Viñetas filosóficas El (sin)sentido de la ficción
AVISO: Este texto fue publicado en nuestra Edición Impresa en el número de MARZO
Clásicos o modernos. Apocalípticos o desintegrados. ¿Son los filósofos sospechosos habituales del cómic? ¿O, por el contrario, habitan los márgenes como quien se resigna a ocupar el segundo plano de este universo paralelo? En este presente, decadentista e impredecible, en el que los libros de autoayuda inundan los mostradores de los grandes almacenes, es importante rescatar de las tiendas especializadas algunas pequeñas joyas filosóficas para las masas. Obras escritas y dibujadas por autores que utilizan la ficción para proponer alternativas. Los maestros en el manejo de los arquetipos han decidido volver a la esencia, empaquetarla en formatos digeribles y ponérnosla en el plato, para desayunar.
Dispuesto a solucionar semejante encrucijada aparece en el mercado del cómic Action Philosophers! Esta serie -no editada en España- se caracteriza por su humor grueso y su dibujo cartoon; nueve números bautizados de manera delirante -Self Help for Stupid Ugly Losers, protagonizado por Sigmund Freud, Carl Jung y Joseph Campbell, o World Domination Handbook, con Karl Marxy Maquiavelo a los mandos- que funcionan como muestrario filosófico. ¿Los impulsores de este proyecto? Ryan Dunlavey y Fred Van Lente, dibujante y guionista, respectivamente; divulgadores para algunos y terroristas culturales para otros. El resto tan solo se divierte.
En el mercado español existen, actualmente, dos títulos que podrían considerarse divulgativos filosóficos, a pesar de su estructura de ficción. Estos son Epicuro, el Sabio (Norma Editorial, 2009), de William Messner-Loebs y Sam Kieth, y la saga de Joann Sfar y Christopher Blain (SinsEntido) protagonizada por Sócrates, el perro de Heracles. Este se define así mismo como un semi-perro -mitad perro, mitad filósofo-. «Mi filosofía consiste en no hacer nada. Cuando tengo hambre, como; cuando tengo sueño, duermo. Sigo a mi amo adonde quiera que vaya, con lo que me ahorro tener que tomar decisiones». Como Groening, Joann Sfar también estudió Filosofía en la Universidad, siendo más evidente en este último el afán de trascendencia. ¿Por qué la ficción como vehículo filosófico? ¿Es la filosofía una mera excusa para contar cuentos?
En los tres volúmenes de las aventuras de Sócrates -Heracles (2006), Ulises (2007) y Edipo en Corinto (2009)- Sfar recurre a la excusa filosófica para plantearle al lector un juego especular, un diálogo donde la identificación con el protagonista es la clave. «En la escuela de pensamiento de la que procedo consideramos el relato de ficción un simulacro que aleja al espectador de la proximidad de las cosas», dice Sócrates, el semi-perro. Ficción como sinónimo de mentira. La paradoja de todo cuento con afán metafísico está en la propia esencia de la ficción. Si es épica, si es poesía ¿puede ser filosofía?
No deja de ser curioso que Michel Maffesoli, en su libro Iconologías. Nuestras Idolatrías Posmodernas (Península, 2008) hable de otro Michel (Houellebecq) y la figura del perro como «única posibilidad de vínculo afectivo». Habla este pensador de la interdependencia entre amo y perro; y parece que no hablara de la obra de Houellebecq, sino de la de Sfar. «El animal es humano y el humano es animal. Hay que insistir, a las duras y a las maduras, que la animalidad es un componente fundamental de la posmodernidad». La historia, y sus mitos, parecen estar condenados a una constante repetición. Y, por qué no, también son susceptibles de ser renovados.
«Eso es lo esencial para ti ¿no? Que salga una buena historia»
Que en la tinta del superhéroe encontramos pedacitos esenciales de los mitos del pasado es una evidencia sostenida por teóricos como Joseph Campbell -autor de El Poder del Mito y El Héroe de las Mil Caras. Psicoanálisis del mito- Éste defiende que las imágenes de los mitos son reflejos del potencial espiritual de cada uno de nosotros y que la mera contemplación de éstos debería bastar para inspirarnos. Así, nos encontramos con que el concepto del héroe es una «categoría moral».
Jeph Loeb y Tom Morris plantean al héroe desde el sentido clásico del término en Superheroes and Philosophy. Truth, Justice and the Socratic Way (2005). No enfrentan al mito con sus reconstrucciones posmodernas para cuestionar en qué se han convertido estas últimas, lo que resulta decepcionante; lo que ambos autores plantean es la vuelta a la figura paternal y protectora. En un escenario post 11-S esa decisión es cobarde y sospechosa. Porque, si algo han enseñado los superhéroes es que son productos de su tiempo y sus representaciones no hacen otra cosa que tomarle el pulso a la sociedad de masas sin que ésta lo advierta.
Autores como Grant Morrison (All Star Superman, Los Invisibles) o Alan Moore (Watchmen, Promethea, Tom Strong) han sabido entender la esencia última del superhéroe -el arquetipo jungiano- para subvertirla, incluso para resignificarla. Ese milagro lo encarna perfectamente la obra All Star Superman (Planeta, 2009), una vuelta de tuerca al mito que nada tiene que ver con la relectura religiosa del Kingdom Come (Planeta, 2008) de Mark Waid y Alex Ross. Que el poder de «un icono cultural» como Superman -o Batman- puede compararse al de otras figuras mitológicas nadie lo discute. Todos ellos responden, en esencia, a una idea heredada del héroe. Pero no solo. Morrison, Moore, Gaiman, Miller y muchos otros nos recuerdan que también pueden vaciarse de sentido y rellenarse de miserias. Es entonces cuando funcionan como síntomas de algo más grande y enquistado. Metáforas del presente. Y de su enfermedad.
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