Velvet: La vida secreta de una espía
Se dice que hay dos maneras de contar una historia de espías: la de Ian Fleming y la de John Le Carré. El primero escribía las historias de espías como nos gustaría que fuesen. El segundo lo hace como realmente son. A medio camino entre la acción, glamour y fantasía de James Bond y la melancolía, soledad e intrigas burocráticas de George Smiley es donde se sitúa Velvet, aportación al género desde la viñeta a cargo de Ed Brubaker y Steve Epting.
El manejo de Brubaker sobre los resortes de la intriga y su habilidad para construir personajes cargados de secretos y carcomidos por su lado oscuro hacían poco menos que inevitable su desembarco en el mundo de los agentes secretos y las intrigas internacionales. Sin dejar de pertenecer al género superheroico, su larga y celebrada etapa en Capitán América junto al propio Epting ya contenía tramas, personajes y ambientes que la acercaban al thriller de espionaje. La evolución creativa natural llevó al tándem Brubaker/Epting a probar suerte en el género prescindiendo de coartadas e imposiciones editoriales, dándole además una vuelta de tuerca adicional al centrar la historia en una madura protagonista femenina.
Ambientada en 1973, Velvet presenta una agencia secreta internacional llamada ARC-7. Cuando su agente más destacado es asesinado repentinamente las pistas parecen apuntar a la figura de su antiguo mentor ya retirado. Una solución que desata las sospechas de Velvet Templeton, secretaria personal del director de la agencia. Al iniciar su propia investigación, Templeton se ve atrapada en una peligrosa intriga que la señala a ella misma como culpable, obligándola a convertirse en fugitiva e iniciar una peligrosa búsqueda por todo el planeta destapando una conspiración que tiene relación con su propio pasado. Un pasado que va relatándose en forma de flashbacks y que, para sorpresa tanto del lector como del resto de personajes, revela como mucho antes de ser una simple funcionaria en un despacho, Velvet era una agente de campo de primer nivel cuyas habilidades continúan intactas.
La ambientación temporal en plena Guerra Fría –época dorada del género de espionaje- obedece aquí a algo más que simple nostalgia retro. La ausencia de los medios de comunicación actuales, caracterizados por su omnipresencia y simultaneidad, permiten a la narración recuperar mecanismos clásicos que aumentan la intriga y la tensión propias del género. Ese enclave temporal permite asimismo al autor dar una mayor entidad a su argumento anclándolo en la realidad, como puede verse cuando la trama acabe implicando en su tramo final a personajes y sucesos históricos reales realizando una interesante relectura de los mismos.
Al igual que con la ambientación, Brubaker juega con los arquetipos del género y su percepción para darles la vuelta. El más evidente es el de la Srta. Monnypenny, personaje secundario sin matices más allá de cierto alivio cómico que aquí usurpa el protagonismo a un Bond asesinado a tiros en la escena pre-créditos. Una protagonista de carácter fuerte a la que ambos autores dotan de características argumentales (cuarenta y pico años, fumadora empedernida, memoria fotográfica, profesionalidad rigurosa, carácter desconfiado y solitario) y estéticas (mechón blanco, lunar en el labio, físico atlético pero no voluptuoso, rostro duro pero seductor) que le añaden agradecidos matices más allá del simple concepto arquetípico inicial. Un proceso que el guionista repite con los personajes secundarios (amigos, enemigos, aliados forzosos, traidores…) que pueblan la trama, convirtiéndolos en algo más que meras piezas intercambiables dispuestas sobre el tablero. Tanto que el guionista incluso se permite ceder ocasionalmente el protagonismo a Colt y Roberts (los agentes del ARC-7 encargados de capturar a la protagonista) sin que la narración se resienta un ápice.
Localizaciones exóticas, lujosas y/o emblemáticas -París, Londres, Yugoslavia, Mónaco, Bahamas, Washington DC-, artilugios tecnológicos -coches trucados, trajes de camuflaje- y otros elementos habituales del género -evasiones imposibles, peleas espectaculares, escenas de seducción amorosa- se dan cita en mayor o menor medida en la serie. Pero lo hacen desde un enfoque más sobrio y menos frívolo que no oculta el precio vital ni el daño psicológico que ese tipo de vida se cobra en los personajes. Una pátina de sombría verosimilitud a la que los lápices de Steve Epting contribuyen poderosamente. Con un ojo puesto sobre autores como Jim Steranko y Paul Gulacy, Epting logra el que posiblemente sea su trabajo más redondo. Sus lápices son capaces de retratar cualquier personaje, ambiente y situación propuesta por Brubaker imprimiéndoles la personalidad, detalle y ritmo adecuados. Y lo hacen con una pátina de realismo casi fotográfico pero gozando de un agradecido dinamismo adaptable tanto a las escenas de introspección como a las secuencias de acción.
Editada por Image (y por Panini en nuestro país) dentro de su actual política de primar creaciones de otros géneros propiedad de sus autores, el irregular ritmo de publicación de los quince números que conforman la serie no ha reducido un solo ápice la solidez de sus distintos apartados. La conclusión de la trama, perfectamente cerrada y autónoma, nos deja a Velvet Templeton, un atractivo personaje que refresca el género de espías desmontando buena parte de sus tópicos imperantes –machismo, idealización, ausencia de verosimilitud- al tiempo que es tremendamente respetuoso con sus bases. Las posibilidades del mismo son tan enormes que resulta casi imposible creer que esta sea la última vez que oigamos su nombre.
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