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Paper Girls: De la nostalgia bien entendida

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 06/02/2018
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La narrativa de entretenimiento reciente parece inmersa en una fiebre por las ficciones audiovisuales teñidas de nostalgia. Films como Super 8 (2011), It (2017) o la televisiva Stranger Things se recrean sin prejuicios en las constantes de producciones del cine fantástico de la década de 1980 pero rara vez van más allá de su superficie. Con Paper Girls, Brian K. Vaughan y Cliff Chiang también buscan recrear el efecto que aquellas ficciones ejercían sobre su público. La diferencia con las producciones antes citadas es que no lo hacen como un fin sino como un medio que se sirve del ejercicio de estilo para reinventar la esencia de su creatividad.


La trama de Paper Girls arranca un Halloween del año 1988. Transeúntes vestidos de Freddy Krueger, el póster de Una Pandilla Alucinante (1988) o referencias a Depeche Mode asoman en las páginas iniciales del primer número mientras se presenta la historia de un grupo de chicas que, bicicleta en ristre, ejercen como repartidoras de periódicos en un pequeño pueblo de la América profunda donde nunca parece pasar nada. Hasta que pasa en forma de tres extrañas figuras que merodean por su ruta de reparto habitual. La irrupción de conceptos fantásticos –extraterrestres, viajes temporales, ¿dinosaurios? Sí, dinosaurios- pronto se sucede en un torrente de ideas cada vez más locas por parte del guionista de Saga que Chiang plasma en imágenes de una falsa simplicidad, destilando la narración hasta su esencia más sencilla, asentando esa aparente normalidad destinada a romperse y alterando sus formas cuando esta lo hace sin sacrificar la homogeneidad del conjunto final.


Pero el verdadero triunfo de la serie está en sus protagonistas. El retrato que el guión va creando de Erin, KJ, Mac y Tiffany, cada una dotada de su propio bagaje personal, racial y cultural, resulta sincero y ajustado, rompiendo ya de entrada con el patrón masculino preestablecido del fantástico ochentero mediante su decisión de optar por unas protagonistas femeninas. Pero la verdadera novedad no reside tanto en el retrato de sus inquietudes vitales de adolescentes como, aprovechando la premisa fantástica, en su reflejo adulto. Porque es ahí donde Paper Girls demuestra que su uso de los tropos de época más identificativos va más allá del mero placebo nostálgico. En realidad su intención es la de constituirse en una crítica no siempre amable de esa tendencia a la nostalgia que suele dominar narraciones similares. Allí donde E.T el Extraterrestre (1982), Los Goonies (1985) o Cuenta Conmigo (1986) hablaban de recuperar la magia de la infancia, Paper Girls da la vuelta a ese concepto para que el lector medite sobre la aparente necesidad de abrazar el pasado para rehuir el presente recurriendo al recuerdo idealizado como herramienta de evasión. Y lo hace sin renunciar al agradable cosquilleo que aporta el puchero de referentes nostálgicos e irónicos de la cultura popular, pero obligándonos a preguntar el porqué del mismo.


No obstante resulta paradójico que si argumentalmente la serie habla de la necesidad de abrazar el presente, editorialmente supone un alegato hacia el pasado del cómic como medio. En un momento donde el formato recopilatorio condiciona el trabajo de los propios autores a nivel argumental y estético, alargando y/o acortando las historias en función de su futura edición en tomo, Vaughan y Chiang reivindican el casi perdido arte de la narración periódica en pequeñas dosis. La labor de ambos se orienta a que cada número tenga una entidad propia, reivindicando el poder del "Continuará" al final de cada entrega e incluso dándole a cada entrega una fórmula narrativa propia. Una fórmula donde el uso del color marque el tono de la narración o donde la manera elegida para contar la trama cambie el propio proceso de lectura, obligando por ejemplo al lector a darle físicamente la vuelta al ejemplar que tiene entre manos para poder proseguir la historia. El aprovechamiento de las posibilidades de la narración por entregas alcanza no sólo a las portadas –cuyo diseño monocromo se complementa cuando se ponen juntos los diferentes números- sino también mediante anexos con forma de falsas secciones de correo que el guionista utiliza para poner en perspectiva los tópicos de la época retratada por el argumento.


Resulta en cierta manera contradictorio recomendar la reciente edición en tomo que Planeta Cómic acaba de poner en las librerías tras su valiente decisión de ir contra el mercado mayoritario y respetar la esencia de Paper Girls apostando por su edición en grapa. Ni el ritmo de lectura ni su forma de consumo son aquellos para los que fue planeada. Pero incluso así su inteligente manera de invertir los tópicos para proporcionar una doble lectura a la diversión nostálgica, su elegante grafismo siempre al servicio de la trama y su decisión de apostar por nuevas narrativas mediante la recuperación de viejas fórmulas conservan esa frescura original. En un panorama –el del cómic USA- que tiende hacia el adocenamiento de maneras preestablecidas, una cabecera como esta nos recuerda las virtudes de un medio donde las buenas ideas no están tanto en lo que se cuenta como en la manera de contarlo.


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