Frecuencia Global: La serie de las mil y una posibilidades
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La mente de Warren Ellis bulle de conceptos. Quizá demasiados para plasmarlos en el marco de una serie regular. Ello, unido a su deseo de insuflar aire fresco al medio abriendo el abanico argumental del cómic USA a otros géneros, tiene como consecuencia el torrente de miniseries, especiales y breves etapas que vienen jalonando su carrera en la última década. Con Frecuencia Global Ellis llevó esa idiosincrasia un paso más allá, con un proyecto que presentaba un nuevo concepto en cada entrega.
Rehuyendo de la imperante política del tomo actual para recuperar las virtudes del formato grapa, Frecuencia Global partía de una premisa tan sencilla como atractiva, capaz de adaptarse a lo que Ellis tuviese en mente en cada momento. Frecuencia Global es una agencia independiente dedicada a solventar amenazas irresolubles por parte de las organizaciones de cada país. Liderada por la misteriosa Miranda Zero, la agencia está formada por 1001 agentes desperdigados por el planeta y reclutados por sus respectivos talentos en los campos más variados. Comunicados por una red de telefonía móvil gestionada por la hacker Aleph, la agencia dispone así de los operativos más adecuados para cada misión, que van desde operaciones militares a fenómenos paranormales, pasando por experimentos descontrolados, amenazas terroristas y el recelo que suscita en los gobiernos de distintos países la existencia de esta organización que no está bajo control alguno.
Con Miranda Zero y Aleph como único hilo conductor, cada entrega de la serie presentaba un nuevo reparto protagonista reunido para hacer frente a la amenaza de turno. La obsesión de Ellis por la alta tecnología, su efecto en los usuarios y las consecuencias –buenas y malas- del mismo suponían el origen de buena parte de los argumentos, transitando por géneros como acción, suspense, thriller político, ciencia ficción o terror. El guión aprovechaba al máximo las veinticuatro páginas de cada entrega para elaborar una historia con un inicio, nudo y desenlace perfectamente medidos, logrando perfilar eficazmente la personalidad de cada uno de los personajes pese al escueto espacio autoimpuesto para ello. El detective Winston Croft, la corredora de parkour Sita Patel, el mago Alan Crowe, el policía aborigen Danny Gulpilil, la informática Lana Kennedy, el sicario Mister Grushko o el exsoldado John Stark son algunos de los protagonistas que desfilaron por la cabecera, probando la habilidad del guionista británico para crear personajes carismáticos e interesantes en tiempo record. Máxime cuando –excepto el número final, que recuperaba a varios de ellos- su presencia se limitaba a un único episodio.
Esa versatilidad era pareja a la de los argumentos que, lejos de seguir una plantilla fija sobre la que ir introduciendo variaciones, presentaban un estilo distinto en prácticamente cada entrega. Números donde la acción se dispersa a lo largo de varios lugares y personajes se alternaban con otros consistentes en una única secuencia con un solo protagonista mostrados hasta el más mínimo detalle. Historias de ritmo endiablado y argumento sucinto convivían con otras más reflexivas y centradas en crear una atmosfera determinada. Tramas centradas en las dos únicas protagonistas fijas se sucedían a otras donde su presencia se reducía a una sola viñeta. La única constante era la de hacer de cada número algo completamente diferente hasta el punto de que el lector nunca supiese lo que se encontraría en cada capítulo.
Buena parte de esa versatilidad provenía del apartado gráfico y la decisión de Ellis de asignar cada entrega a un dibujante distinto. Consciente de las capacidades artísticas de cada uno de sus colaboradores gráficos, el guionista escribió cada historia a medida del dibujante asignado al mismo, subrayando sus puntos fuertes para permitirles lucirse como mejor saben. La selección de ilustradores resultó tan ecléctica como soberbia, alternando a autores veteranos (Garry Leach, Glenn Fabry, Steve Dillon, David Lloyd, Simon Bisley, John Jay Muth) con valores más recientes (Roy Allan Martinez, Lee Bermejo, Chris Sprouse, Tomm Cocker, Jason Pearson, Gene Ha), algunos de los cuales se han hecho bastante caros de ver. Bien porque llevan años limitándose a portadas, porque han decidido centrarse en otros campos de la ilustración o porque su ritmo de trabajo suele ser más lento de lo exigido por la periodicidad mensual.
Aunque su habilidad para reinventarse continuamente a sí misma argumental y estéticamente daba pie a una longeva trayectoria, Ellis decidió cerrar la serie tras doce entregas. Asimismo la propia naturaleza episódica de la obra la convertía en material ideal para el formato televisivo, pero irónicamente los intentos frustrados de adaptación a dicho medio se han ido sucediendo sin fructificar más allá de un episodio piloto rechazado. Mientras esperamos que Ellis se decida a crear una “segunda temporada” la reedición de ECC permite recuperar esta estimulante propuesta que reivindica no solo otro tipo de géneros, sino también otra forma de entender y hacer el comic mainstream USA.
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