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Wonder Woman: El poder de la inocencia

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 28/06/2017

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Reivindicación del protagonismo de la figura femenina, volantazo creativo del universo cinematográfico DC, muestra de las capacidades creativas y comerciales de las mujeres como creadoras cinematográficas, comparaciones con el modelo cinematográfico de Marvel Studios… De todo eso y más se ha hablado con motivo del estreno de Wonder Woman (2017). Pero todo eso no son más que árboles que impiden ver el bosque para una película cuyas mayores virtudes derivan de su sencillez y clasicismo sin por ello renunciar al espectáculo ni al cuestionamiento de los arquetipos de género.


Los superhéroes han tenido un largo y accidentado camino plagado de ensayos y errores en su paso a la gran pantalla hasta su eclosión a principios del siglo XXI. Pero la escasez de medios, los errores de enfoque, el desconocimiento del material a adaptar y/o la combinación de todo lo anterior se han cebado proporcionalmente mucho más sobre las superheroínas, habida cuenta de la mucho más reducida cantidad de títulos que las han tenido como protagonistas. Por esa razón, resulta tan sorprendentemente agradable como tristemente tardío encontrarse que el film dirigido por Patty Jenkins sobre la principal heroína del universo DC –el primero que protagoniza para la gran pantalla en sus setenta y seis años de historia- resulte una película tan competente y eficazmente resuelta a todos sus niveles, convirtiendo en virtudes destacables elementos que deberían ser el mínimo exigible. No ya en el cine de superhéroes, sino en cualquier blockbuster que aspire a romper las taquillas sin tomar por idiota a su público.


Recuperando la tradicional plantilla de historia de orígenes y (auto)descubrimiento habitual en las películas fundacionales de los personajes del género, Wonder Woman centra su historia en la figura de Diana (Gal Gadot) y como a raíz de su encuentro con el militar estadounidense Steve Trevor (Chris Pine) emprende un “viaje del héroe” que la lleva desde la mitológica y paradisiaca isla de Themiscyra al horror de las trincheras de la Iª Guerra Mundial. Un viaje donde la inocencia y los ideales de paz, amor y bondad que definen al personaje serán puestos a prueba, haciéndole cuestionar su propio ser mientras al mismo tiempo se convierte en una inspiración y esperanza para aquellos que se cruzan en su camino.


Con su aparición previa en la divisiva Batman v Superman: El Amanecer de la Justicia (2016), Gal Gadot supo acallar las voces críticas que insinuaban su falta de entidad física y actoral para dar vida al personaje. Aquí va un paso más allá, confirmando no solo su idoneidad estética y su buen hacer en las escenas de acción, sino también dotando al personaje del punto justo de idealismo e inocencia. Algo reforzado por la eficaz química desarrollada con un Chris Pine plenamente consciente de su función de contrapunto interpretativo a la actriz israelí antes que de intentar reclamar protagonismo y que proporciona momentos hilarantes -véanse escenas como su conversación en la barca o cuando prueba por primera vez un helado- sin caer en lo empalagoso o lo “camp”. Una encarnación del personaje que, pese a tomar detalles argumentales de la reciente etapa firmada por Brian Azzarello, debe la mayor parte de su definición a la recreación elaborada por George Pérez a mediados de los años ochenta, demostrando que es posible construir una versión seria y adulta de un personaje superheroico sin recurrir al cinismo ni a las personalidades traumáticas.


Jenkins y su equipo enfocan la película como una historia de acción y aventuras que abraza sin miedo ni disculpas un estilo narrativo más clásico. Y si bien es innegable que las escenas de acción denotan la influencia de Zack Snyder –aquí acreditado en labores de producción y argumento- y sus tics visuales más característicos, el resultado se beneficia de una puesta en escena más pendiente de narrar que de impactar. En idéntica línea va la elección de una fotografía más naturalista y colorida, alejada de la saturación y crudeza de los films de dicho realizador y en mayor sintonía con la personalidad luminosa de su protagonista.


Sin embargo no todo es perfecto. Pese a su interesante reparto de secundarios –donde destacan con luz propia Connie Nielsen y Robin Wright como la reina Hipólita y la general Antíope, líderes de las amazonas- la mayoría de personajes secundarios adolece de un desarrollo que los aleje del estereotipo, destacando gracias a la competente labor de intérpretes como Saïd Taghmaoui, Ewen Bremmer o David Thewlis. Algo especialmente patente en los villanos encarnados por Danny Huston y la española Elena Anaya, sobre los que se deja intuir un trasfondo dramático –patente en secuencias como la conversación entre Anaya y Pine cuando este último le ofrece una copa- que hubiese merecido un mayor desarrollo. Asimismo, la batalla final entre la heroína y el villano sacrifica buena parte del trabajo previo sobre los personajes en favor de una batalla cuya épica inflada por CGI resulta tan visualmente potente como argumentalmente hueca.


Narrativamente independiente –salvo una pequeña referencia a cierto personaje en las escenas que abren y cierran el relato- quizás Wonder Woman no goce de la aureola autoral ni de un enfoque original y/o transgresor con el que Warner ha querido vender las aportaciones previas a su actual universo cinematográfico. Pero a cambio ofrece un producto mucho más sólido y equilibrado que esperemos sirva de ejemplo, cara ese ajetreado planning de producción que la productora planea de cara al futuro más inmediato.


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