesivamente la cabeza a la hora de versionar al personaje más allá del vestuario. Es como si certificase que está bien como está para sus fines. Y no sólo por cuestiones de ambientación. Mientras la trama discurre, en la cabeza del lector que conozca medianamente a guionista y personaje no deja de aparecer la idea de que ambos parecen estar hechos el uno para el otro.

Creado por Stan Lee y Steve Ditko, el Doctor Extraño se desmarcaba del género superheroico reinante para ahondar en la fantasía de los mitos y leyendas a través de la figura del Hechicero Supremo y su característica verborrea mágica en verso. Dioses, demonios y criaturas fantásticas han poblado la mayoría de la trayectoria de un personaje tan interesante como desigual en términos editoriales.
Fantasía, mitología, religión, parlamentos de tono literario... son algunos los elementos que caracterizan las historias del autor británico y que tendrían en este personaje a su mejor receptor. Si uno reflexiona y los viajes oníricos de “The Sandman” no recuerdan a los saltos dimensionales de Extraño o el villano Pesadilla no trae a la memoria a Morfeo de los Eternos –con quien comparte naturaleza y aspecto pero no carácter depresivo-, la explicación reside en que se desconoce al guionista y/o personaje y por ello no se es consciente de los apetitosos frutos que dicha unión puede, debe, dar de sí.

Por desgracia, la geometría dice que las líneas paralelas nunca se cruzan. Gaiman actualmente está más interesado en otros campos como la novela y el cine y Extraño, salvando algún que otro afortunado proyecto ocasional (la esplendida miniserie “El Juramento”), parece resignado a la segunda fila sin que los guionistas sepan sacarle mayor partido que el de servir de “deux ex machina”. Por ello “1602” deja un sabor agridulce más allá de su discutible final: el de saber que es aperitivo a un plato que no tiene visos de llegar.

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