The League of Extraordinary Gentlemen (I): La esencia de los Clásicos
La nueva edición de Planeta dentro de su línea Trazado supone la excusa perfecta para volver la vista atrás sobre The League of Extraordinary Gentlemen, serie en la que Alan Moore ha centrado sus esfuerzos en los últimos años y que bien podría suponer el colofón final a su trayectoria en el medio.
Considerado el responsable de llevar el género superheroico a la edad adulta en la década de 1980, Moore observó con disgusto como en los años siguientes muchos de sus hallazgos eran malinterpretados, exagerados y/o perdían su razón de ser en manos de autores que se limitaban a quedarse en la superficie. Así, cuando en la década de los noventa volvió al género decidió retornar a las esencias básicas que él mismo había roto. Propuestas como 1963, Supreme o Tom Strong suponían un ejercicio retrospectivo que trasladaba el cómic de superhéroes a la Edad de Oro y la literatura pulp que precedía a esta. Pero ese paseo por las raíces acabaría por llevar a Moore aun más atrás. En concreto hasta la literatura de finales del siglo XIX a cargo de autores como Julio Verne, H.G. Wells, H. Rider Haggard, Bram Stoker o Arthur Conan Doyle, creadores de personajes y conceptos convertidos en arquetipos del imaginario colectivo.
Aprovechando que los derechos de la mayoría de personajes eran de dominio público debido a su longevidad, Moore y el dibujante Kevin O´Neill (Marshall Law) elaboraron una propuesta propia del cómic de superhéroes en la que varios de los protagonistas de aquellas novelas interactuaban en una historia conjunta. El concepto en sí no era especialmente original ya que previamente había sido utilizado por novelistas como Phillip José Farmer (Mundo del Río) y Kim Newman (El Año de Drácula). Pero su potencial se vislumbraba poco menos que inagotable, residiendo la clave en encontrar la voz propia de cada personaje y hacer que sus interacciones obedeciesen a algo más que la mera acumulación de referencias populares.
Así, reunidos por la coronas británica para impedir un complot que podría destruir el imperio, el grupo formado por Mina Harker (Drácula), Allan Quatermain (Las Minas del Rey Salomón), Hawley Griffin (El Hombre Invisible), el Capitán Nemo (20.000 Leguas de Viaje Submarino) y el Dr. Jekyll y su inseparable Mr. Hyde protagonizaban una intriga que incluía a villanos como Fu Manchu y James Moriarty. Pero la curiosa premisa, su ambientación puramente steampunk y la ingente cantidad de referencias incluidas prácticamente en cada viñeta -de los cuentos de Poe al abuelo de James Bond, pasando por la Nana de Émile Zola o la cavorita, el material antigravedad de Los Primeros Hombres en la lLuna- no lograban eclipsar la visión crepuscular, descarnada y poco idealizada que Moore imprimía a los clásicos literarios, atreviéndose a llevarlos adonde sus creadores no se atrevían y/o la sensibilidad de la época no les permitía en cuestiones como sexo, violencia o moralidad.
El trazo nudoso, feista, a ratos grotesco rallando en la caricatura pero tremendamente expresivo e intrincadamente detallado de O´Neill contribuía poderosamente a reforzar ese tono. Asimismo, Moore manejaba las posibilidades metalingüísticas de la premisa no solo mediante las mentadas referencias sino también a través de anexos como anuncios publicitarios y un relato en prosa con ilustraciones que reproducían la estética de los de la época recreada.
Publicada inicialmente como una miniserie de seis entregas por el sello Wildstorm de Image –traspasado a DC apenas durante la propia publicación- el éxito de crítica y público hizo que la secuela no se hiciese esperar. El volumen II recreaba la premisa de La Guerra de los Mundos en una versión que incluía a personajes como John Carter o el Doctor Moreau y sus "ani-hombres". Una secuela que ampliaba el escenario argumental mediante un anexo en forma de guía de viajes por la tradición literaria mundial pero que llevaba al grupo protagonista a un callejón sin salida. Un punto y aparte con el que Moore y O´Neill evitaban caer en la rutina de versionar mecánicamente obras clásicas.
La siguiente entrega, titulada El Dossier Negro, explicitaba ese cambio tanto en lo argumental como en lo narrativo. Este especial en formato lujo prescindía de la ambientación victoriana para trasladarse a la década de 1950, siendo protagonizado por Mina Harker, un rejuvenecido Allan Quatermain y Orlando, el protagonista inmortal de la novela de Virgina Woolf. La intriga principal, ambientada tras la caída de la dictadura totalitaria descrita por George Orwell en 1984, se alternaba a su vez con tramas ambientadas en distintas épocas, cada una realizada en un formato narrativo completamente distinto. Así, las desventuras del trío protagonista para hacerse con el dossier del título mientras son perseguidos por agentes del gobierno se alternan con lecturas del mismo que incluyen contenidos como un ensayo sobre mitología clásica, una fotonovela sobre la vida del citado Orlando, un fanzine erótico, una colección de postales, una obra en verso atribuida a Shakespeare, un relato de literatura beat, mapas, un desplegable con planos de Nautilus y un segmento realizado en 3D (gafas incluidas) entre otras. Moore incluso llego a grabar una canción que iba a ser incluida en un vinillo adicional pero que nunca fue producido.
Toda esa experimentación sin embargo hizo que Moore pecase de dejar de lado el argumento y de recurrir a referencias cada vez más oscuras y enrevesadas. Asimismo la mayor cercanía de ciertos personajes como James Bond o la Emma Peel de la televisiva Los Vengadores le obligó a hacer piruetas en forma de cambio de nombres y sobreentendidos para evitar problemas de copyright. Sin embargo, como se verá en la próxima Atalaya, El Dossier Negro iba a ser problemático por razones tanto propias como ajenas.
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