Logan: Aquí, al final del camino
El estreno de X-Men (2000) fue el inicio de muchas cosas: el despegue definitivo de las adaptaciones de cómics de superhéroes como modelo de blockbuster de éxito que no ha dejado de crecer tanto en importancia empresarial como en rendimiento de taquilla; el comienzo de una saga cinematográfica caracterizada por aciertos y tropiezos que ha sufrido varias mutaciones (nunca mejor dicho) de su concepto original; y por último el descubrimiento de un joven y desconocido actor australiano cuya entrega y fidelidad a un personaje tan icónico como Lobezno le han convertido en parte indivisible de este.
Con Logan (2017), novena entrega de la saga mutante y tercera protagonizada en solitario por Hugh Jackman, la sensación que queda patente desde sus primeras imágenes es la del cierre de un círculo. Un círculo imperfecto, lleno de oportunidades desaprovechadas –las dos películas previas del personaje, torpedeadas por injerencias creativas y/o falta de riesgo- pero en el que la naturaleza e imagen del personaje permanecían intactas incluso cuando lo demás fallaba. Y precisamente en ese aspecto, el de los personajes, es donde el film que nos ocupa asienta sus inquietudes creativas. Sin las imposiciones creativas que acababan lastrando Lobezno Inmortal (2013) el realizador James Mangold vuelve sobre el personaje gozando de una mayor libertad, visible tanto desde su calificación R como por su intención de romper con el tono y la estética previa de la saga.
Ambientada en un futuro cercano donde la especie mutante ha sido prácticamente erradicada, el film nos presenta a unos Logan y Charles Xavier convertidos en una sombra de sí mismos. Últimos supervivientes de unos extintos X-Men, sus poderes y salud están visiblemente deteriorados, viéndose reducidos a (mal)vivir en la clandestinidad con la sombra de la muerte sobre sus cabezas. Un triste ocaso perturbado por la aparición de una peculiar niña mutante perseguida por poderosas fuerzas que les obligará, a su pesar, a sacar fuerzas de flaqueza para una última aventura.
Mangold y sus guionistas centran el peso de la trama en la dinámica de esa suerte de familia disfuncional formada por un Lobezno mermado física y anímicamente, un Xavier senil y convertido en una carga y una X-23 mezcla de violencia bestial e inocencia infantil. Una apuesta correspondida por la entrega de sus intérpretes: Patrick Stewart da un sorprendente giro a Xavier, dotando a la sabia y poderosa figura paternal de films previos de una fragilidad tan triste como enternecedora. Jackman aporta un aire cansado y derrotado a un héroe cuyo lado turbio le atormenta hasta el punto de desear la muerte pero que emprende el camino de una dolorosa redención. Por su parte Dafne Keen resulta toda una revelación: muda durante la mayor parte del metraje, la actriz infantil logra con sus gestos y su entrega trasmitir tanto el salvajismo de una máquina de matar diseñada en un laboratorio como la ternura de una niña de doce años que jamás ha visto el mundo. Y lo hace sin quedarse atrás respecto a sus dos mucho más experimentados compañeros.
Como blockbuster Logan (2017) resulta tremendamente atípico: su tono es tremendamente melancólico y depresivo, en sintonía con una estética que debe más al western crepuscular de cineastas como Sam Peckinpah o Clint Eastwood que al cómic de superhéroes. Hasta el punto de tomar como base narrativa no la famosa saga de El Viejo Logan como se anunció en un primer momento, sino el clásico Raíces Profundas (Shane, George Stevens, 1953) al que Mangold alude de forma explícita en dos ocasiones. Las escenas de acción están rodadas con una violencia sucia y correosa, de lo más explícita y sin rastro de humor negro que la suavice. Y su emotivo desenlace llega con todas las consecuencias, consciente de que no debe rendir cuentas ante ninguna secuela futura y con Jackman quemando sus últimos cartuchos a sabiendas de que esta es su despedida del personaje que tanto le ha dado y al que tanto ha dado.
No todo es perfecto en el film. La excusa argumental que sirve para introducir en la trama al personaje de X-23 es tan apresurada como descuidada. Y los villanos de la función, pese al competente trabajo de intérpretes como Boyd Holdbrook y Richard E. Grant, resultan faltos de una presencia y un trasfondo que les dé la entidad necesaria. Villanos que funcionan como meros instrumentos para sacudir las dos tramas principales de la cinta: el desarrollo de esa disfuncional familia improvisada protagonista y el inmisericorde paso del tiempo que no deja más elección que la forma de afrontar el inevitable desenlace. Tramas que el film ejecuta con una sobriedad y madurez que van más allá del simple espectáculo de entretenimiento.
Por primera vez un film de Lobezno da lo que promete, aprovechando por completo el potencial del material que adapta. De hecho da rabia pensar en cómo las dos entregas precedentes podrían haber aprovechado la oportunidad (y más con historias como Arma- X y Honor como punto de partida) y no lo hicieron. Logan (2017) demuestra que en el cine de superhéroes aún queda mucho por decir más allá de las historias de origen, los crossovers y las grandes épicas infladas con efectos especiales. Conviene cruzar los dedos para que los responsables pertinentes se den cuenta de ello.
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