Editor: ese poco agradecido cargo.
En la industria del cómic, el cargo de editor es uno de esos papeles invisibles que nunca son correctamente valorados, pese a su relevancia cara al producto final. Frente a las laureadas figuras del guionista y el dibujante, otros nombres –como ya sucedía con el entintador- parecen no tener gran cosa que aportar. Idea errónea por supuesto, como demuestra nuestro reciente repaso a la figura de Axel Alonso.
El cargo de editor de cómic vendría a ser en cierta forma similar al del productor en el cine. Él es quien se encarga de asignar autores a series y personajes. Quien tiene que lidiar con el día a día de guionistas y dibujantes. Quien supervisa los recovecos de la historia, discute los detalles del argumento y vigila cada aspecto del dibujo. Es además quién vigila –o debería vigilar- aspectos como la continuidad y la coordinación con otras series, autores o eventos. Asimismo es quien recluta a nuevos talentos y mantiene o crea la relación con los ya consagrados, convirtiéndose para ellos en la cara de la empresa para lo bueno y para lo malo. Y es que el editor también es el encargado de parar los pies a sus autores cuando van demasiado lejos, de coartar su creatividad cuando perjudica al personaje (cambios radicales en su historia o personalidad, contenidos ajenos a la calificación prevista), de imponerles argumentos o detalles ajenos (como la participación en un crossover o cambios realizados por otros), de despedirles o sustituirles llegado el caso y de rendir cuentas por los resultados frente a sus superiores (ya sea un editor jefe o los dueños de la empresa). El trabajo de los autores por tanto queda tamizado a su vez por el del editor y sus condiciones. Habida cuenta de la consideración casi cahierista del guionista y el dibujante, la figura del editor siempre ha venido contaminada por esa idea de bruja malvada que torpedea la labor de los verdaderos creadores y prima lo crematístico sobre lo creativo. Como sucede con todos los tópicos, esta impresión se viene abajo a poco que se repase el trabajo de algunos editores ilustres. Por ejemplo, la llamada Edad de Plata del cómic USA nació gracias al hecho de que Julius Schwartz (DC) y Martin Goodman (Marvel) decidieron apostar por el género de los superhéroes, rescatándolo del ostracismo en que se sumía desde de una década. A su vez muchos editores ilustres fueron previamente guionistas o dibujantes de cómic, lo que les convertía en voces autorizadas a la hora de fijar pautas creativas a sus autores y/o aconsejarles en una u otra dirección. La continuidad Marvel se debe en buena parte gracias al buen hacer de Roy Thomas, bien sea como guionista o como editor jefe de la editorial, mientras que la solidez de Batman a partir de los 80 es obra de Dennis O´Neil, el guionista encargado de remodelar al personaje en los 70 ofreciendo su retrato definitivo. Karen Berger y la explosión creativa de la línea Vertigo, Lein Wein y el fichaje de Alan Moore para la Cosa del Pantano y Watchmen, Jim Valentino y la apertura de Image a autores independientes, Joe Quesada y la línea Marvel Knights... Los ejemplos abundan pero también se da el caso inverso, con editores convertidos en autores. A veces con resultados esplendidos (Ann Nocenti, Mark Waid) mientras que en otras ocasiones uno se pregunta porqué demonios creyeron que tenían algo interesante que contar (Terry Kavanagh).
Dentro de los propios autores la figura del editor ha suscitado tanto odios viscerales (la etapa de Jim Shooter como editor jefe en Marvel, que provocó la huida de numerosos creadores a DC) como torrentes de halagos (Archie Goodwin y su labor en la línea Epic o series como Starman y Legends of the Dark Knight). También ha suscitado la polémica rehaciendo historias sin el permiso de sus guionistas. Con resultados tan estimables (Jim Shooter y la muerte de Fénix) como discutibles (Quesada y One More Day). En cualquier caso, debería tenerse en cuenta que el editor es algo más que el tipo que amarga a los autores con las fechas de entrega. Mucho, mucho más.
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