Hellblazer: Andy Diggle Apostando por un futuro más brillante... y perdiendo descaradamente
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Hellblazer siempre ha sido una colección de guionista. La personalidad de los escritores que han pasado por sus páginas ha ido puliendo a nuestro bastardo favorito hasta convertirlo en uno de los más reconocibles iconos del cómic actual. De hecho, la colección ha mutado con cada nueva incorporación convirtiéndose en un espejo de los más importantes temas sociales, políticos e ideológicos de la época en la nacieron -al menos, hasta que Hollywood y el fandom masivo derrotaran al bueno de Constantine y lo transformaran en una suerte de caricatura capitalista de ese anárquico investigador salvaje que nos cautivó en su primera aparición en La Cosa del Pantano.
Autores como Alan Moore y Jamie Delano sentaron las bases de una de las series más social y políticamente críticas nacidas en el cómic USA gracias a sus plumas inequívocamente británicas, cargadas de rabiosa ironía y gratificante mala leche. La antorcha fue más tarde recogida por escritores como Garth Ennis, Paul Jenkins, Mike Carey o el americano Brian Azzarello en sagas que hicieron honor a esas primeras historias y que, sin duda, se cuentan entre las mejores lecturas de los años noventa y la primera década del siglo XXI.
Hechizos menores aunque mayúsculos
Por supuesto, algunos autores no llegaron a la colección para redefinirla sino para aportar su pequeño grano de arena a esta excelente propuesta y formar parte de este revolucionario título. Al igual que la etapa anterior creada por la escritora Denise Mina, el guionista Andy Diggle aterrizaba en el título con la firme intención de ofrecer a los lectores una nueva cara de Constantine pero sin hacer que nuestro protagonista fuera una puerta a sus intereses y imaginario propio.
Diggle presenta su etapa como un pequeño anexo a las etapas de Delano o Ennis gracias a sus continuos guiños a las tramas abiertas por estos autores. Claramente, el guionista quiere disfrutar de su estancia en el título y rendir homenaje a los creadores que le precedieron gracias a una historia central que se alargará durante toda su etapa y que tiene una profunda conexión con las últimas historias de Delano.
Artísticamente, el tomo continúa la estética de entregas anteriores con los oscuros lápices de Leonardo Manco, el envolvente trazo de Daniel Zezelj y la confirmación del genial Giuseppe Camuncoli como elección perfecta para la etapa de Milligan al frente del título.
Amigos del pasado, enemigos del presente y sombras del futuro
La saga de Diggle se abre con un Constantine metido de lleno en uno de sus patentados chanchullos mágicos, lo que le ha llevado a enfrentarse a una casi segura muerte a orillas del Támesis. Sin embargo, su palabrería, sus trucos y una brutal dosis de suerte le permitirán conseguir la primera pieza para el que puede ser uno de sus más inesperados planes: volver a Ravenscar, la institución mental en la que nuestro protagonista pasó los meses posteriores a ese exorcismo convertido en tragedia llevado a cabo en Newcastle, y reclamar la felicidad y cordura que perdió en ese lugar.
A partir de este punto, Diggle va tejiendo una siniestra madeja en la que se unirán un ancestral culto céltico escondido entre las mas altas clases de la sociedad británica -una especie de 1% satánico- con elaborados planes de dominación mundial, un sanguinario señor de la guerra africano que canibaliza, literalmente, a cualquier mago que se cruza en su camino y un misterioso ser oculto en las sombras que parece seguir a Constantine en todos sus movimientos y que tendrá la clave al misterio iniciado en Ravenscar.
En resumen, un nuevo acierto de la que fuera una de las colecciones vitales del noveno arte que no puede faltar en tu biblioteca y que demuestra que el Constantine actual necesitaría mirar un poco al pasado y reclamar su puesto al frente de un título social, literaria y políticamente relevante.
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