La Casa de los Secretos: hurgando en la memoria oculta
Historia de suspense y terror. Drama juvenil. Road movie. Experimento narrativo. Introspección psicológica. Comedia de humor negro… es difícil intentar encajar a La Casa de los Secretos dentro de una única definición estándar, pues es todo eso y más.
Aunque toma prestado el título y la ambientación –una lóbrega y vetusta mansión solitaria- de una de las clásicas antologías de comic de terror editados por DC en los años 50, La Casa de los Secretos es una creación del guionista Steven Seagle (Sandman Mistery Theatre) y el dibujante Teddy Kristiansen (Grendel) para el sello Vertigo en 1996. La serie narraba las andanzas de Rain Harper, una vagabunda adolescente que llega a Seattle en plena época grunge y acaba instalándose en una mansión abandonada junto a la ingenua Traci y un apocado aspirante a músico llamado Ben. Nada fuera de lo normal de no ser porque allí habita el Jurado: seis espectros de distintas épocas y lugares dedicados a juzgar los oscuros secretos de los que caen en sus garras actuando como juez, jurado y ejecutor. Un jurado que ha decidió otorgar a Rain el papel de testigo en sus procesos.
Los secretos inconfesables que cada uno esconde y nos devoran mediante remordimientos proporcionan a la serie su tono de horror psicológico y drama personal. Sin embargo los guiones de Seagle aportan una gran variedad al no despreciar elementos de otros géneros –como el humor negro y las frases lapidarias de su protagonista- y elaborar un magnifico retrato de sus personajes, empezando por la contradictoria Rain y todo el misterio que rodea a sus padres y terminando por los propios miembros del Jurado, no precisamente inocentes en algunos casos. Pero lo que verdaderamente hace especial a esta cabecera es su imprevisibilidad. Pese al esquema y escenario básicos -los juicios en la mansión- el lector nunca sabe por dónde va a ir la historia. Tan pronto los protagonistas acaban saltando en el tiempo hasta la década de 1920 como emprenden un viaje por carretera lejos de la mansión sin que ello impida que el Jurado les persiga. Un número puede ser una crónica sobre la construcción de la misteriosa mansión como contar la historia desde el punto de vista de uno de los condenados. Mención aparte merece la saga El libro de la ley, que desvela el trágico origen de cada uno de los miembros del jurado trasladando al lector a la antigua Sumeria, la Roma imperial, el Japón feudal, la Norteamérica rural de los 60 o la Europa asolada por la peste.
A un guión tan poco convencional le corresponde un dibujo igualmente insólito. El danés Teddy Kristiansen aporta un grafismo único donde los trazos de carácter esquemático se complementan con un estudiado uso del color de acentuado valor expresivo. Gráficamente Kristiansen está más cerca de pintores clásicos como Vincent Van Gogh o Edward Munch que de cualquier dibujante de comic, sin que ello vaya en detrimento de la narrativa de sus viñetas. Artista minucioso, su lentitud obligó a Seagle a recurrir a ocasionales sustitutos (Duncan Fegredo, Deam Orstom, Guy Davis, los hermanos Pander) que, pese a sus diferencias, no desentonan con el tono gráfico del ilustrador principal.
Pese a su éxito inicial el propio carácter singular de la serie hizo que las ventas fuesen disminuyendo progresivamente hasta que, por decisión de sus autores, la cabecera cerró tras solo veinticinco números. Un cierre satisfactorio pero que dejaba suficientes elementos para una posible continuidad. Tres años después Seagle y Kristiansen publicaron la miniserie Fachada, donde recuperaban a los personajes y aclaraban finalmente la extraña relación de Rain y su padre.
En España La Casa de los Secretos fue publicada por Norma, en una edición que desgraciadamente dejó inéditos los nueve últimos números de la serie (no así Fachada, que fue publicada por Planeta). Ahora, casi dos décadas después, DC acaba de anunciar la recopilación de la serie en un grueso tomo ómnibus. Una oportunidad para recuperar o descubrir una de las rarezas más estimulantes de la línea Vertigo. Quién sabe, tal vez incluso para que algún editor español se atreva a darle una segunda oportunidad.
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