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Black Panther: Un pulp con mensaje

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 17/02/2018
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Mucho se ha escrito (y escribirá) acerca del elemento racial de Black Panther (2018). Con un reparto y equipo técnico principales compuesto mayoritariamente por gente de color, una historia ambientada en el corazón del continente africano y el protagonismo del primer superhéroe de raza negra del cómic mainstream, muchos han querido ver en el film una suerte de reivindicación hacia la comunidad negra y su visibilidad cinematográfica. Y aunque el film dirigido por Ryan Coogler contiene abundantes detalles relacionados con la reivindicación racial identitaria, las desigualdades sociales provocadas por el color de la piel y los conflictos surgidos del choque entre integración y segregación, la película no olvida en ningún momento su condición de blockbuster de entretenimiento puro y duro. Pero esto último no debe interpretarse como un defecto, sino más bien como una virtud: la de ser capaz de poner sobre la mesa el debate sobre cuestiones serias e incomodas sin dejar que el discurso ahogue la diversión para todo tipo de públicos.


Black Panther se convierte asimismo en una suerte de anomalía dentro de la larga y exitosa franquicia del universo Marvel cinematográfico. El film no esconde su condición de pieza de un puzzle mayor, con un argumento que arranca con las consecuencias de lo narrado en Capitán América: Civil War (2016) y sobre las que se reincide en la consabida escena post-créditos marca de la casa. Pero el guión firmado por Joe Robert Cole y el propio Coogler funciona de manera autónoma e independiente, dotando a sus personajes de un arco dramático propio y cerrado, sentando mediante dos breves secuencias de prólogo tanto los orígenes de Wakanda y su peculiar cultura como el contraste entre esa idealizada civilización fantástica y las desigualdades y penurias con las que incluso ahora debe lidiar gran parte de la población de color del resto del mundo. Una propuesta que bebe de los logros aportados en viñetas por etapas del personaje tan fundamentales como las firmadas por Don McGregor y Christopher Priest.


Más allá de su condición de afroamericano, la elección de Coogler como encargado del proyecto se antoja de lo más afortunada. Pese a lo breve de su carrera –este es su tercer largometraje- el joven realizador forjado en el cine independiente demuestra tener las ideas bastante claras, logrando mantener unas inquietudes y personalidad propias en proyectos de encargo como su revitalización de la saga de Rocky Balboa con Creed (2015) o esta incursión en el terreno de las franquicias de gran presupuesto. Su pulso para las escenas de acción propicia set pieces tan logradas como los dos feroces combates rituales al borde de la cascada o una trepidante persecución automovilística, permitiéndose incluso filigranas visuales como la pelea en un club nocturno que implica a T´Challa, al agente de la CIA interpretado por Martin Freeman, al villano Klaw (Andy Serkins) y sus respectivos acompañantes rodada mediante un vistoso plano secuencia que muestra claramente la ubicación de cada personaje y sus acciones.


Una puesta en escena vigorosa acompañada de una estética muy colorida y vistosa en la plasmación de Wakanda y sus habitantes, que consigue aunar sin estridencias elementos del África tribal más tradicional con la fantasía tecnológica más avanzada en una combinación que retrotrae a las elaboradas visiones pulp imaginadas por Jack Kirby. Todo ello conjugado con un solvente retrato de personajes, encabezado por un Chadwick Boseman que revalida las buenas sensaciones dejadas tras su presentación en la citada Civil War y rodeado por un eficaz elenco mezcla de juventud y veteranía donde destacan los nombres de Lupita Nyongo, Danai Gurira, Laetitia Wright, Daniel Kaluuya, Forrest Whitaker y Angela Bassett. Un reparto con una agradecidamente amplia presencia de papeles femeninos que van más allá de ser meras comparsas. Sin embargo es el villano principal, interpretado por Michael B. Jordan –actor fetiche de Coogler-, quien se lleva la mejor parte. Aspecto muy criticado en las producciones de Marvel, el Erik Killmonger de Jordan resulta ser un personaje mucho más ambiguo, dotado de unas motivaciones y un trasfondo que, sin justificar sus acciones, permiten al espectador empatizar con el mismo y ponerlo a la misma altura dramática que el héroe.


Black Panther está sujeta a las mismas limitaciones temáticas y vicios propios de su condición de moderno blockbuster. Con un nivel de humor mucho más reducido de lo que suele achacarse, no siempre acertadamente, a las películas Marvel –aunque esa referencia a Grace Jones es desternillante- habrá quien eche de menos un mayor énfasis en los aspectos de crítica social y política sobre la realidad africana apuntados en la descripción de los diferentes pueblos que forman Wakanda. O quien lamente que el exceso de CGI reste efectividad a secuencias como el enfrentamiento final entre el héroe y el villano. Pero pese a ello, la producción firmada por Coogler aporta nuevos aires temáticos y estéticos a una franquicia (y un género) que comienza a ser consciente de la necesidad de no estancarse en una única fórmula ni de limitarse a una única temática y/o tipo de espectador. En eso todos salimos ganando.


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