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Moonshine: Aullidos del profundo sur

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 07/04/2018

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Desde su despegue con 100 Balas, la trayectoria de Brian Azzarello ha quedado indisolublemente unida al género de serie negra. Incluso en sus incursiones en otro tipo de géneros como el terror (Hellblazer), el western (Loveless), la ciencia ficción (Spaceman) o los superhéroes (Joker), el tono noir se filtra en los personajes, diálogos y estética de sus obras. Sin embargo con Moonshine, nuevo proyecto de creación propia cuyo primer arco argumental nos llega de manos de Planeta Cómic, Azzarello invierte en cierta manera esa forma de trabajar mediante una serie que se presenta de entrada como una historia criminal al 100% para dar cabida al género del terror sobrenatural.


Como su propio nombre ya indica, Moonshine presenta una trama ambientada en la Norteamérica de la Ley Seca y más en concreto en el floreciente y peligroso mercado de la producción y venta de alcohol ilegal en la región de los Apalaches. Moonshine era el nombre genérico que recibía el whisky destilado clandestinamente en la zona, a menudo de forma nocturna y “a la luz de la luna”, mientras que los contrabandistas responsables de su producción eran conocidos con el apodo de moonrakers. Un apelativo de cuya etimología el guionista saca un partido tan inesperado y original como perfectamente lógico en última instancia.


Ambientada en 1929, Moonshine tiene como protagonista a Lou Pirlo, un gánster de Nueva York que recibe el encargo de trasladarse al estado de Virginia Occidental para garantizar el suministro de alcohol ilegal haciéndose con los servicios de un destilador llamado Hiran Holt. La negativa de este último, que a su vez debe lidiar con los chanchullos de sus mucho más receptivos hijos, unido a las presiones de su propio jefe, sumirán a Pirlo en una peligrosa encrucijada que se complica aún más cuando la familia Holt descubre su verdadera naturaleza: la de los hombres lobo. Un elemento este que abre la puerta a lo sobrenatural –y no solo referente a la licantropía- derivando en un tono que destila (nunca mejor dicho) la peculiar esencia del llamado “gótico americano”.


Conviene señalar que si bien Azzarello construye su historia mediante arquetipos perfectamente reconocibles –gánsteres clásicos de sombrero y gabardina, rednecks brutales y atrasados, comunidades de afroamericanos relacionadas con el vudú y la santería- su prosa logra imprimirles rasgos que les dan una entidad propia, empezando por el protagonista. Lejos de ser el típico tipo duro de una pieza, Pirlo se nos presenta como un personaje apocado, cuyos modales refinados y elegantes le convierten en un pez fuera del agua en cuanto pone los pies en su nuevo destino. Y su pasado, que oculta el trauma de la muerte de una hermana pequeña que se aparece en forma de ensoñación recurrente, aporta interesantes matices. La descripción de la disfuncional familia Holt y las tensiones entre sus hijos o la enigmática presencia de la hechicera afroamericana Delia son otros ejemplos de esa atención por el detalle que dan entidad a la trama. Asimismo los frecuentes problemas con la bebida del protagonista van más allá del típico detalle tópico de personalidad, propiciando que el guionista utilice las frecuentes borracheras y pérdidas de conciencia del personaje para elaborar elipsis narrativas y secuencias oníricas que añaden más capas de interés a la historia.


Claro que buena parte del mérito de esa sofisticación narrativa recae sobre la labor de Eduardo Risso, que revalida la excelencia que suele caracterizar sus colaboraciones con el guionista norteamericano. El tándem Azzarello/Risso funciona aquí de nuevo como una máquina bien engrasada, dando como resultado un storytelling superior a la suma de ambas partes. Incluso si las virtudes del guión no acaban por atraer la atención del lector, la expresividad y detalle de los personajes, el uso de las sombras y masas de negro para crear atmosferas, el manejo del color mediante acuarela que da un tono onírico a las escenas de flashbacks, la elaborada disposición de las viñetas en cada página o el perfecto ritmo de lectura propiciados por la pericia del dibujante argentino acabarán por meterse en el bolsillo incluso al público más reacio.


Publicada en su país bajo el paraguas de Image Comics, Moonshine supone una de las propuestas más interesantes de la última hornada de viñetas desde el otro lado del Atlántico. Pese a una periodicidad errática -tras sus seis primeras entregas la publicacion se detuvo durante casi un año-, su medida mezcla de sexo, violencia, terror, drama y traiciones supone un coctel fuerte y de regusto agradable que, como un buen trago de whiskey destilado, sabe dejar a aquellos que lo prueben con ganas de más.


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