"Hay una pregunta que quizás puedas responderme. Algo que llevo años preguntándome. ¿Porqué coño les gusta Benny Hill a los americanos?" Yorkie Mitchell / Punisher Max #37
A principios de los 90 el manga japonés comenzó a introducirse en el panorama editorial español. Buena parte de la culpa se debió al impacto entre la joven audiencia patria de la emisión vía canales autonómicos de una serie anime llamada Dragon Ball. El culto generado hacia dicho anime creó a su vez una demanda sin precedentes hacia el cómic original en el que se basaba. Un filón sin explotar que la editorial Planeta DeAgostini aprovechó mediante una primera edición patria que este mayo de 2017 cumple veinticinco años.
Dragon Ball nació en 1984 en las páginas de la revista Shonen Jump de la editorial Shueisha. Su creador Akira Toriyama ya se había hecho un nombre gracias a Dr. Slump, serie donde había asentado sus contantes argumentales –historias de acción y fantasía bañadas por una capa de humor paródico y referencial- y un estilo gráfico reconocible. Influenciado por su afición a los films de Jackie Chan, Toriyama creó a Son Goku, un niño de fuerza y pericia luchadora sin parangón. Junto a un grupo de carismáticos secundarios, Goku se veía envuelto en una aventura inicialmente inspirada la historia del Rey Mono -famoso personaje de la mitología china- pero que pronto labraría su propio camino creando un universo y mitología propios. El éxito fue tan fulgurante que apenas dos años después Toei Animation lanzó una adaptación animada con una popularidad inusitada tanto dentro como fuera de Japón.
En España el manga fue carne de ediciones pirata en forma de fanzines hasta la publicación, en formato comicbook USA, del nº 1 de lo que posteriormente sería bautizado como Serie Blanca. Una publicación pionera en más de un sentido pues era la primera vez que una editorial española negociaba directamente con una compañía japonesa la publicación de un manga –los escasos mangas previos derivaban de sus licenciatarios europeos y norteamericanos-, abriendo asimismo la puerta de entrada a la publicación de títulos de muy distinto pelaje –El Puño de la Estrella del Norte, Crying Freeman, Spriggan, Ghost in the Shell o Gunnm fueron algunos de los primeros- que consolidaron y expandieron el fenómeno mano a mano con la distribución regular de anime. Pero en esa amorfa e inestable vorágine, Dragon Ball siguió siendo la punta de lanza, llegando a aparecer en paralelo una segunda cabecera -la Serie Roja- que publicaba material más reciente en consonancia con la emisión de la versión animada.
Para cuando el manga aterriza oficialmente en España, tanto este como el anime habían dado un giro radical en su tono y argumento. Tras concluir la serie original, Toriyama realizó una secuela protagonizada por un Goku adulto y convertido en padre -retitulada Dragon Ball Z en su versión animada- donde el tono aventurero quedaba relegado a segundo plano a favor de las cada vez más largas y espectaculares escenas de lucha; el sentido del humor, sin llegar a desaparecer, estaba claramente atenuado; el tono mitológico dejaba paso a la ciencia ficción –alienígenas, viajes en el tiempo, experimentos genéticos-; las influencias argumentales se volvieron más occidentales –Superman, Terminator-; y el protagonismo se centraba cada vez más en Goku –del que se descubre es miembro de los Saiyajin, una raza alienígena- y su familia, introduciendo interesantes personajes como su hijo Gohan o el villano reconvertido en antihéroe Vegeta, pero relegando cada vez más a carismáticas creaciones de la obra original como Bulma, el maestro Muten Roshi, Ten Shin Han e incluso Piccolo, primer gran villano de la serie reconvertido en aliado.
Tres grandes arcos argumentales identificados con sus tres principales villanos –Freezer, Célula y Bú- prosiguieron la trama hasta que en 1995 el autor decidió ponerle fin. Para entonces Dragon Ball había alcanzado un estatus de fenómeno cultural y sociológico internacional, convirtiéndose en uno de los mangas más vendidos de la historia –se calcula un total de 156 millones de volúmenes recopilatorios vendidos solo en Japón- y produciendo ingentes cantidades de merchandising –OVAs, videojuegos, muñecos, cartas, libros de ilustración, etc.- que llenaron las arcas del autor pero le dejaron creativamente agotado, ya que ninguna de sus escasas obras posteriores ha estado tan inspirada ni ha logrado una repercusión destacada.
Su desenlace y el poco meritorio resultado de una continuación animada sin su autor –Dragon Ball GT- apaciguaron el fenómeno que, no obstante, ha seguido manteniéndose gracias a reposiciones televisivas y numerosas reediciones en diversos formatos con las que Planeta ha seguido manteniendo la cabecera en el mercado. Lo cierto es que en el momento de escribir estas líneas, la serie parece estar experimentando un resurgir con la publicación de Dragon Ball Super, continuación –esta sí con la participación de Toriyama- que hace solo unos meses llegaba a nuestro país por partida doble, tanto en su versión anime como en manga, dibujado por Toyotaro calcando el estilo de su predecesor. Una secuela para cuya edición Planeta ha recuperado incluso el formato original de la Serie Roja en un guiño nostálgico que demuestra la vigencia de una creación sin par cuya leyenda, no obstante, hace mucho que superó a su calidad creativa.