Promethea: El poder de la inmateria
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Cuando en 1999 Alan Moore dio inicio al sello ABC (America´s Best Comics) para Wildstorm de Jim Lee lo hizo con la intención de romper la tendencia adulta, realista y oscura imperante en la industria norteamericana que él mismo había contribuido a crear años atrás. Su objetivo confeso era devolver al cómic de superhéroes el colorido y la diversión de sus orígenes. Revisiones de las novelas clásicas de anticipación, homenajes a la literatura pulp e hibridación con otros géneros fueron algunos ejemplos. Pero con Promethea Moore tenía en mente algo distinto y mucho, mucho más ambicioso.
Tomando como inspiración la figura de Wonder Woman, la serie presentaba la historia de Promethea, una heroína originaria de la Alejandría del siglo V que se ha ido encarnando en varios portadores a lo largo de los siglos, convirtiéndose en una suerte de figura mitológica. Estudiando sus apariciones y la forma en que han sido plasmadas en obras de diferentes medios (poemas, novelas, tiras de prensa) la joven estudiante Sophie Bangs acaba convirtiéndose en el nuevo avatar de la heroína. Su regreso en un distopico Nueva York de 1999 desata una serie de acontecimientos que involucran a fuerzas de este y otros mundos en un esquema en el que Promethea parece destinada a provocar el fin del mundo tal y como está concebido.
Planteada inicialmente como una serie de superhéroes de ambientación pulp, Moore pronto inundó sus guiones de un trasfondo mitológico y filosófico donde elementos de diferentes disciplinas religiosas (antiguas y modernas, mayoritarias y minoritarias, monoteistas y paganas) y artísticas (literatura, poesía, pintura, cómic, música) se revelan como manifestaciones de un poder superior llamado Inmateria que se corresponde con la imaginación. La propia Promethea sería la encarnación de tal poder, una suerte de mesías destinada a llevar a la humanidad a su siguiente estado vital. Moore imprime a su historia una concepción gnóstica –el acercamiento a la divinidad mediante el desarrollo del conocimiento en lugar de a través de la fe incondicional- donde vuelca sus conocimientos esotéricos y su filosofía como creador en la que posiblemente sea una de sus obras más personales.
Planeada como una historia autoconclusiva, tras una serie de aventuras encontrándose con personajes como el mafioso Benny Solomon, la secta de El Templo, el grupo de superhéroes los Cinco Magníficos, el hechicero Jack Faust o sus propias encarnaciones previas, Sophie y su alter ego se embarcan en un viaje por los distintos planos astrales, organizados según el Árbol de la Vida cabalístico y los arcanos mayores del tarot. Durante su ausencia el manto de Promethea pasa a manos de su amiga Stacia Vanderveer, reacia a devolverlo al regreso de su predecesora. El enfrentamiento entre ambas da inicio a ese profetizado apocalipsis provocado por la protagonista, en un evento que implicará al resto de héroes de la línea ABC con un inesperado desenlace.
La densidad argumental y los múltiples conceptos manejados por Moore se benefician notablemente del dibujo de J.H. Williams. Artista con una trayectoria tan breve e intermitente como prometedora, Williams se consagraría gracias a esta serie como uno de los dibujantes más dotados, versátiles y espectaculares del cómic actual. La ya conocida ambición de Moore por explorar, forzar y expandir los límites de la viñeta como medio narrativo encuentra en el superdotado dibujante la horma de su zapato. Y es que a cada número, a cada página, a cada viñeta guionista y dibujante parecen retarse entre sí, planteándose desafíos narrativos que provocan que el lector nunca sepa que se va a encontrar cada vez que pasa la hoja.
Los versátiles enfoques de cada viñeta; las preciosistas planificaciones de página; la alternancia entre narración clásica y experimental; el uso de distintos estilos gráficos integrados en un todo coherente –personajes invitados como Tom Strong o Greyshirt están dibujados con el estilo de sus respectivos creadores gráficos-… Moore había logrado previamente una sintonía perfecta con otros dibujantes –Dave Gibbons, David Lloyd, el dúo Stephen Bissette/John Totleben- pero, por exagerado que suene, pocas veces el resultado ha generado una simbiosis tan absoluta. Tanto que cuesta saber donde empieza y acaba la aportación concreta de cada uno al resultado final.
Publicada entre 1999 y 2005, Promethea concluyó en el #32. Un número que supone una suerte de epílogo experimental donde Moore expone por boca de la protagonista sus ideas sobre el poder de la creación artística. Un discurso plasmado en unas preciosistas imágenes de Williams que acaban revelándose como un póster doble desplegable. Un colofón tan original como la propia serie, cuya reputación no parece estar a la altura de sus estatus como uno de los cómics más originales y creativos de las últimas dos décadas. La flamante reedición en tres tomos integrales de ECC Ediciones supone la oportunidad perfecta para poder comprobar tal afirmación de primera mano.
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