La Caída (de ventas) de los Mutantes
Observando con un poco de atención todos los meses las series de grapa uno se da cuenta de que el antaño imbatible logo “X” en una colección de Marvel ya no es lo que era. Al menos en nuestro país. Desde que Bendis se propuso hace ya siete años devolver a los Vengadores al epicentro de Marvel, la franquicia mutante comenzó a perder la fuerza y capacidad de presión de décadas anteriores. Sin embargo, en los últimos tres años esa anemia editorial parece haber apretado el acelerador.
Guionistas más que capaces como Mark Waid, Joe Kelly o Steven Seagle (escritores de las principales colecciones mutantes durante los fatídicos años 90) denunciaron en su momento que el puesto de guionista de X-Men era el equivalente creativo a una cárcel con barrotes de oro. Los tebeos más vendidos del mundo eran una lucrativa franquicia que no podía ser alterada mi cambiada bajo ningún concepto. Cualquier idea nueva y/o rompedora era recibida con un total rechazo por editores y directivos. ¿Resultado? Historias intrascendentes, sosas y repetitivas a cargo escritores mediocres (Scott Lobdell, Terry Kavanagh) y autores frustrados por no poder dar lo mejor de sí mismos. Todo bien pagado, eso sí.
Con la llegada del nuevo milenio y la Marvel de Joe Quesada todo pareció cambiar. La llegada de Grant Morrison y sus New X-Men aportaron algo que no se veía desde el Chris Claremont de los años 80: un autor con ideas novedosas e interesantes así como la libertad necesaria para llevarlas a buen puerto. Se eliminaban todas las series superfluas (de ocho series X se paso a la mitad) y se daba cancha a propuestas tan atrevidas como los X-Statix de Milligan y Allred. Los lectores se las prometían muy felices con una revolución editorial que por fin daba lo que prometía. El problema es que el desarrollo nunca estuvo a la altura del inicio. Tal vez fuera por prestar más atención a otros terrenos editoriales (Spiderman, los Vengadores, las líneas MAX y Ultimate) pero tras ese espectacular lavado de cara inicial la franquicia mutante volvió por sus fueros. Casi todos los llamativos cambios introducidos por Morrison fueron revocados tras su marcha, en ocasiones de forma ridícula (véase todo el asunto Magneto/Xorn), en un claro ejemplo de efecto pendular. Si, había grandes lanzamientos dotados de libertad creativa (el Astonishing X-Men de Whedon y Cassaday), pero nunca tan radicales como la citada X-Statix. También se recurría a autores de prestigio y con voz propia (Ed Brubaker, Mike Carey, el citado Milligan) y el nivel medio de las historias era significativamente mayor con respecto a diez años atrás. El problema era que, con más gracia o menos, se volvía al esquema de reciclaje repetitivo y a la sensación de que el guionista tenía las manos atadas. Las etapas de Brubaker y Milligan nunca lograron la calidad ni trascendencia vista en sus otros trabajos. Por su parte, después de Complejo Mesías, Mike Carey se vio obligado a escribir su serie con poco menos que los restos que le dejaban otros guionistas y a estar sometido a los argumentos de otras series (cuánta diferencia entre este Carey y el de la esplendida The Unwritten). Eso por no hablar de Lobezno, cabeza de dos erráticos títulos: uno (Wolverine) convertido en un cajón desastre para todo tipo de autores sin continuidad y una calidad más oscilante que una montaña rusa. El otro (Wolverine Origins) una interesante propuesta resuelta de la manera más sosa posible.
Una tendencia un tanto gris que, azuzada por la crisis económica, termina reflejándose en la progresiva pérdida de ventas de las series X (al menos en nuestro país). Curiosamente en los EE.UU. las nuevas apuestas de la línea mutante (Wolverine de Jason Aaron o una tercera serie de X-Men a cargo de Victor Glischer) se han colado entre los más vendidos. ¿Vuelta a pastos más verdes para los mutantes? Ojalá. Al menos aun nos quedan Peter David y su X-Factor.
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