Recientemente se cumplían veinticinco años del estreno oficial de Akira (1988) en España. Una efeméride que coincide asimismo con el 35º Aniversario del inicio del manga original, ambos obra de Katsuhiro Otomo y dueños de un impacto e influencia sin igual sobre toda una generación de lectores y/o espectadores occidentales en una época donde la palabra manga no concebía para ellos un significado que fuese ajeno a la costura.
El origen de Akira data de 1982 con la publicación de su primer episodio en las páginas de Young Magazine, revista del gigante editorial nipón Kodansha. Su autor reincidía en un género –la ciencia-ficción- y unos elementos –individuos rebeldes enfrentados al sistema, poderes psíquicos descontrolados, aventuras plagadas de acción y violencia- recurrentes en una corta trayectoria previa que incluía títulos como Pesadillas o la inacabada Fireball (esta última casi un ensayo del título que nos ocupa). Influenciado por obras tanto del comic japonés -el fundacional manga de mechas Tetsujin-28, al que homenajea tomando prestado el nombre de varios de sus protagonistas- como del europeo -Metal Hurlant y en especial la obra de Moebius-, Otomo planeaba una obra mucho más ambiciosa que llevase esos intereses creativos por senderos y cotas nunca vistos.
Akira planteaba un futuro ambientado en el año 2019, casi tres décadas después de que una guerra mundial asolase el planeta destruyendo sus principales urbes con armas nucleares. La reconstruida e hipertecnificada Neo-Tokyo, sede de los inminentes XXXII Juegos Olímpicos –predicción que ha acabado cumpliéndose en la realidad- mira al futuro con esperanza. Pero la inestabilidad del gobierno, el auge de grupos terroristas antisistema y las fechorías de numerosas bandas de delincuentes juveniles motorizados ensombrecen dicho panorama. Shotaro Kaneda, líder de una de las citadas bandas, ejerce como protagonista de una trama que se inicia cuando accidentalmente él y sus amigos se ven involucrados en un proyecto militar secreto.
Experimentos genéticos, conspiraciones gubernamentales, violencia callejera, amistades traicionadas, poderes sobrehumanos descontrolados, profecías religiosas, humor negro, madurez emocional, crítica política y destrucción apocalíptica son los principales ingredientes con los que, a lo largo de ocho años y unas dos mil páginas, Otomo cocinaría un gran fresco épico de ciencia-ficción. Además de constituirse en un referente dentro de la industria –con series como Gunnm, Ghost in the Shell, Appleseed o Neon Genesis Evangelion entre muchas otras siguiendo su estela creativa-, Akira abrió de par en par –con permiso de Dragon Ball- las puertas de occidente al prácticamente desconocido cómic nipón. Un impacto al que no fue ajena su adaptación animada, realizada por el propio autor en paralelo al cómic –de hecho el capítulo final de este fue publicado en 1990, dos años después del estreno del film- y cuyo vanguardismo técnico y peculiaridades narrativas hacen que pueda verse más como una obra complementaria al manga que como una simple traslación audiovisual del mismo.
La ambición del Otomo guionista, combinando tan variopintos elementos argumentales en un todo sorprendéntemente sólido –y narratívamente mucho mejor construido que la citada versión animada- se vio correspondida por las dotes visuales y narrativas del Otomo dibujante, dueño de una combinación de detallismo y expresividad poco frecuentes en autores japoneses. Su trazo aportaba asimismo un ritmo frenético y visualmente cinematográfico que tendía a esquivar la tendencia a la descompresión narrativa y la introspección tan habitual en el manga. Perfeccionista hasta el extremo –llegando a redibujar varias páginas de cara a su posterior edición en tomo al considerar que no cumplían adecuadamente sus expectativas- el dibujante logró imprimir al resultado una pátina de realismo perceptible incluso en los momentos más exageradamente fantásticos, beneficiando notablemente el resultado final.
Akira tuvo la distinción de ser uno de los primeros mangas publicados en España. La primera edición a cargo de Ediciones B fue realizada en formato álbum europeo y con un coloreado adicional a cargo de Steve Oliff, heredado de la versión editada en EE.UU. por Marvel a través de su sello Epic. Una edición llena de defectos –problemas de maquetación, traducción indirecta desde el inglés, periodicidad irregular- que fue la única disponible hasta que en el 2000 se pudo disfrutar de una segunda versión en seis tomos basada en el formato japonés y que recuperaba el blanco y negro original de la obra.
Una edición actualmente descatalogada a favor de la editada por Norma Editorial, que mantiene el formato previo mejorándolo con papel satinado y una nueva traducción directamente del japonés, pero que al mismo tiempo recuperaba el coloreado estadounidense para disgusto de los más puristas (pese a haber sido aprobado por el propio Otomo). Independientemente de las peculiaridades de su edición, Akira supone una obra modélica cuyas virtudes aún mantienen intacta su fortaleza, generadora de un fenómeno cultural irrepetible y cima creativa de un autor al que, desgraciadamente, el éxito y su interés por el campo de la animación parecen haber alejado de las viñetas. Sencillamente imprescindible.