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X-Men: Evolución de una saga cinematográfica (II)

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 08/06/2016

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Justo cuando Marvel Studios empezaba a desplegar su exitoso universo cinematográfico interconectado, la saga mutante apadrinada por 20th Century Fox comenzaba a quedarse atrás pese a su trayectoria previa en dicho terreno. La debacle de la línea de spin-offs individuales por un lado y la necesidad de renovar los derechos cinematográficos sobre los cómics por el otro obligaron a replantear por completo la franquicia desde un nuevo enfoque. Irónicamente la novedad del mismo consistió en volver al inicio, recuperando a Bryan Singer y su propuesta de realizar una precuela que narrase el origen de la relación entre los dos líderes mutantes: Charles Xavier y Magneto.


A pesar de su implicación en el argumento y la producción, Singer se vio obligado a ceder la dirección al británico Matthew Vaughn, cuya filmografía previa –Stardust (2007), Kick-Ass (2010)- mostraba un gran respeto y afinidad hacia el 9º arte. Con el título de X-Men: Primera Generación (2011) Vaughn y su guionista Jane Goldman tomaron la premisa de Singer y su enfoque del material para unirlo hábilmente al contexto histórico de la década de 1960 –las tensiones de la Guerra Fría, el pánico a la guerra nuclear- condimentado con toques de las primeras películas de James Bond. Vaughn tomó como centro dramático la química del dúo Xavier-Magneto, ampliado para convertirlo en una suerte de triangulo fraternal que incluye a Mística. Y a pesar de verse obligado por cuestiones de cronología a utilizar personajes menos conocidos -Kaos, Banshee, Emma Frost, Darwin, Azazel-, el film recupera el mejor pulso de la saga gracias a una inspirada puesta en escena y el estupendo trabajo de unos ascendentes James McAvoy (Xavier), Michael Fassbender (Magneto), Jennifer Lawrence (Mística) y Nicolas Hoult (Bestia) haciendo suyos los personajes del reparto original.



Pese a un ajustado resultado en taquilla -la debacle del film de Lobezno pasó factura- el buen recibimiento crítico de esta precuela propició su continuación. Ambientada esta vez en la década de 1970, la siguiente X-Men aprovecharía el trasfondo político y social de sucesos como el asesinato de JFK, la lucha por los derechos civiles, la guerra de Vietnam y la corrupta presidencia de Nixon. Sin embargo esta vez fue Vaughn quien se cayó del proyecto en favor de Kingsman (2015), provocando que Singer asumiese los mandos del mismo y modificando el enfoque inicial con una compleja vuelta de tuerca. Inspirándose en la emblemática Días del Futuro Pasado la trama prevista por Vaughn pasó a alternarse con otra ambientada en un futuro apocalíptico dominado por los Centinelas donde Singer repescaba al reparto de la trilogía original. Alternando ambas épocas con el incombustible Lobezno como nexo de unión, el film proponía una ambiciosa historia llena de paradojas temporales con la que, en última instancia, se buscaba reparar ciertas incongruencias argumentales de la franquicia y darle un reinicio que “borraba” completamente las dos películas con las que Singer no tuvo relación.


Contando con el mayor presupuesto de la saga (200 millones) Singer ofreció una película de escenas espectaculares –la primera aparición de los Centinelas, Mercurio colándose en el Pentágono a supervelocidad, Magneto arrojando un estadio sobre la Casa Blanca- pero donde la parte ambientada en el futuro quedaba bastante descompensada pese a su potente arranque y el exceso de personajes pobremente desarrollados –Simon Kinberg, guionista final del libreto también lo fue de X-Men: La Decisión Final (2006)- acabaron lastrando el resultado global de un film que no obstante se convirtió en el más taquillero de la franquicia.



Casi a renglón seguido Singer anunció la puesta en marcha de X-Men: Apocalipsis (2016), presentándola como el episodio más espectacular y también como una suerte de cierre a las precuelas que, rizando el rizo, enlazaría conceptualmente –que no cronológicamente debido al reseteo temporal- con la película original mediante la presentación de las nuevas y juveniles versiones de Cíclope, Jean Grey y Tormenta. Ambientada en 1983, la película utiliza como villano a Apocalipsis e introduce y/o recupera nombres como Rondador Nocturno, Ángel, Mariposa Mental o Júbilo, pero el gran número de personajes no se corresponde con su aprovechamiento argumental. Solo Magneto (a costa de reincidir una vez más en su ciclo de caída y redención) y las nuevas versiones de Cíclope y Jean Grey logran una entidad dramática destacable. Y mientras Mística acapara un protagonismo que parece resultado del estatus estelar de su intérprete antes que de su importancia como personaje, Apocalipsis y sus secuaces adolecen de una simpleza (pese al esfuerzo de un irreconocible Oscar Isaac como el villano titular) que retrotrae a los peores momentos de La Decisión Final.


Con todo Apocalipsis goza de una trama mejor construida que esta última, ejemplificada en la modélica batalla final donde los protagonistas se ven obligados a trabajar en equipo para derrotar al villano. Pero ni la excelente ejecución de ciertas secuencias –Mercurio evacuando el instituto Xavier a supervelocidad durante una explosión, la aparición de Lobezno con guiño a Arma-X- puede evitar cierta sensación a deja vú a estas alturas. El sorprendente resultado de Deadpool (2016) –que ha revivido la línea de spin-offs individuales con proyectos como Gambito y X-Force- y el fichaje de Josh Boone como responsable del siguiente episodio -titulado provisionalmente Los Nuevos Mutantes-, parecen augurar que quedan mutantes cinematográficos para largo.

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