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El Joker: Morir de risa Comic Digital
REVISTA ESPECIALIZADA EN CÓMIC
"Bajo el traje... bajo la piel... soy un animal. Y no se puede confiar en mí." Lobezno / Lobezno Origen #5
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El Joker: Morir de risa

Vida y milagros del comodín de la baraja

Un artículo de Elisa G. McCausland - Introducido el 29/06/2009
Los malos tienen tirón. Como bien apuntaba Mr. Glass en El Protegido de M. Night Shyamalan, al héroe lo define, le da forma, lo completa su contrapartida oscura. Es una constante en el cómic de superhéroes. El espejo en el que mirarse, las dos caras de la moneda. El bien contra el mal. Pero, cuando el héroe gasta una moral ambigua, como es el caso del Caballero Oscuro, el némesis no se corresponde con el negativo de la imagen, sino que adopta la forma del caos absoluto.

Ésa es la tendencia del Joker en los últimos tiempos– una tendencia hiperrealista y extrema legitimada por la última película de Christopher Nolan sobre Batman, El Caballero Oscuro -. Pero el Joker no siempre fue un maníaco homicida. En los tiempos del Comics Code, allá por los cincuenta, gastaba bromas pesadas y sonreía amablemente, mientras robaba joyerías y otros comercios menores. Esta cara más amable, menos siniestra, es la que unas cuantas generaciones recuerdan, en gran medida, por la serie de televisión de los sesenta. Este delirio pop, protagonizado por Adam West, contaba con un Joker histriónico y guasón interpretado por César Romero, un actor de Broadway que simultaneaba su trabajo en la serie con papeles en el cine y el teatro de la época.

Así pues, hubo un tiempo en el que el Joker era más una parodia de sus orígenes que una encarnación de las fuerzas del caos. Comenzó como genio criminal con apariencia de payaso. Bob Kane y Bill Finger se inspiraron en la película El Hombre que Ríe - versión cinematográfica de la novela de Victor Hugo del mismo nombre - para darle vida. Después vendrían las dos décadas de letargo hasta llegar a los setenta y a esa resurrección del realismo más sucio que traería de vuelta al siniestro psicópata homicida que los tiempos demandan, un realismo que desarrolló, ya en los ochenta, Frank Miller, la armada inglesa y demás renovadores del género superheroico.
Los guionistas Alan Moore, Grant Morrison y Paul Dini fueron los principales responsables de la redefinición de este personaje. En estos mismos tiempos, ya a finales de los ochenta y principios de los noventa, se gestaría uno de los posibles orígenes del Joker, se invitaría al bueno de Batman a pasar un día en el Asilo Arkham y de los mundos paralelos de la animación surgiría una pareja para el villano del pelo verde, un rubio arlequín para el comodín.

Extraño sentido del humor


Los oscuros ochenta dieron a luz obras como El Regreso del Señor de la Noche o Batman: Año Uno, títulos que buscaban redefinir al superhéroe - en este caso a Batman – para enmarcarlo en un espacio sólo apto para mayores. Movido por este afán reconstructivo (¿destructivo?), Alan Moore sorprendió a propios y extraños en 1988 con La broma asesina, un cómic síntoma de una época donde tanto Moore como su dibujante, Brian Bolland, se molestaron en construirle un origen, una coartada, una excusa freudiana a un Joker despiadado, perverso y fetichista, ansioso de pasar al siguiente nivel.

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