Runaways: Historias de rebeldía (super)adolescentes
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Existe la concepción –cada vez más difusa- de que el cómic, especialmente el de superhéroes, es un producto para adolescentes. Una concepción que en ocasiones denota un desdén y prejuicio nacidos de la ignorancia sobre la materia. Pero ciertamente, existe dentro del género una corriente que también incluye una reflexión sobre lo que significa ser adolescente: crecer, madurar, tomar responsabilidades, descubrir nuevas facetas personales… una corriente que empieza con el Spiderman de Stan Lee y Steve Ditko y, atravesando títulos como Los Nuevos Mutantes, Jóvenes Titanes, Nuevos guerreros, Young Justice o Jóvenes Vengadores, llega hasta Runaways.
Precisamente la intención de conectar con el público más joven fue el motivo que llevó a Marvel a crear en 2003 un nuevo sello llamado Tsunami, integrado por títulos como Veneno, Mística y Namor) con los que se buscaba captar nuevos lectores mediante una estética que capitalizase el auge del manga y el anime japonés. La línea fue un fracaso siendo cancelada apenas años y medio después. Pero una de aquellas series probaría ser la excepción, consiguiendo mediante el boca a boca y el posterior éxito de su edición en tomos prolongar su existencia más allá.
Creada por Brian Vaughan y Adrian Alphona, Runaways partía de cero en lo que respecta a sus personajes y/o ambientación presentando a un grupo de seis muchachos que descubrían que sus respectivos padres forman parte de El Orgullo, una organización criminal integrada por supervillanos de toda clase y condición –científicos, hechiceros, extraterrestres, viajeros temporales, mutantes, etc-.
Tras descubrir la verdadera identidad de sus progenitores y el hecho de haber heredado sus habilidades, el grupo decidía emprender la huida y labrarse su propio destino sin saber muy bien qué hacer ni en quién confiar. Una metáfora de la propia adolescencia que Vaughan complementaba con un tratamiento de personajes que volvía a estos tridimensionales tanto por la interacción de sus respectivas y muy distintas personalidades como por la forma en que lidiaba con temas como los dilemas familiares, los cambios hormonales, las relaciones sentimentales y demás elementos de la llamada “angustia adolescente”. Un retrato que además incluía un amplio porcentaje de diversidad racial y sexual, reflejando mucho mejor la sociedad actual.
La trama, llena de giros y perfectamente autónoma pese a su integración dentro de la continuidad editorial, no era tan importante aquí como los propios personajes, siendo la convivencia y los curiosos lazos forjados por esa disfuncional familia adolescente el verdadero motor de la cabecera. Alex Wylder -dotado de una prodigiosa mente científica-, Nico Mimoru –heredera de un vasto poder mágico-, Karolina Dean –descendiente de los lumínicos alienígenas majedanianos-, Chase Stein –equipado con avanzada tecnología robada a sus padres-, Gertrude Yorkes –mentalmente enlazada con un dinosaurio robado de la corriente temporal- y la pequeña Molly Hayes –poseedora de la superfuerza de sus padres mutantes- formaban el plantel inicial.
Unos personajes que rápidamente se hacían querer (y en ocasiones odiar) y a los que posteriormente se sumarían el skrull Xavin y Víctor Mancha, hijo este último de un famoso supervillano cuya identidad conviene no revelar. Resulta significativo de sus intenciones creativas cómo, pese a otorgarles capacidades sobrehumanas, los autores evitaban la tentación de convertirles en superhéroes, esquivando llamativos uniformes y/o sonoros apodos para unos personajes que visten con ropa de calle y utilizan su nombre de pila.
Tras dieciocho entregas que culminaban con una traición y una muerte en el seno del grupo Vaughan y Alphona (este último ocasionalmente sustituido por Takeshi Miyazawa) relanzaron la serie con un segundo volumen durante durante veinticuatro entregas. Un punto y seguido más en sintonía con la continuidad Marvel mediante la aparición de personajes invitados -Spiderman, Lobezno, Capa y Puñal- pero que no renunciaba a su independencia narrativa, descargando la implicación en eventos como Civil War e Invasión Secreta en miniseries a cargo de otros autores. Tras la marcha por decisión propia de ambos creadores, la serie recayó en las manos de Joss Whedon y Michael Ryan. Sin embargo los compromisos cinematográficos del primero hicieron que dicha estancia consistiese en una única saga de seis números que introducía como miembro del grupo a Klara Prast, una joven mutante de poderes vegetales.
En 2008 Marvel lanzó un volumen de prometedor inicio a cargo de Terry Moore y Humberto Ramos que reubicaba a los fugitivos en su Los Ángeles natal. Pero los retrasos en la publicación y la pronta marcha de ambos autores –sustituidos por Kathryn Immonen y Sara Pichelli- provocaron su cancelación tras apenas catorce entregas. Desde entonces este grupo de fugitivos ha quedado huérfano de cabecera propia, siendo relegados sus componentes, casi siempre por separado, a apariciones secundarias en varias series, destacando especialmente la decisiva participación de Chase y Nico en Vengadores: Arena.
Pero ni esa dispersión puede arrebatarles ni su propio rincón en el universo Marvel ni el cariño de los lectores, representando un concepto –el de la rebeldía adolescente- con una calidad y eficacia como no se veían en la editorial desde que Chris Claremont otorgarse cabecera a los jóvenes estudiantes de Charles Xavier. A falta de comprobar el resultado de su inminente adaptación televisiva y si esta propicia una nueva serie titular, no estaría de más recuperar la fundacional etapa cuya reedición Panini concluye este mes.
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