Placeres culpables definitivos
Tras meses de anuncios, adelantos y destripes argumentales varios por parte de quienes siguen la edición USA, llega a nuestro país “Ultimatum”, el crossover definitivo del universo Marvel definitivo con el que la línea Ultimate sufre un punto y aparte. Un proyecto dotado de una fama entre los fans que sintetiza el criterio de una parte muy particular de los lectores.
Resulta adecuado que la publicación de “Ultimatum” tenga lugar casi al mismo tiempo que el estreno en cines de “2012” (Idem, Roland Emmerich, 2009). Ambos proyectos coinciden -mas allá de ilustrar la destrucción de desastres naturales varios- en su planificación al modo de una gran superproducción llena de imágenes mastodónticas, actuaciones e historias puramente accesorias y un tono desvergonzado tan hueco como divertido. Jeph Loeb, encargado de esta operación de limpieza y derribo, aplica la formula que previamente hemos visto en algunos de sus trabajos como “Batman: Silencio” o su actual etapa en “Hulk”. La clave es una historia sencilla, sin pretensiones y cargada de acción sin pausa en todas las páginas, encadenando momentos estelares vengan a cuento o no.
Conviene no pensar en un desarrollo profundo de personajes, un guión con un desarrollo compacto o unos diálogos inteligentes y con voz propia. De hecho –y más al tratarse de la línea Ultimate y su distinta y más ligera trayectoria- que nadie espere un tratamiento respetuoso de la continuidad y los personajes. Otro tanto puede decirse del apartado grafico a cargo de David Finch, que sintetiza los elementos más llamativos de estilo gráfico de los 90: sobreabundancia de ilustraciones a toda página y/o doble página y un grafismo impactante primando las "posturitas" por encima de la capacidad narrativa o la expresividad y perfección anatómica de los personajes. Al igual que sucede en el cine de Michael Bay, lo que Loeb –también experimentado productor cinematográfico, ¿casualidad?- busca es impactar al espectador, arrollándole desde el principio como ese tsumani que arrasa Nueva York al inicio de la historia y montándole en una montaña rusa sin frenos hasta el final.
Esa falta de pretensiones es lo que hace que a pesar de sus defectos, o mejor dicho gracias a ellos, Ultimatum sea enormemente disfrutable. Que Loeb llene la trama de muertes tan gratuitas, hartos como están los lectores de que nada cambie o lo haga para ser deshecho poco después, supone en el lector un agradable cosquilleo, experimentando ese aire de diversión destroyer despreocupada y no siempre lógica propio del estreno rompetaquillas que acudimos a ver en masa cuando llega el verano.
¿Qué importa que la historia esté llena de agujeros, como toda la parte referente a Spiderman? ¿Qué más da lo mal planteada que está la subtrama referente a Thor y el Capitán América en el reino de Hela? ¿O que Loeb solucione sin explicación alguna temas como el exilio de Nick Furia en el universo del Escuadrón Supremo? Lo importante es dejarse llevar y disfrutar, aunque el fan medio jamás reconocerá que se lo ha pasado pipa con “Ultimatum” si no es justificándose en lo mala que es.
A las pruebas me remito: al segundo día de salir a la venta, todos los ejemplares se habían agotado en mi librería habitual mientras que novedades de mayor cache como “Incognito” de Brubaker y Phillips, “Namor” de Milligan y Ribic o la nueva entrega de "Powers” aun tenían ejemplares abundantes. Ése es el precio de lo que se llama un placer culpable: tener éxito sin poder enorgullecerse del mismo, pero claro, las penas, con pasta son menos. El que no me crea que le pregunte a los capitostes de la editorial.
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