Los peligros de la expectación
Ahora que según parece ha helado en el infierno y “Cerebus” ha sido traducido al español -algo que su autor juró y perjuró que jamás ocurriría- queda por comprobar un último elemento decisivo: la reacción del público lector. Años y años de expectación, de oír hablar a terceros en términos casi míticos de tal ó cual comic difícil de encontrar o directamente inaccesible –salvo quizás vía suerte y material importado- y de que el factor nostalgia crease una aureola de quimera sobre títulos como el citado “Cerebus” ha tenido dos efectos contrarios pero directamente relacionados: que la publicación de dicho material sea esperada como un acontecimiento divino por los lectores ansiosos y que éstos, una vez comprobado de primera mano el ansiado material, pierdan todo el interés por el mismo tras ver que la imagen del mito no se corresponde exactamente con la realidad.
En el caso de quien esto escribe, ese desengaño vino proporcionado por la reedición de “El Garaje Hermético” de Moebius. Docenas y cientos de referencias a dicho título por parte de numerosas fuentes, su reiterada calificación de obra cumbre de su autor y su condición de piedra de Rosetta para toda una nueva manera de hacer y leer comic dibujaban el panorama. Eso no impidió que a servidor se le cayese el alma a los pies cuando pudo comprobar que, si bien el grafismo era innovador y estilizado –máxime comparado con lo usual en la época-, en lo referente a cuestiones como narrativa secuencial, argumento o construcción dramática “El Garaje Hermético” era un bluff enorme. Incluso acostumbrado a delirios de Moebius como “El Incal”, “El Garaje Hermético” asemejaba ser un chiste alargado que ni su autor sabia como acabar y al que no acaba de encontrársele la gracia. Trabajos celebres de la historieta como “Mort Cinder” de Oesterherld y Breccia, “Fénix” de Osamu Tezuka, “Jóvenes Dioses y Amigos” de Barry Windsor-Smith óo“Un Pequeño Asesinato” de Alan Moore y Óscar Zárate han pasado de la espera más intensa a la apatía total cuando el grueso de los lectores comprobó que aquello no era como le habían contado. Más recientemente, las cuidadas ediciones de Norma Editorial de títulos estrella de los 80 como “Nexus”, “Elfquest”, “Jon Sable”, “Grimjack”, “Las Tortugas Ninja” –que a título personal disfruté como un enano- o la noventera “Concrete” vieron cómo sus ventas iban cayendo en picado a medida que se sucedían los ejemplares, no llegando a completarse la edición prevista en algunos casos. Visto esto, se explica la reticencia de editores patrios a dar luz verde a materiales tan idealizados como “American Flagg” de Howard Chaykin o “Moonshadow” de J.M. DeMatteis.
Las recientes ediciones de “Cerebus” de Ponent Mon y “Dreadstar” de Planeta suponen por tanto una oportunidad de oro para calibrar esta extraña mezcla de amor-odio entre los lectores y sus expectativas. Nos quejamos –con razón- cuando los editores españoles pasan por alto y/o retrasan la llegada de ciertos materiales basándose en criterios muchas veces arbitrarios pero ¿Podemos echarles en cara el cierre de una serie cuando responden a esa demanda y la edición española amontona ejemplares en las librerías sin que los lectores les hagan el mínimo caso? Si a ello añadimos la problemática de las dobles ediciones recientes, el resultado es un delicado tema cuya posible solución sería trabajar más la comunicación entre lectores y editores. El beneficio seria mutuo.
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