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El contraataque del caballero oscuro: De secuelas y polémicas

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 26/05/2016
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El viejo adagio dice que segundas partes no son buenas. Una norma a la que rápidamente pueden encontrase notables excepciones. Pero, independientemente de su calidad, las segundas partes siempre suelen ser polémicas. Y más si lo son de una obra tan redonda e influyente como El Regreso del Caballero Oscuro. La reciente publicación de una nueva secuela vuelve a encender el controvertido recuerdo sobre su divisiva continuación cuando se cumplen quince años de su lanzamiento.


Los orígenes de El Contraataque del Caballero Oscuro se remontan a poco después de la publicación de la miniserie original, cuando Frank Miller tanteó la posibilidad de ampliar esta con un quinto número en forma de epílogo. La intención del mismo habría sido la de explorar las consecuencias de la trama en el resto del universo DC, sobre el que Miller había dejado pequeñas e interesantes pistas como la breve aparición de un resentido Green Arrow calvo y manco. Pero otros proyectos requirieron la atención del autor y la idea pareció quedar abandonada. Al menos hasta el año 2000 cuando ante la insistencia de Bob Schreck –nuevo editor de las series del murciélago- Miller decidió rescatarla, esta vez como una miniserie de tres especiales de ochenta páginas.


Ambientada cronológicamente tres años después de la primera entrega, la secuela retoma al viejo Bruce Wayne y a la nueva Robin, Carrie Kelly –ahora convertida en Catgirl-, al frente de un ejército de justicieros enfrentado a la oposición de un gobierno cada vez más corrupto y manipulador manejado entre bambalinas por Lex Luthor y Brainiac. La primera entrega, centrada en el reclutamiento de los viejos héroes para hacer frente a dicha amenaza, contiene los mejores momentos del argumento. Y aunque la premisa no es precisamente original –Kingdom Come partía de una idea similar seis años antes- su ejecución brilla con luz propia. Ideas como el páramo de monstruos gigantes donde Átomo permanece prisionero –que resulta ser una placa de petri llena de microorganismos- o la cárcel donde las autoridades retienen a Flash obligándole a correr sin descanso para producir energía aúnan ingenio e ironía a partes iguales.


Asimismo, el tratamiento de personajes como Question –al que devuelve sus carácter objetivista original- o Wonder Woman -más apegada a sus raíces mitológicas griegas que nunca- ofrece algunos de los mejores diálogos del asunto. Miller también retoma su controvertida versión de Superman como esbirro gubernamental, explicando aquí los motivos que le han llevado a ser un títere enfrentado a sus antiguos aliados. Pero todo ese desarrollo de personajes irónicamente no se aplica al protagonista, presentando en esta ocasión a Batman como un personaje de una pieza, carente de la introspección psicológica manejada por el autor en sus anteriores trabajos y escupiendo vacuas frases lapidarias sin pausa. Miller se centra en el papel del murciélago como líder revolucionario descartando el resto de facetas del personaje que con tan buenos resultados había manejado en la primera entrega.


Además, Miller se saca de la manga una extraña subtrama que convierte -sin explicación alguna ni apenas relación con el resto del argumento- al Robin original Dick Grayson en una suerte de copia invulnerable del Joker obsesionada con destruir a su antiguo socio y su nueva ayudante. Pero el mayor problema acontece justo a mitad de la historia. En plena elaboración del cómic tuvieron lugar los atentados del 11-S, que marcaron de manera profunda a Miller hasta el punto de cambiar sobre la marcha la historia para eliminar el tono contestatario de la misma. Un giro radical que, unido a la torpeza y simplicidad de su ejecución, hace que el resultado se asemeje a una (auto)parodia de la miniserie original antes que una prolongación digna de ese nombre.


Y si en el plano argumental la obra alterna virtudes y defectos, en el apartado gráfico el resultado es un completo desastre. La agresiva estilización del Miller dibujante tras una década dedicado en exclusiva a Sin City se cobra su precio con unas páginas donde el amplio abanico de recursos narrativos de sus mejores obra brilla por su ausencia: exceso de ilustraciones a toda página, sobreabundancia de espacios en blanco, carencia de fondos y detalles, estatismo narrativo, nula expresividad y deficiente anatomía de los personajes… fallos impropios no ya de un autor de la talla de Miller, sino incluso de un nivel de ilustración profesional. El dibujo también sufre del coloreado de una Lynn Varley perdida en una plana y chillona paleta de colores digitales que no solo rompen el tono crepuscular de la trama, sino que palidecen en comparación con anteriores obras del mismo dúo artístico.


Éxito de ventas, fracaso de crítica y obra divisiva a más no poder entre los seguidores del autor, El Contraataque… inició el periodo de decadencia en el que Miller lleva atrapado los últimos años. Una decadencia progresivamente más acusada en trabajos como All Star Batman & Robin y Terror sagrado. Que la recién publicada tercera parte delegue el grueso del trabajo en Brian Azzarello y Andy Kubert supone un alivio por la posibilidad de que la saga remonte creativamente. Pero también una decepción por no ser el esperado regreso del mejor Miller que los fans llevamos esperando desde entonces.

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