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Transformers: La Venganza de los Caídos Comic Digital
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"Lo esencial en un cómic sucede entre las viñetas" Zeina Abirached (Escritora de El Juego de las Golondrinas)
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Transformers: La Venganza de los Caídos

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Un artículo de Diego Salgado - Introducido el 26/06/2009

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En mayor medida aun que las cintas previas de Michael Bay, 'La Venganza de los Caídos' es, apenas estrenada, un dinosaurio condenado a la extinción.
Se especula con que la próxima película de Michael Bay, quien abriría así un breve paréntesis creativo entre Transformers 2: La Venganza de los Caídos y Transformers 3, será una comedia violenta “a lo Pulp Fiction” titulada Pain \& Gain. Y muchos seguidores del realizador de Armageddon, La Roca y Transformers han expresado su desconcierto ante la idea de que Bay cambie su megalomaniaco registro habitual por otro más cotidiano.

Sin embargo, atendiendo a los contenidos de Pain & Gain, para más señas basada en hechos reales, no cuesta comprender que se trata de una propuesta con la que Bay ha de sentirse muy identificado, hasta el punto de poder interpretarse como una metáfora de toda su carrera: la historia del film gira en torno a un grupo de culturistas que abusan enloquecidamente de los esteroides y se entregan a los crímenes más abyectos para sufragarse coches de lujo, ropa de marca y strippers. ¿Y qué es el cine de Bay sino una representación modélica de esa “cultura del exceso” hoy en cuestión que transforma las películas en objetos monstruosos y las manifestaciones de la ficción en simulacros mercantiles? ¿Qué son sus imágenes, forjadas en el ámbito de los vídeos musicales y la publicidad, sino odas hipertróficas al consumo de sí mismas por parte del espectador?

En este sentido, Transformers y sus continuaciones le han caído a Bay del cielo. Ya no necesita escudarse en argumentos propios del fantástico (Armageddon, La Isla), de la épica histórica (Pearl Harbor), del thriller (Bad Boys I y II) o de la aventura (La Roca). Enfrentar a los juguetes de Hasbro en la pantalla le permite por fin abdicar de cualquier asomo de narrativa o dramaturgia, de orden o concierto cinematográficos: las dos películas sobre los Transformers estrenadas hasta la fecha conforman, simplemente, una desmesurada reedición de los juegos caprichosos, onanistas y autocomplacientes de un niño encerrado en su cuarto con los muñecos de los Autobots y los Decepticons. Juegos sin más posible final que el provocado por el agotamiento, y cuyo autismo ha difuminado en el entretanto las fronteras entre el ser humano y las cosas en que se proyecta, entre lo natural y lo artificial. “Se ha producido el fin de las categorías animado/inanimado, animal/humano, etc, a favor de un ‘cuerpo extremo’, una sensación de ‘cosa’ en continuo estado de trance [como los robots de estas ficciones], materia básica de una estética del límite” (Mario Perniola).

En este contexto, es perfectamente comprensible que Transformers: La Venganza de los Caídos sea poco más que un remake de Transformers, bien que corregido y aumentado hasta el extremo. No en lo tocante a lo que sucede, a la dirección que toman los acontecimientos, algo que no le importa a nadie; sino en lo relativo a su efecto sensorial sobre el espectador, emplazado a disfrutar en un reiterativo y estéril (no) lugar de un espectáculo bigger stronger faster —título de un reciente documental sobre los estragos causados por el culturismo perfectamente aplicable a La Venganza de los Caídos— que le pueda excitar como al niño la enésima pelea con sus juguetes, o a nuestro amante una nueva y más retorcida práctica sexual. La imagen real y el sonido ambiente son devorados por una orgía de efectos digitales y de aldabonazos sónicos. Los actores no están dirigidos, pero en cualquier caso sus pésimas interpretaciones palidecen frente a la expresividad virtual del metal mutable. Los diálogos son tan pragmáticos y obtusos que la película es muda pese a ser sonora…

Pero las dos horas y media de metraje no dejan más huella que la de sus primeros minutos, cuando el momentáneo asombro ante la brillantez audiovisual todavía no ha dado paso al hastío. Y he aquí la debilidad de Transformers: La Venganza de los Caídos. No se trata de una pésima película por renegar de todo aquello que se ha considerado cine hasta la fecha. Sino por revelarse impotente para articular los atrevimientos que propugna, deviniendo en la práctica un producto torpe y fatigoso. Como si Michael Bay hubiese desaprovechado inconscientemente lo que tenía entre manos, o hubiera sido incapaz (una vez más) de concretarlo como cineasta.

Vuelve a ser pertinente la comparación de su obra con el culturismo. Porque de todos es sabido que el ejercicio que hace un culturista, por mucho que le hinche y le modele, no garantiza que pueda correr cien metros o subir dos tramos de escaleras sin ahogarse. El culturista, como las películas de Bay, cincela su musculatura sin otro propósito que el de deslumbrar a quien mira, pero sin que tanta fibra represente para sí mismo garantía alguna de lozanía o vitalidad. De manera que, aunque algunos críticos se atrevan a calificar el cine de Bay como vanguardista, es todo lo contrario: nos hallamos ante un estilo tan atrapado por su gigantismo y su sobrepeso como pudiera estarlo un Tiranosaurio Rex en arenas movedizas. En mayor medida incluso que las cintas previas de Bay, Transformers: La Venganza de los Caídos es, apenas estrenada, una criatura prehistórica condenada a la extinción.

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