Cuestión de audiencias
Si uno frecuenta habitualmente las librerías de cómic es posible que se haya dado cuenta de la cada vez más notable ausencia de lectores jóvenes. Cada vez son menos los niños que se acercan para consumir mes a mes los títulos de Marvel y DC o adquirir algún álbum de Asterix, Tintin, Blake y Mortimer, Capitán Trueno u otros clásicos de la infancia de épocas pasadas como la de un servidor. La excepción a esto la encontramos en el manga, cada vez más omnipresente en las librerías y cuyo nicho de los lectores resulta más amplio y dotado de una mayor creación de jóvenes nuevos lectores.
¿A qué se debe esto? De entre los muchos factores, quien esto escribe opina que dos resultan fundamentales: contenidos y formatos. El cómic norteamericano medio soporta sobre sus espaldas dos pesadas losas en este aspecto, como son una menor disparidad de géneros (sobreabundancia de superhéroes) y una orientación de contenidos pensada hacia una franja de edad superior a los veinte años. El primer escollo, aunque aun visible, tiende cada vez más a diluirse ya sea por series que apuestan por otras temáticas (policiaco, aventuras, ciencia-ficción) y/o bien por fusión con los casi omnipresentes enmascarados (véanse híbridos como “Gotham Central” o “Ex Machina”). El segundo obstáculo en cambio parece crecer cada vez más, ya que si bien es digna de aplauso la tendencia de demostrar que el cómic puede ser un medio “serio y adulto” no debería descuidarse el tebeo destinado al sector infantil. Grandes como Marvel y DC tienen ambas una línea dedicada a ese público (“Marvel Adventures”, “DC Kids”) pero su importancia editorial es como mucho secundaria y, por norma general, pretender que un tierno infante que acaba de aprender a leer se aficione a los cómics empezando directamente con cosas como “Authority” o “Criminal” es una batalla perdida de antemano en la conquista de ese nicho de lectores. Nicho que no sólo representa un importante mercado potencial hoy, sino que serán quienes conformen el mercado de mañana. Las numerosas adaptaciones cinematográficas ayudan, pero son más una tirita sobre la herida que una cura para la misma.
Por otro lado, los formatos -y los precios de ellos derivados- suelen ser el talón de Aquiles de comic Europeo. Aunque su precio medio siempre ha sido alto, pretender que un chaval se gaste un mínimo de doce euros en un álbum de grandes dimensiones -que no te puedes llevar en el bolsillo para leer ni colocarlo en la mesita-, con un máximo de 64 páginas –frente a las 200 de un manga- y con una periodicidad poco regular es casi como lo de la aguja y el pajar. Y no hablemos de los famosos integrales, cuyos precios resultan prohibitivos para el adolescente medio que en lugar de arriesgarse con dicho producto prefiere destinar sus ingresos a otro sitio. De un tiempo a esta parte, los cómics europeos parecen cada vez más un artículo de lujo destinado a gente mayor, autosuficiente y con un rango económico más amplio.
Quizás es por cuestiones como esas, no necesariamente relacionadas con el talento artístico, por lo que el manga crece en ventas y nuevos lectores frente a mercados como el europeo y el norteamericano que parecen sufrir de endogamia y clasismo. Lejos de ser una plaga, como decía Moebius en una reciente entrevista a “El País”, o como penosamente pretendía demostrar Albert Uderzo en la penúltima entrega de Asterix, el cómic japonés y sus estrategias comerciales deberían ser un ejemplo para que estadounidenses y europeos se arriesgasen, planteasen nuevas estrategias y se trabajasen a nuevo público. Después de todo, incluso los lectores más fieles se morirán algún día y si nada se hace para captar a otros nuevos, el mercado tendrá sus días contados.
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