Arkham Asylum: En el filo de la locura gráfica
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Cuando se habla del personaje de Batman, la segunda mitad de los años 80 suele señalarse como un punto de inflexión. En ese lustro el personaje protagonizó varios proyectos que obligaron a propios y extraños a replantearse al personaje –y, por extensión, el género de superhéroes- desde una perspectiva más adulta, oscura y realista. Pero Arkham Asylum funciona de forma diferente. A diferencia de los trabajos de Frank Miller o Alan Moore, Grant Morrison y Dave McKean eligieron eludir el realismo en favor de una aproximación más estilizada, introspectiva y experimental tanto en lo argumental como en lo estético.
Morrison, que ya se había labrado un nombre con historias de superhéroes poco convencionales (Animal Man, Doom Patrol), no se dejó amedrentar por un personaje tan comercial. Más bien acentuó sus rasgos más bizarros en una historia más cercana al género de terror que al de los superhéroes. La trama es relativamente sencilla: los internos del manicomio Arkham, entre los cuales que se cuentan algunos de los principales enemigos del protagonista, se hacen con el control del lugar. A cambio de liberar al personal exigen que Batman sea encerrado allí con ellos, dando inicio a una cacería humana por el siniestro lugar. Una premisa que el guión utiliza para su verdadero propósito: explorar la psique del protagonista y su galería de villanos, siendo el propio manicomio un personaje más mediante la narración en paralelo de su creación décadas atrás y el descenso a la locura de su fundador.
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Una argumento aparentemente simple para uno de los mejores relatos del Señor de la Noche: Batman deberá adentrarse en un Manicomio Arkham tomado por los psicopáticos internos |
Morrison cuenta para ello con las ilustraciones de Dave McKean. Algo que, visto en perspectiva, supone la mayor virtud y al mismo tiempo el mayor defecto de la obra. En el momento de su publicación el estilo gráfico de McKean suponía una novedad solo equiparable en su impacto a los primeros trabajos de Bill Sienkiewicz. Su estudiado trazo difuso, la expresividad del color y las sombras y una planificación de página no sujeta a ningún canon establecido siguen impactando como antaño, logrando una atmósfera densa, siniestra y decadente dignas de la peor pesadilla. McKean realiza aquí su mejor trabajo antes de que la progresiva simplificación de su trazo y el abuso de texturas digitales contaminasen su dibujo. Pero tan elaborado es el envoltorio que muchos se quedan con el mismo despreciando el contenido. Y es que más allá de que la narrativa de McKean pueda ser ocasionalmente farragosa –véase la pelea contra Killer Croc-, la sensación de estilo sobre contenido planea constantemente sobre la obra, especialmente con fragmentos diseñados para desatar su arsenal grafico. Es el caso de las páginas que abren y cierran la obra, enmarcando el cómic mismo a modo de vistosos títulos de crédito.
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Las impresionantes composiciones de Dave McKean encajan a la perfección con este descenso a la más pura locura |
Esos arrebatos estéticos provocan que muchos pasen por alto las verdaderas virtudes del guión. No porque rompan el tono a ratos onírico del argumento –todo lo contrario- sino porque, embobados por la labor de McKean, pocos se dan cuenta de que la verdadera fuerza de la obra está en su escalofriante dramatis personae. El guión deja gemas tan elaboradas como la explicación de la locura del Joker –encajando coherentemente todas las versiones del personaje, desde las más ligeras a las más extremas- pasando por la dependencia de Dos Caras hacia su moneda y sus inútiles intentos de curación o la visión deforme y monstruosa de buena parte de su galería de villanos (Clayface, Sombrerero Loco, Maxie Zeus). Mención aparte merece el propio Batman, despojado de cualquier rasgo humano al ser mostrado como una sombra sin rostro. Un retrato del que muchos autores posteriores han bebido –incluido el propio Morrison en su estancia en las series de Batman- pero que muy pocos han llevado tan lejos, hábilmente filtrado mediante referencias a Alicia en el País de las Maravillas, los cuentos de Edgar Allan Poe, las teorías junguianas sobre el imaginario colectivo o rituales ocultistas.
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Grant Morrison nos ofrece un Joker que sirve de reflejo a todas las versiones previas del personaje e incluso, de prólogo a su futura interpretación del payaso en las colecciones de Batman |
Por tanto, aquel incauto que se acerque por primera vez a Arkham Asylum atraído por su (muy) ligera conexión con la exitosa franquicia de videojuegos, posiblemente se llevará un chasco al encontrarse con un cómic ajeno a los cánones habituales. Una obra imperfecta en su comunión artística entre guión y dibujo, pero fruto de una alquimia fascinante e irrepetible.
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