Porque más no siempre es mejor
Para un aficionado a la temática de este blog, la celebración de un salón del cómic, como el que empieza a arrancar motores en Barcelona, es un evento a señalar en el calendario. Divertirse con otros afines a sus filias, participar en actividades, bucear en busca de esos números atrasados que se resisten a aparecer o encontrar gangas de merchandising son algunas de las posibilidades. Pero sin duda, el encuentro con los autores, acompañado de una charla, una firma y -si se tiene suerte- algún dibujo original, es el principal aliciente que mueve al aficionado a acudir a dichas citas, obligándole en ocasiones a cruzar la geografía nacional e incluso la internacional. Que irónico que sea precisamente en este apartado donde la mayoría de salones del cómic fracasa miserablemente.
Por una parte, sería de necios no reconocer que buena parte de los problemas que surgen con los autores provienen de los autores mismos y sus caprichos. En el recuerdo de todos estarán sin duda casos como el de aquel Salón de Barcelona al que acudió un Simon Bisley que demostró que su integridad personal no está a la altura de la artística. Pedirle una dedicatoria –y eso cuando estaba localizable- se convirtió prácticamente en un deporte de riesgo para el infeliz aficionado que no podía evitar recordar, aunque con menos gracia, aquel especial de Lobo sobre salones del comic donde el último czarniano era confundido con el dibujante por los organizadores de la Comic-Con de San Diego con desastrosos resultados. Cito este como ejemplo más visible, aunque quien sabe con qué cosas han tenido que lidiar organizadores en referencia a autores y editoriales y que no han llegado a oídos del público.
Pese a ello, y teniendo en cuenta el pesado y minucioso trabajo que conlleva contactar, negociar y organizar la estancia de un autor, se pensaría que llegado el momento todo estará controlado y planificado para ir como la seda, para que todo aquel que tenga un poco de paciencia no se marche sin la firma de su autor favorito. La realidad, por desgracia, demuestra que no es así. El seguidor ha tenido que acostumbrarse a que a los siempre disculpables imprevistos de última hora se sumen una mala coordinación y la desidia de un personal organizador -aficionado asimismo en muchos casos- que terminan por minar la moral del asistente. Conferencias abiertas que no permiten preguntas a los espectadores, sesiones de firmas que no cumplen los horarios previstos de manera casi sistemática y situaciones vergonzosas como permitir que un “elemento” -llamémoslo así- acapare a un autor para que le firme dos docenas de copias de un mismo comic mientras una larguísima cola espera para recibir una firma o simplemente un apretón de manos con el artista que no llegará (aquellos que como servidor se quedasen sin poder conocer a Mark Buckingham cuando hace un par de años visitó el Expocómic de Madrid saben exactamente de que estoy hablando). Por ello, y aún a riesgo de que me acusen de barrer para casa como asturiano que soy, afirmo que en lo referente a la geografía nacional sin duda las Jornadas del Cómic de Avilés le ganan por la mano al resto. La infraestructura y los medios son casi de chiste en comparación con eventos como los de Barcelona o Madrid, las actividades son escasas (aunque las pocas que hay, como el partido de futbol autores-aficionados, son impagables) y los puestos de venta prácticamente inexistentes pero este evento, como ningún otro, logra que la conexión aficionado-autor sea excelente: el que acude tiene la posibilidad de charlar distendidamente con los artistas, conseguir una firma y/o dibujito de todos y cada uno de los invitados sin problemas e incluso tomarse un par de copas en la barra del bar con ellos. Su gran selección de invitados, unida al boca a boca entre los propios profesionales han creado una formula irrepetible que no depende de grandes medios o estrategias para funcionar y mejorar año a año. Basta decir que, salvo causas de fuerza mayor, el que va una vez siempre vuelve. Por algo será.
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