El Joker: Morir de risa Vida y milagros del comodín de la baraja
Conocida por ser la obra en la que el Joker deja a Bárbara Gordon en silla de ruedas, este cómic es eso, pero también es una trampa bien urdida, porque el monstruo fue un hombre alguna vez, porque Alan Moore engaña al respetable dándole una golosina argumental para después arrebatársela justo al final.“No tenemos por qué matarnos”, le dice, ingenuamente, Batman al Joker, antes de proponerle su ayuda para rehabilitarse. El genio del mal, arrodillado en el barro, sonríe. Ese es la gran broma de esta historia. El Joker le responde, como no puede ser de otra forma, con un chiste, una última bofetada que arranca una carcajada al héroe encapuchado antes de que este agarre por el cuello al villano y el plano se diluya en los charcos de lluvia.
¿Quién es más loco? ¿El loco o el loco que sigue al loco?
“El Joker es un caso especial. Algunos le creemos más allá de un posible tratamiento. Ni siquiera estamos seguros de que se le pueda definir como loco. Su última afirmación es que está poseído por el Baron Ghede, el loa de la religión vudú. Empezamos a pensar que es un desorden neurológico, similar al Síndrome de Tourette. Es muy posible que nos encontremos ante una especie de supercordura. Una brillante modificación de la percepción humana, más acorde con la vida urbana de finales del siglo XX. (…)
“Al contrario que usted o yo, el Joker no parece tener control sobre la información sensorial que recibe del mundo exterior. Sólo puede enfrentarse a ese caótico aluvión de información dejándose llevar. Por eso hay días que es un payaso travieso, otros en que es un asesino psicópata. No tiene una verdadera personalidad. Se crea a sí mismo día a día. Se ve como el señor del desorden y ve el mundo como un teatro del absurdo.”
(Ruth Adams, psicoterapeuta del Arkham Asylum)
Grant Morrsion parece estar acostumbrado a reconstruir mitos. Pocos se dieron cuenta, pero en Arkham Asylum (1989) lo que proponía este guionista visionario era mucho más que una trampa para Batman. Si Moore nos contó unos orígenes que definían al psicópata, Morrison con la inestimable ayuda de los poderosos y saturados pinceles de Dave McKean, se encargó de sembrar la duda. Una encarnación del dios Pan, un psicópata homicida o el resultado de todos los supuestos posmodernos recluido en un manicomio. El némesis invita al héroe a pasar un día en la casa de los locos, un lugar que el Joker le insta a llamar “hogar”. Cara y cruz, como la doble identidad de dos caras, en un lugar de pesadilla. ¿Alicia, al despertar, ha cambiado? Algo parecido habría que preguntarle a Batman. No hay lugar como el hogar.
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