Las crónicas de Asgard por Walter Simonson
La idiosincrasia de las grandes editoriales, la larga trayectoria de sus personajes y el sucesivo desfile de autores que caracteriza sus series produce ocasionalmente un curioso fenómeno: en ocasiones el autor que realiza la mejor época y/o versión del personaje no es el creador del mismo. Es una firma posterior la que se afianza en la memoria lectora y marca las pautas para posteriores trabajos. Binomios como los de Chris Claremont y X-Men o Frank Miller en Daredevil. Y en el caso de Thor, el autor “definitorio” responde al nombre de Walter Simonson.
Aunque Simonson ya había trabajado antes con el personaje (dibujó varios números de la serie en los 70) su llegada como autor completo en el nº 337 sorprendió a propios y extraños. Ya en primera historia el dios del trueno era derrotado por el alienígena Bill Rayos Beta, capaz de levantar su martillo robándole con ello sus poderes. Este giro inesperado fue solo el primero de los muchos que caracterizarían su etapa, combinando la tradición y la innovación. En sus historias Simonson volvía a tanto a la etapa fundacional a cargo de Stan Lee y Jack Kirby como a la mitología nórdica de la que proviene el personaje. Pero al mismo tiempo el guionista y dibujante se atrevía a hacer crecer a los personajes, rompiendo el status quo inamovible que les había caracterizado y llevando la situación más lejos de lo que sus antecesores habían querido o podido. Así Donald Blake -la parte “terrenal” de Thor- era eliminada de la ecuación, Sif rompía su compromiso con el dios del tueno y Balder obtenía un mayor protagonismo –que acabó derivando en una miniserie propia, también realizada por el autor- mientras introducía nuevos personajes como Lorelei (la hermana de la Encantadora), Malekith el maldito o el citado Bill Rayos Beta, a quien Odín otorgó su propio Mjolnir para invocar el poder del trueno.
Dividida en varias sagas, la etapa de Simonson ocupó aproximadamente cincuenta números en los que devolvió al personaje el tono épico inherente a sus orígenes. El guionista centró la mayor parte de sus historias en el mítico reino de Asgard, alejando al personaje de los superhéroes al uso para acercarlo más a la fantasía heroica propia de Tolkien o George R.R. Martin (lo cual no quiere decir que fuese ajeno al resto del universo Marvel).
Así se fueron sucedieron historias como la saga de Surtur y su plan para iniciar el Ragnarok -el apocalipsis nórdico- mediante el cofre de los antiguos inviernos, la enésima intriga de Loki para lograr el trono de Asgard mediante el inesperado plan de convertir a Thor… ¡en rana!, la maldición de la diosa Hela que marca su rostro y debilita su cuerpo obligándole a llevar armadura, la increíble lucha contra la serpiente de Midgard o su enfrentamiento final contra las hordas del reino de Hel para deshacer la maldición. Una sucesión de aventuras plagadas de batallas, drama y escenas memorables que consiguen que nos tomemos en serio incluso momentos tan ridículos como ver al Thor convertido en un batracio.
En cuanto al dibujo Simonson no es precisamente un ilustrador excepcional, basándose en trazos rápidos y esquemáticos que en ocasiones descuidan la anatomía a favor de la expresividad y el movimiento. Pero esas carencias quedan compensadas gracias a su inventiva a la hora de planificar las páginas y utilizar de forma inédita recursos como las onomatopeyas, el estudiado enfoque de las viñeta o todo el número dedicado a la lucha entre Thor y la gigantesca serpiente (narrado en páginas de una sola viñeta). Una labor de orfebrería narrativa que destila la creatividad del mejor Kirby. A mitad de la etapa Simonson delegó la parte gráfica en el veterano Sal Buscema, pero toda su inventiva gráfica permaneció sin resentirse.
Thor ha tenido etapas memorables posteriormente, pero ninguna ha marcado un antes y después tan trascendental como esta. No es de extrañar que un cosquilleo nostálgico se apodere de los lectores veteranos cada vez que Simonson vuelve a dibujar ocasionalmente al personaje. Aquellos que se pregunten porque deberían hacerse un favor a sí mismos y adquirir la lujosa reedición realizada por Panini. De nada.
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