ROB, el Michael Bay de la viñeta.
Mal que les pese a algunos, la publicación en España de Masacre Corps, su participación en los lanzamientos del nuevo universo DC con la nueva serie de Halcón y Paloma y el anuncio del regreso de Extreme Studios a Image han vuelto a poner de actualidad a Rob Liefeld. Es el regreso del más terrible de los enfants terribles de la generación de los 90 y posiblemente el que mejor encarna “para lo bueno y para lo malo"- el espíritu de aquella época.
ROB (como gustan en llamarle fans y detractores) cierra con este trabajo una especie de círculo (Halcón y Paloma fueron protagonistas de su debut profesional) y vuelve a situarse en el eje del huracán volviendo a reverdecer el debate acerca de su calidad como autor. Liefeld es un autor dotado de un ojo clínico para conectar con los gustos del público mayoritario y de un estilo gráfico llamativo, impactante y perfectamente reconocible al primer vistazo. Pero Liefeld es al mismo tiempo un deficiente narrador gráfico, con un dominio de la anatomía y las proporciones lleno de carencias y en el que priman los personajes estereotipados, los argumentos sobados y los desarrollos más simplones y repetitivos. En él todo es extremo (como el nombre de su sello en Image). Musculaturas desbocadas, mujeres que parecen posters andantes, armas desproporcionadas, dientes apretados, acción trepidante... Sus cómics son el equivalente a la comida rápida: sabrosa y disfrutable en primer momento pero vacía en el fondo y perjudicial a la larga. Otra de virtud de Liefeld (y esto hasta sus enemigos lo reconocen) es su gran cabeza para los negocios. Da igual cuantas veces se vea obligado a cerrar un proyecto empresarial, abandone una obra en curso o se gane la enemistad de otros autores: ROB siempre cae de pie, listo para reaparecer con fuerzas renovadas.
Releyendo el párrafo anterior acabo de darme cuenta de que todas y cada una de las características antes citadas se ajustan como un guante a otro faro de polémicas, pasiones y odios (en este caso cinematográficos): Michael Bay. Y es que el director de películas como La Roca, Armaggedon o la trilogía Transformers vendría a ser al séptimo arte lo que Liefeld al noveno: narrativa hipertrofiada (donde apenas se entiende lo que sucede), guiones construidos sin disimulo con tópicos y más finos que el papel de fumar (por lo que da igual si no se entiende), acción sin pausa ni prejuicios, estética militarista, féminas despampanantes y de formas imposibles, insistencia machacona en el impacto visual (uno mediante filtros fotográficos y CGI, el otro mediante coloreado infográfico) y pese a todo lo anterior (¿O gracias a ello?) una habilidad para generar cuantiosos beneficios, sobrevivir a continuos linchamientos mediáticos y ganarse el favor y la amistad de los grandes nombres de la industria (Jerry Bruckheimer y Steven Spielberg, Alan Moore y Dan Didio).
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Ambos son dos creadores ninguneados por el estamento "serio", pero apreciados enormemente por la audiencia mayoritaria (aunque muchos jamás lo reconocerían en público). Puede que su obra nunca tenga trascendencia a largo plazo e incluso acabe en el olvido, pero la sensación de diversión destroyer y sin complejos que desprende su trabajo y que parece trasmitirse a su propia persona (momentos impagables uno y dos) hace imposible no tenerles simpatía. ¿A dónde lleva esta comparativa de almas gemelas? Servidor lo tiene muy claro: a Youngblood la película. Es algo inevitable, como el meteorito que acabó con los dinosaurios. Solo esperemos que en esta ocasión la raza dominante del planeta sobreviva a semejante impacto.
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