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Hellblazer: Brian Azzarello Comic Digital
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"Qué ironía, que la fuente de mis poderes termine por matarme cuando todo lo demás ha fallado" Superman / All Star Superman #1
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Hellblazer: Brian Azzarello

El infierno es un británico en Estados Unidos

Un artículo de Javier Jiménez Jiménez - Introducido el 21/10/2015

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Hellblazer es, además de la colección más longeva del sello adulto Vertigo de DC, uno de los títulos que más han reflejado las inquietudes, terrores e incertidumbres de los guionistas que han pasado por sus páginas. A lo largo de su historia, escritores de primera fila como Alan Moore, Jamie Delano, Garth Ennis o Warren Ellis –por citar algunos- han usado al amoral, y en ocasiones inmoral, John Constantine como reflejo de sus turbaciones y alarmas ante un mundo difícil de entender en muchas ocasiones. Nuestro bastardo favorito ha servido como espejo de las barbaridades e injusticias políticas del Reino Unido de Margaret Thatcher, la inseguridad y desilusión de la realidad irlandesa o la alienante soledad del Londres actual.


También ha sido Hellblazer un título con un claro sabor británico desde su creación. Las primeras historias de Constantine fueron narradas por el inigualable Alan Moore en La Cosa del Pantano y, como si de una guía clara se tratara, sus siguientes etapas parecían dejar claro que el personaje estaba unido indisolublemente a su Inglaterra natal. Así fue siempre y así sería por toda la eternidad… Al menos, hasta la llegada del muy americano Brian Azzarello al título.

Un infierno muy real


Este guionista, curtido en las historias de género noir y aupado a la fama gracias a su trabajo en la imprescindible 100 Balas, parecía a priori una extraña elección para una colección con elementos realistas pero clara influencia mágica. Nada podía indicar que el escritor fuera capaz de brillar en un universo poblado por mortales demonios, peligrosos conjuros y ángeles vengativos. Y la verdad es que no nos equivocábamos. Estos parajes siniestros y embrujados no eran el punto fuerte de Azzarello aunque, como todo guionista de primer orden, él lo supiera mucho antes que nosotros y decidiera sumergir a nuestro protagonista en un país depravado y peligroso con horrores mucho más oscuros que un puñado de rabiosos demontres.


Como comentábamos unas líneas más arriba, la predilección del escritor de Cleveland por los personajes al límite, de dudosa moralidad y proclives a la violencia auguraba una brutal etapa para Constantine. De esta manera, nadie encontró extraño que el primer arco argumental comenzara con nuestro investigador encerrado en una prisión norteamericana de máxima seguridad y rodeado por los peores especímenes humanos que nunca hubieran existido.

La increíble capacidad de Azzarello para reflejar las miserias y la crueldad humana se ve reforzada en esta primera historia por los feistas y grotescos trazos del inigualable Richard Corben. En manos de este ilustrador, la estancia carcelaria de John se convierte en una verdadera bajada a los infiernos donde nuestro protagonista jugará con su habitual socarronería y saña con las vidas de aquellos que se atreven a acercarse a él.


Venganzas, secretos y perversas obsesiones


Una vez concluida esta primera saga, el guionista expone ante nosotros las piezas del misterio que dará cohesión a su etapa para dar comienzo a un viaje en el que lo sobrenatural siempre se esconderá ante el peso de las miserias y la capacidad destructiva del ser humano. Y es esta decisión de no usar los elementos más fantásticos de la colección la que convierte este tomo en algo único e inesperado dentro de la historia de Hellblazer.


El escritor nos sumerge en horror puro del tipo que querrá hacer que nos demos una ducha tras finalizar algunos pasajes de este tomo de ECC. El terror verdadero no está en los imaginarios monstruos que se esconden en los armarios o en los vengativos fantasmas japoneses sino que mora en los pueblos de la América profunda, en las mentes de aquellas personas que apelan a la xenofobia como ley sagrada o en el amor llevado a la más malsana obsesión. Los pocos apuntes que Azzarello dedica a la magia en estado puro –un Golem por aquí, un hechizo por allá…- parecen ser más una llamada a otras épocas de la colección que producto de los intereses y capacidades del guionista.


Mención especial merece el agente especial del FBI Frank Turro, creación de Azzarello para su saga que se convierte en acompañante de Constantine en su estancia en la serie. Con muchos secretos en la recámara y poca simpatía por nuestro bastardo británico, Turro se convertirá en otra más de esas marionetas que el cruel Constantine mueve a su antojo en la persecución de la identidad de quien sea que lo haya hecho acabar encarcelado y vagando por un país que detesta.


Quizás sea la resolución de este misterio la parte menos lograda del tomo. No quiere decir esto que el misterio que se esconde tras las desgracias americanas de nuestro protagonista no esté resuelto con maestría e interés pero, quizás, nos lleve a terrenos ya visitados por multitud de obras de ficción. El autor decide salpicar la resolución de su etapa de oscuros clubs de sadomasoquismo, sexualidades alternativas y fustas y látigos, dejándonos la impresión de que esto ya lo hemos leído en alguna parte. Además, lo más siniestro y depravado no suele ocurrir en estos ambientes, como dejan claro algunas de las historias previas de este volumen, sino en hogares de apariencia apacible, comunidades extrañamente amigables y la más clara luz del día.

Aún así, este es un tomo que no puede faltar en tu biblioteca gracias al buen hacer de Azzarello, los dibujos de artistas como Corben, Guy Davis, Steve Dillon o Marcelo Frusin o la saga Highwater, salpicada de escenas increíblemente aterradoras como aquella en la que un miliciano reinterpreta la historia de Adán y Eva para justificar sus ideas racistas o su estúpidamente excluyente idea de los derechos divinos y a quien corresponden.


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