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La Atalaya del Vigía Comic Digital
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"La locura es como la gravedad, tan solo hace falta un pequeño empujón" El Joker / El Caballero Oscuro
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Authority: del todo a la nada

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 20/04/2011
La Atalaya del Vigía

La publicación de Authority: el Año Perdido invita a la reflexión. No sólo sobre la obra y sus autores, sino sobre la curiosa trayectoria de uno de los cómics clave de la última década. A finales de los 90 Warren Ellis se hizo cargo de Stormwatch, título nacido durante el boom inicial de Image pero que había pasado sin pena ni gloria. Gozando de libertad total, Ellis introdujo nuevos personajes y llevó a la colección por tramas cada vez más insospechadas hasta desembocar en un final con la muerte de la mayor parte de los protagonistas. Una operación de limpieza sobre la que se asentaba su nuevo proyecto: The Authority. Tomando prestado el enfoque de superheroes widescreen utilizado por Grant Morrison en la JLA, Ellis –acompañado por un Brian Hitch que al fin había encontrado su propio estilo- llevó al género superheroico a cotas nunca antes vistas: espectaculares escenas de acción dignas de una superproducción hollywoodiense se daban la mano con diálogos cortantes y lapidarios y un enfoque violento y realista. La épica superheroica reformulada y aumentada.

En solo doce números a dúo con Brian Hitch, Ellis vio, llegó y venció. Authority pasó de ser “esa colección” para ser “LA colección”. Era la serie de la que todo fanboy hablaba, la cabecera cuyo siguiente número se esperaba como la lluvia en el desierto, el espejo en el que todo cómic de superhéroes quería mirarse. Como los X-Men de Claremont y Byrne. Como La Cosa del Pantano de Alan Moore. Cuando dos semidesconocidos llamados Mark Millar y Frank Quitely cogieron el relevo y elevaron el nivel incluso más, el nombre de la serie ya estaba siendo escrito por muchos en letras de oro junto a trabajos como Watchmen o Return of the Dark Knight.
Pero de repente el globo se desinfló. La polémica marcha de Millar, denunciando la censura de su última historia por parte de DC (que acababa de adquirir el sello Wildstorm), provocó el cierre de la colección. Cuando fue relanzada un año más tarde, la situación había cambiado por completo. Los entusiastas fans recibieron el trabajo de Robbie Morrison (guionista británico sin relación con Grant idem) con frialdad e incluso desdén, considerando que la nueva serie estaba “capada” para hacerla políticamente correcta. Y encima el dibujo corría a cargo de Dwayne Turner, competente profesional, pero cuyo trazo carecía del poderío de sus predecesores. Hay que reconocerle al nuevo guionista la valentía de lanzarse al ruedo sabiéndose en un clima tan hostil y que -pese a esa consideración de versión light- fuese capaz de incluir ideas tan atrevidas como las de Ellis y Millar (como que uno de los protagonistas fundase su propia religión o que el grupo derrocase al presidente de los EE.UU mediante un golpe de estado). La serie pasó entonces a Ed Brubaker, quien realizó una sólida labor destruyendo y reconstruyendo al grupo protagonista pero cuya repercusión fue más bien escasa.
Hacia mediados de la presente década muchos se frotaron las manos con la posibilidad de que Grant Morrison relanzase la serie, pero su labor fue cancelada tras dos números por causas nunca del todo explicadas. Authority pasaría a formar parte del evento WorldStorm, dándole una ambientación apocalíptica y dejándola en manos del dúo Dan Abnett y Andy Lannig. Sin embargo, pese a su competente labor, la serie quedaba muy lejos de la atención de antaño y DC la fue dejando morir lentamente junto al resto de series de Wildstorm. El año perdido (con Keith Giffen recuperando y concluyendo aquella historia de Grant Morrison) supone el punto y final por el momento para una de las trayectorias de ascenso y caída de popularidad en viñetas más meteóricas que servidor recuerda. Series como The Ultimates o la franquicia vengadora de Bendis parecen haber ocupado el hueco dejado por un título que supo abrir nuevos caminos y que aún tiene potencial para seguir haciéndolo. Y es que aunque nos guste echar la culpa a las editoriales, en ocasiones los lectores podemos ser unos desagradecidos.


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