Daredevil: La sombra de Miller es alargada
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El estreno de la segunda temporada de Daredevil (Netflix, 2015-…) ha servido para que Panini reedite en una lujosa edición la emblemática etapa original de Frank Miller como cronista del Diablo Guardián. Un doble motivo para recalcar la importancia de una etapa cuya influencia sigue siendo patente sobre el personaje más de tres décadas después de su publicación.
Cuando Miller aterrizó en la serie en 1980 Daredevil estaba al borde del deshaucio. Con unas ventas próximas a la cancelación y una periodicidad bimestral, Marvel mantenía la serie casi por pura inercia. Pero semejante panorama acabaría por ser beneficioso para el joven dibujante. Así, tras un puñado de números escritos por Roger McKenzie, en el #168 USA Miller asumió también el papel de guionista con el beneplácito de unos editores sin nada que perder. En ese primer número como autor completo -que fusilaba de manera confesa una historia de su admirado Will Esisner para The Spirit- Miller presentó a Elektra Natchios, antiguo amor de juventud de Matt Murdock reconvertida en implacable asesina a sueldo. Historia y personaje sembraron las semillas de lo que iba a ser esta etapa donde un Miller libre de grandes imposiciones editoriales podía llevarse la serie a su propio terreno. Su gran afición a la serie negra y su fascinación por la cultura japonesa y las artes marciales comenzaron a inundar la cabecera, convirtiendo la naturaleza superheroica de la misma en algo casi circunstancial.
De raíces irlandesas y criado como católico, Miller mostró a Matt Murdock y su alter ego como un hombre torturado, falible y que se cuestiona sus acciones, alejándolo del héroe risueño de sus inicios y explorando la contradicción de un abogado y ferviente creyente que imparte justicia al margen de la ley disfrazado de diablo. Miller también reescribió los orígenes del protagonista, revelando la existencia de Stick, un maestro que ayudó al héroe ciego a controlar sus nuevos sentidos y dominar el arte de la lucha. Stick y la citada Elektra suponían la punta del iceberg de una gran trama relacionada con el clan de asesinos ninja conocido como La Mano y su guerra ancestral con sus rivales La Casta. Un trasfondo oriental cargado de misticismo que quedaría indivisiblemente unido al personaje desde ese momento.
La otra gran trama de esta etapa fue la recuperación de Kingpin como señor del crimen. Adversario de segunda fila de las series de Spiderman, Miller reinventó a Wilson Fisk convirtiéndolo en una peligrosa amenaza tanto física como mental. Su brutalidad y astucia, unidos a una carismática y compleja personalidad rápidamente le convirtieron no solo en el archienemigo de Daredevil, sino en uno de los villanos más destacados de la editorial. Miller sometió a un proceso similar a Bullseye, olvidado villano creado para la serie unos años atrás, al que imprimió una personalidad de psicópata imprevisible y sin escrúpulos tan fascinante como aterradora.
Aunque ocasionalmente Miller dejaba espacio en sus tramas para el humor mediante secundarios como el abogado Foggy Nelson o el inepto matón Turk, tras su llegada el tono de la serie comenzó a oscurecerse con historias sobre violencia callejera (Lady Killer), corrupción política (Fumador), tráfico de drogas (Juego de Niños), muerte de seres queridos (Último Trabajo) o la tentación de la venganza personal (Ruleta). Todo ello plasmado por un apartado gráficos donde las carencias de Miller como ilustrador –especialmente visible en la escasa expresividad de los personajes- quedaban sobradamente compensadas por sus dotes como narrador, patentes en sus inventivas planificaciones de página, el ritmo casi cinematográfico entre viñetas o el original manejo de recursos como las onomatopeyas y el uso de varios puntos de vista.
La agridulce vida amorosa de Matt Murdock, su amistad con el periodista Ben Urich, la rivalidad entre Daredevil y Punisher, el perverso juego de estrategia mental entre Murdock y Fisk… elementos definitorios de la serie que fueron introducidos por Miller, convirtiéndose en parte fundamental de su idiosincrasia. Dentro del cómic de superhéroes mainstream pocos autores han dejado una huella tan profunda en un personaje ajeno como la que Miller dejó en Daredevil. Ciertamente el paso del tiempo ha dejado desfasados ciertos elementos de esta etapa, caracterizados por la época en que fue creada. Pero el sólido del trabajo de este Miller primerizo ya contiene las virtudes que definirán obras posteriores de su autor mucho más logradas. Asimismo esta etapa marcó a fuego la posterior evolución de la serie, influenciado consciente o inconscientemente el trabajo de subsiguientes escritores como Ann Nocenti, Brian Bendis o Ed Brubaker en una tendencia solo rota por la reciente etapa de Mark Waid. Su influencia se extiende incluso a otros medios, como demuestran la fallida versión fílmica interpretada por Ben Affleck o la estupenda adaptación televisiva protagonizada por Charlie Cox.
Finalizada en el #191 USA, Miller volvería de manera intermitente sobre su propia labor con excelentes resultados (Born Again, Amor y Guerra, Elektra Lives Again, El hombre Sin Miedo). Pero fue allí, en aquella etapa original de apenas veinticuatro números, donde comenzó todo. Una lectura imprescindible para entender las trayectorias tanto del personaje como del autor que nunca podrá ser lo suficientemente reivindicada.
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