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La Atalaya del Vigía Comic Digital
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La bárbara historia de Groo

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 16/09/2015
La Atalaya del Vigía

Tenía que suceder. Era inevitable que los dos bárbaros más famosos de la historia del cómic cruzasen sus caminos. La publicación de Groo vs Conan cierra así un círculo donde el famoso cimmerio creado por Robert E. Howard se encuentra con su más lograda parodia: Groo el Errante, el más estúpido y bufonesco bárbaro que haya pisoteado con sus sandalias las páginas del cómic USA.

Creación del valenciano expatriado Sergio Aragonés, Groo hizo su primera aparición en 1982 con una historia de cuatro páginas en Destroyer Duck #1, cómic benéfico publicado por Eclipse Comics para ayudar al guionista Steve Gerber a costear su batalla legal con Marvel por los derechos de Howard el Pato. Aragonés, forjado en la revista satírica MAD, parodiaba así la serie Conan el Bárbaro, uno de los grandes éxitos de la Marvel de la época.


Con ideas acumuladas sobre el personaje rondándole la cabeza desde hace bastante tiempo Aragonés llegó a un acuerdo con Pacific Comics, una pequeña editorial independiente que le ofreció completa libertad creativa así como mantener los derechos sobre su creación. Debido a la quiebra de la empresa, esa primera cabecera duró apenas ocho números pero, acto seguido, Groo pasó a ser publicado por Epic (el sello de autor de Marvel) durante la siguiente década. Tras el cierre de dicho sello -y un breve paso por Image- el personaje recaló en Dark Horse a finales de los noventa, donde ha ido protagonizando miniseries de forma regular.


Groo el Errante narra las andanzas del protagonista titular, un guerrero simplón y despistado que se gana la vida alquilando su espada al mejor postor a cambio de dinero y raciones de queso fundido. De carácter impulsivo e inteligencia tremendamente limitada, el personaje vaga a lo largo y ancho de un mundo medieval fantástico donde su nombre se ha hecho infame por su capacidad para provocar catástrofes allí por donde pasa. Su habilidad para hundir todos los barcos a los que sube o su tendencia a atacar por igual a aliados y enemigos en la batalla son gags comunes en la mayoría de historias. Por suerte Aragonés y su co-guionista Mark Evanier han sabido hacer de la serie algo más que una repetición mecánica de los mismos chistes, dándole una personalidad propia más allá del concepto inicial de simple parodia. En muchas ocasiones el propio Groo funciona más como una herramienta de la narración que como verdadero protagonista de la misma, elaborando argumentos con tono crítico hacia ciertos temas de índole social –la política, la economía, la guerra, la desigualdad sexual, etc- listos para que el personaje los derribe mediante su torpeza con hilarantes resultados.


Asimismo, y aunque el protagonista es un simplón de una pieza sin mayores matices que su capacidad para el desastre, Aragonés ha ido creando un reparto de secundarios que son quienes realmente sostienen la narración: las brujas Arba y Dakarba, que repetidamente intentan manipular a Groo a su favor para acabar saliendo escaldadas; el apuesto y poderoso guerrero Arcadio, quien siempre se lleva el mérito por los aciertos del protagonista; Chakaal, una fiera heroína que soporta con resignación los gestos amorosos Groo; el Sabio, una suerte de mentor cuyos consejos Groo siempre interpreta de forma errónea; Taranto, ladrón y mercenario cuyos planes siempre acaban arruinados involuntariamente por el bárbaro; el Trovador, un juglar que sigue al protagonista componiendo canciones sobre sus estupideces; y por último y más importante Rufferto, un perro que acompaña fielmente a Groo y el único que le considera un ser inteligente.


Alternando historias de mayor extensión con números únicos y con un dibujo que abraza sin pudor el estilo más caricaturesco posible, Groo el Errante constituye una autentica rara avis dentro del cómic USA. No en vano es una serie de corte humorístico, propiedad de su autor y que lleva publicándose de manera casi ininterrumpida más de treinta años. Y lo hace sin haber perdido un ápice de su nivel de diversión original. Razones más que sobradas para darle una oportunidad a una cabecera que, en cualquiera de sus entregas, garantiza como mínimo un puñado de carcajadas.


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