Los desaprovechados orígenes de Lobezno
La publicación en nuestro país de los números finales de Wolverine: Origins supone el final de los capítulos en teoría más determinantes en la trayectoria del mutante de las garras. Y digo en teoría porque en el balance final las ambiciosas intenciones no coinciden con los discutibles resultados. Por motivos tanto propios como ajenos.
Con Lobezno: Origen (de Paul Jenkins y Andy Kubert) muchos pensaron que el potencial del personaje quedaría destruido, al eliminar el componente de misterio del mismo. Sin embargo, quedaron más preguntas que respuestas. El lapso que va de dicha obra al Arma-X de Barry Windsor-Smith seguía siendo lo suficiente largo y misterioso. El relanzamiento del personaje tras Dinastía de M pretendía finalmente cubrir ese lapso y poner en orden todas las aportaciones aisladas –y en ocasiones contradictorias- realizadas desde la época de Chris Claremont. Tan compleja labor fue encomendada a Daniel Way, guionista de última hornada que afrontaba aquí su primer trabajo de envergadura. El plan tejido por Way era tan ambicioso que, tras una primera saga, Marvel lanzó una segunda cabecera donde desarrollar ese argumento. Con dibujos de Steve Dillon –quizás no la opción más adecuada- Way planteó una larga trama en la que tras recuperar toda su memoria, Lobezno ajustaba cuentas con su pasado, ordenaba todas la incoherencias de continuidad –su relación con Japón, su participación en las dos guerras mundiales, la aparición del proyecto Arma-X…-, (re)descubría sus lazos pasados con otros personajes –Nuke, Nick Furia, Bucky, la Viuda Negra- reparaba en la existencia de un anónimo y poderoso villano responsable de sus desgracias y conocía a su hijo Daken, más peligroso y salvaje que él mismo.
Way jugaba al misterio, soltando pistas aquí y allá y reinterpretando numerosos episodios de la biografía del personaje en torno a una gran historia de intriga y conspiraciones. La serie se dejó leer con interés durante su primera veintena de números, pero entonces todo se vino abajo. En paralelo a Origins, la serie regular había sido reconvertida en una suerte de antología donde diferentes equipos creativos se sucedían sin continuidad. Uno de esos fue el formado por Jeph Loeb y Simone Bianchi, cuya historia (Evolución) torpedeó vilmente el esquema planificado en la colección hermana. La aparición del misterioso inmortal llamado Rómulo y la muerte de Dientes de Sable trastocaron por completo todos los planes de Way, obligándole a regañadientes a adoptar las aportaciones de Loeb e improvisar sobre la marcha. A partir de aquí la serie comenzó a perder fuelle. Tramas que se alargaban inútilmente (¿Hacían falta cinco números para contar una pelea con Masacre?), giros argumentales que rozaban en ocasiones lo absurdo (a ratos daba la sensación de que ni el propio Way sabia de que hablaba) y un tratamiento de personajes bastante plano (Rómulo resultó ser uno de los villanos más sosos de la editorial) pasaron a ser rasgos habituales. Baste decir que en apenas unos números de Vengadores Oscuros, Bendis supo sacarle más partido a Daken que su propio creador. El baile de dibujantes tras la marcha de Dillon tampoco le hizo ningún favor a la serie. Y por último, que la edición española interrumpiese cada poco la trama para dar cabida a la serie original –caracterizada por una calidad desigual- supuso el beso de la muerte para una cabecera que de forma lenta pero continuada comenzó a perder el apoyo de los lectores. El resultado final sólo puede calificarse como decepcionante y parece unirse a la larga lista de casos en los que injerencias editoriales echan por tierra el trabajo de un autor. Una pena, pues como apuntábamos al principio, el potencial era enorme. Esperemos que la nueva serie a cargo de Jason Aaron no sufra el mismo destino.
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