Mark Millar: entre el ego y el talento
Nadie puede negar que Mark Millar es un tipo con talento. Desde su gran despegue a primera línea con su etapa en “The Authority”, su carrera ha ido en continuo ascenso. Sus reformulaciones de personajes y etapas clásicas para la línea Ultimate han sabido ir más allá de la mera repetición y actualización de conceptos para adquirir –sobre todo en el caso de The Ultimates- una voz propia. Sus ocasionales etapas en algún título –Marvel Knights Spiderman, Lobezno, 4 Fantásticos- son recibidas con ansia por el público lector y fue a él a quien se le encomendó el crossover que posiblemente haya marcado más al universo Marvel en su historia –Civil War-. Por si fuera poco, sus series de creación propia –Wanted, Kick-Ass- cosechan idéntico éxito, cuentan con el servicio de grandes editoriales para su publicación y atraen la atención –y el dinero- del mundo del cine.
Si, Millar está en una situación profesional inigualable, con carta blanca para hacer prácticamente lo que quiera y cuando quiera. Sin embargo hay algo que no cuida tanto como su escritura y es su figura pública. Cuando al inicio del texto se decía que era un tipo con talento, no nos referíamos sólo a su capacidad para desarrollar argumentos y diálogos, sino también para el marketing. Y es que si algo sabe Millar -mejor que ningún otro autor de cómic que servidor recuerde- es cómo vender sus proyectos. Saber rodearse de colaboradores de lujo (Brian Hitch, Steve McNiven, John Romita Jr, etc) y contar con el apoyo incondicional de los editores es sólo una parte de su capacidad de convicción. El verdadero plato fuerte es el propio guionista, que tanto en toda entrevista que se le pone a tiro como a través de los foros de su propia web (Millarworld), hace uso de todas sus armas para convertir cada uno de sus proyectos en un acontecimiento inigualable e irrepetible en la mente del lector. Nada que objetar a ello, excepto que la falta de humildad, la insistencia cansina y la argumentación un tanto hueca que suele caracterizar todos sus anuncios llega en ocasiones a extremos irritantes. De hecho puede incluso vislumbrarse en sus afirmaciones una fórmula más propia de una agencia de publicidad que de un escritor. Básicamente todas –y digo TODAS- sus declaraciones sobre un nuevo proyecto son: “(Nombre del comic) va a ser lo más jodidamente grande y revolucionario que he hecho. Llevo años queriendo escribir esta historia. Jamás habréis visto nada igual y si conocéis el trabajo de (nombre del dibujante) vais a alucinar como nunca. Habrá (citar varias escenas de impacto) y disfrutareis tanto que querréis (citar algún acto de sumisión y/o adoración) conmigo”. Como vemos, se trata de un personaje encantado de conocerse a sí mismo, que sabe que la polémica es un imán para la atención y que la usa para dar una relevancia extra a su trabajo. Asegurar insistentemente estar en “la lista negra de DC” tras su etapa en The Authority o apostar 5.000$ contra una web de cine para acertar quien será en nuevo interprete cinematográfico de Superman son excentricidades mediáticas que podríamos incluir en el mismo saco promocional.
No se me malinterprete. Considero a Millar uno de los guionistas de cómics con ideas más frescas e interesantes de la actualidad. Un cómic suyo suele ser garantía de una lectura interesante y -como mínimo- entretenida. Sin embargo ni es tan bueno (suele abusar demasiado del patrón de personaje retorcidos y violento así como de acabar sus historias usando el mecanismo de “Deux ex machina”), ni tan original (su Lobezno: Enemigo del Estado es igual a una historia planeada sin éxito por Chris Claremont más de diez años antes), ni tan infalible (véase el fracaso de Trouble) ni tan revolucionario (¿de verdad Wanted era "el Watchmen de los supervillanos"? ¿Hay punto de comparación siquiera?) como le gusta indicar. En resumen: que servidor adora al Millar guionista, pero el Millar personaje –que no persona- tiene la virtud de caerle cada vez más gordo.
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