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Capitán America, Ed Brubaker y el fin de una época

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 04/07/2012

A punto de cumplirse ocho años y casi un centenar de números, Ed Brubaker deja Capitán América, cerrando así una de las etapas más largas y espléndidas de la longeva historia del personaje. Algo que obliga a reflexionar acerca de lo que lo que el guionista deja con su marcha y el porqué de la misma.

Varias son las claves que han convertido su trabajo sobre el héroe abanderado una de las mejores lecturas del cómic USA de la última década. En primer lugar el tono escogido. Frente al típico cómic de superhéroes, Brubaker apostó por narrar las historias del Capitán América con un tono más cercano al género del espionaje, la acción bélica y las intrigas de política-ficción. Sí, el personaje seguía llevando su llamativo uniforme y enfrentándose a villanos con toda clase de poderes, disfraces y planes descabellados. Pero todo ello con una pátina más realista y llena de sombras, en la línea de otros trabajos suyos como Sleeper o Incognito. El segundo motivo es la presencia de dibujantes como un renovado Steve Epting –en un enorme salto cualitativo respecto a sus trabajos en los 90- Mike Perkins, Luke Ross y Butch Guice, que potenciaron ese tono realista. Si añadimos la colaboración puntual de autores como Michael Lark, Javier Pulido, Bryan Hitch, Steve McNiven, Alan Davis o el difunto Gene Colan, el nivel gráfico es sobresaliente de principio a fin.



Por otra parte, respetó la larga y detallada continuidad del personaje, sabiendo sacarle partido actualizándola y renovándola. Personajes y tramas del pasado como el Cubo Cósmico, el falso y enloquecido Capitán de los años 50, los Invasores, Union Jack, Pecado o el Halcón eran rescatados y convenientemente remozados por Brubaker, funcionando por igual para lectores veteranos y novatos. Pero el motivo más importante es la valentía del guionista para sumergirse en los lodazales más farragosos posibles y, contra todo pronóstico, salir completamente resplandeciente. Muchos (yo incluido) rechinaron los dientes cuando anunció su intención de resucitar a Bucky convirtiéndole en el asesino soviético Soldado de Invierno. Sin embargo, lo hizo y consiguió que los lectores le aplaudiesen. Luego tuvo la osadía de matar al propio Steve Rogers y colocar a Bucky como nuevo Capitán América. Y los lectores terminaron pidiéndole más. Cuando Rogers volvió a la vida hizo parecer original una historia ya vista miles de veces. Y cuando se atrevió a hacerle abandonar el uniforme y mantener a Bucky como protagonista, de nuevo el resultado no podía haber sido mejor.



Por desgracia la independencia con la que Brubaker venía ejerciendo su trabajo, el quinto elemento sobre el que se sostenía su etapa, terminó por fallarle. La poderosa influencia de la versión cinematográfica del personaje frenó en seco el devenir de la serie, obligándole a eliminar a Bucky de la ecuación y a recuperar a Steve Rogers como Capitán América como si nada hubiese pasado. ¿Para qué explicar a los nuevos posibles lectores que se acercasen a la serie que el Capitán América ya no era el personaje interpretado por Chris Evans? Mejor no arriesgarse, debieron pensar los editores.

El propio Brubaker ha desmentido este tipo de presiones y declarado su deseo de tomarse un descanso y trabajar en sus otras series. Pero desde que Steve Rogers volvió a calzarse el escudo era evidente que ya nada era lo mismo. Que su marcha prácticamente coincida con el inicio de la serie regular Soldado de Invierno es la pista más clara de que en su mente aún quedaban numerosas historias para la serie. Historias que veremos materializarse en otra cabecera distinta. En cuanto a Capitán América, sólo cabe desearle suerte al guionista que sea atreva a tomar el relevo. El listón está tan alto que lo va a necesitar.


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