El hombre sin miedo: Génesis del Diablo Guardián
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Todo final tiene un principio. Así podría resumirse la concepción de El Hombre sin Miedo, miniserie con la que a principios de los años noventa Frank Miller retornó al personaje que le había dado la fama para, paradójicamente, despedirse del mismo (re)contando su origen en compañía de John Romita Jr.
Tras redefinir a Daredevil de forma irreversible con su etapa original y entregar su historia definitiva que fácilmente podría haberse convertido en su final, el trabajo de Miller sobre Matt Murdock casi puede contemplarse como una serie cerrada dentro de una cabecera abierta a cargo de numerosos autores previos y posteriores. Una versión del personaje que refleja un arco vital del Diablo Guardián al que solamente le faltaba un origen propio para completarse plenamente.
A mediados de los 90, Miller ya se había establecido como uno de los autores más cotizados del cómic USA, gozando de una independencia que le permitía ocuparse de proyectos personales (Sin City) alejado tanto de las grandes editoriales como del omnipresente género de los superhéroes. Pero el encargo de redactar el guión de una versión cinematográfica de Daredevil reactivaría, sin embargo, su interés en el personaje. Hasta tal punto que cuando el proyecto fílmico fue cancelado, Miller contactó con la propia Marvel para dar salida a aquella historia en forma de cómic. Ni que decir tiene que Marvel no dudó un solo segundo en aceptar con los brazos abiertos.
De forma similar a su labor en Batman: Año Uno, Miller retoma al personaje para narrar su infancia, adolescencia y primeras andanzas como héroe enmascarado. Lo hace además mostrando sus primeros encuentros y relación con personajes como Jack “Batallador” Murdock, Foggy Nelson, Kingpin, Stick y Elektra, siendo estos dos últimos aportaciones propias durante su estancia previa. Conviene recalcar este último detalle porque la miniserie realiza varias y substanciales modificaciones sobre la continuidad del personaje que, a diferencia de su citada historia del Hombre Murciélago, no venían determinadas por imperativos editoriales sino por el deseo de Miller de cuadrar “su versión” del personaje. Una versión que esquiva de manera premeditada cualquier concesión al género superheroico, eliminando toda su parafernalia –vestido con un mono negro y un pañuelo, el disfraz de Daredevil aparece únicamente en la viñeta final a modo de guiño- y evitando centrarse en las habilidades especiales del protagonista –no hay una sola imagen dedicada a “visualizar” su radar- para recalcar su cariz realista y profundamente humano.
La espinosa relación de Matt con su padre, boxeador acabado reconvertido en matón para poder criar a su hijo invidente; el largo y duro adiestramiento al que Stick somete al protagonista; su tormentosa relación con una Elektra mucho más perturbadora (y perturbada) de lo que otros autores han podido/querido/sabido retratar; el inicio de su rivalidad con un ascendente Wilson Fisk; o el vínculo casi existencial que une al personaje con una Nueva York oscura, lluviosa y decadente suponen el corazón de la narración. Un thiller urbano antes que un origen “pijamero” que alterna momentos sórdidos –el asesinato de Batallador Murdock y la posterior venganza de Matt; las correrías de Elektra buscando criminales con los que saciar sus instintos asesinos- con otros de gran lirismo –la descripción de ese barrio humilde; los paseos nocturnos saltando por las azoteas- en una historia perfectamente compacta pese a que la presencia de Elektra y su abrupta salida de la trama deje varios cabos sueltos de cara a futuras –es decir, pasadas- historias.
Pese a una implicación en el proyecto que iba más allá del mero encargo, Miller delegaría el apartado gráfico en John Romita Jr, familiarizado con el personaje durante la etapa de Ann Nocenti y que se encontraba en un momento clave de su trayectoria profesional. Lejos de ser joven debutante al que algunos llegaban a acusar de nepotismo, Romita Jr ya era un dibujante dotado de un estilo propio y con una pericia narrativa considerable pero que aún no había caído en el manierismo estático y de figuras cuadriculadas que viene caracterizando su trabajo más reciente. El dinamismo con el que se suceden las viñetas y su planificación al servicio del guión, redondeado estéticamente por las tintas de Al Williamson y un inteligente uso de tramas en el coloreado consiguen uno de los mejores -¿el mejor?- trabajo del dibujante.
Una obra más que notable que, si bien no goza de la reputación o reconocimiento de sus hermanas mayores, sí disfruta de influencia. Su labor remozando el origen del personaje de una manera sofisticada y adulta no solo ha sido adaptada a la continuidad –convirtiéndose de forma retroactiva en el origen de María Tifoidea- sino que también constituye la simiente de su actual encarnación televisiva, dictando las pautas argumentales y estéticas de la primera temporada de la serie de Netflix. Un cómic perfecto tanto como punto de entrada para lectores neófitos como a modo de colofón para la visión de un autor que ha justificado la creación por parte de Panini de un formato específico para su recopilación.
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