De cómo el cine mató a los Cuatro Fantásticos
La nueva adaptación cinematográfica de los Cuatro Fantásticos se ha convertido a su pesar en uno de los acontecimientos cinematográficos del año. Y decimos a su pesar porque el fracaso en taquilla y las demoledoras críticas recibidas tras el estreno culminan la campaña de desprestigio que parece haber recorrido toda la producción.
La intransigencia de los fans ante las libertades teóricamente tomadas sobre el material original, la supuesta poca profesionalidad del director Josh Trank durante la filmación, los cambios a los que la película se vio sometida por los productores, los trapos sucios aireados por ambas partes durante los meses previos al estreno… no es la primera vez que una película pasa por una producción infernal que condiciona para mal el resultado final.
Pero en el caso de estos nuevos Cuatro Fantásticos fílmicos la virulencia de esa negatividad ha sido tal que ha acabado eclipsando al film por completo. Lejos de ser “la peor película de superhéroes de la historia” como ha podido leerse en muchas críticas (curiosamente más centradas en la problemática producción del film que en el film en sí mismo), Los 4 Fantásticos (2015) supone una versión tan ambiciosa como fallida de los conceptos creados por Stan Lee y Jack Kirby. Más cercana la moderna reformulación del cuarteto para la línea Ultimate, la visión de Trank consta de una primera hora con una interesante visión del género desde la óptica de la ciencia ficción adulta, rematada por un tercio final lamentable tanto en su narrativa como en sus valores de producción.
Pero repasar la tortuosa elaboración del film o examinar sus virtudes (que las hay) y defectos (que son dolorosamente patentes) la intención de este texto es llamar la atención sobre un efecto colateral de este asunto que pone de manifiesto el lugar dolorosamente real que el cómic sigue ocupando en el actual panorama del entretenimiento multimedia. Como señalamos hace tiempo los Cuatro Fantásticos son unos personajes cuyos derechos cinematográficos pertenecen a 20th Century Fox. Una propiedad anterior a que Marvel Studios pusiese en pie su taquillero universo Marvel cinematográfico y fuese adquirido por Disney. La puesta en marcha de esta nueva adaptación obedecía al deseo de Fox de retener esos derechos y evitar que estos revirtiesen a Marvel, añadiendo así más munición al arsenal cinematográfico de la competencia.
A diferencia de Spiderman, con el que Sony y Disney han llegado a un acuerdo de colaboración, Fox no quería dar su brazo a torcer. Eso dio pie a una suerte de enfrentamiento entre ambos estudios donde la cancelación de todos los cómics relacionados con los Cuatro Fantásticos parece obedecer a una estrategia ofensiva. La intención última parece ser la de eliminar cualquier promoción adicional que pudiese tener toda versión cinematográfica de los personajes hasta que la propia Marvel pueda elaborar una propia. Pero dicho plan incluye un obstáculo insalvable: después de tres versiones cinematográficas –la producida por Roger Corman a principios de los 90 y nunca estrenada por cuestiones legales; las dos sosas e infantiloides entregas firmadas por Tim Story; la polémica versión de Trank- saldadas con sendos fracasos económicos y despreciadas por lectores y no lectores, los Cuatro Fantásticos se han convertido en una propiedad envenenada en términos cinematográficos. Y por mucho “toque Marvel” que pueda añadirse a una futura versión, la sombra de esos fracasos previos es demasiado larga para que ningún productor con dos dedos de frente se arriesgue.
Sin embargo, lo peor de todo este asunto es como ese conflicto entre estudios ha afectado a los personajes en el propio medio que les vio nacer, condenando al ostracismo una serie de enorme influencia y con etapas brillantes como las desarrolladas por John Byrne, Mark Waid ó Jonathan Hickman. Con sus protagonistas desperdigados por distintas series de la editorial, esta es la primera vez en más de medio siglo que Marvel no publica una colección del grupo que supuso el inicio de su universo tal como lo conocemos. Un pedazo de historia del comic mundial eliminado por culpa de unos derechos cinematográficos actualmente devaluados. Triste manera de confirmar que, pese a una mayor proyección de la historieta como medio artístico legítimo, esta sigue siendo considerada por muchos como una manifestación de segunda clase.
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