El Eternauta: 60 años de una obra atemporal
Escasamente después de cumplir seis décadas del inicio de su publicación, El Eternauta vuelve a las librerías de manos de Norma Editorial en una cuidada edición remasterizada. Una nueva vida editorial para una historieta clave no solo del cómic en lengua hispana, sino también a nivel internacional y cuyas virtudes y lecturas van mucho más allá de la simple etiqueta de entretenimiento de ciencia-ficción con la que inicialmente fue presentada. Una relevancia que en su Argentina natal ha superado tanto el paso del tiempo como los límites de la viñeta para instalarse en el imaginario colectivo de una forma que pocas obras pueden presumir.
El Eternauta nació de la mente de Héctor Germán Oesterheld, guionista clave en la historia del cómic argentino que en 1957 inició su publicación en la revista Hora Cero de la editorial Frontera, fundada y dirigida por el propio autor. Influenciado según confesión propia por clásicos literarios como La Guerra de los Mundos y Robinson Crusoe, la serie narraba una trama en la que -metaficción mediante- el propio Oesterheld recibe la repentina visita de un desconocido llamado Juan Salvo para relatarle una historia tan increíble como extraña.
Estructurada en forma de gigantesco flashback, la narración de Salvo comienza cuando, reunido en caso junto a un grupo de amigos, es testigo de cómo una extraña nevada fosforescente cubre la ciudad de Buenos Aires provocando la muerte de aquellos que se exponen a la misma. Tras varias peripecias para asegurar su supervivencia, los protagonistas descubren que dicho fenómeno es el inicio de una invasión organizada por una raza extraterrestre a la que se refieren como Ellos (sic). Tras unirse al ejército, Juan y sus compañeros libran una serie batallas contra los invasores en las calles de la capital argentina, que terminará con un trágico e inesperado giro de los acontecimientos dejando a Oesterheld -y sus lectores- preguntándose la veracidad de lo narrado.
Abarcando un total de 350 páginas en formato apaisado, divididas en ciento seis capítulos que fueron publicados de forma semanal, pronto se hace evidente que Oesterheld buscaba lograr con su historia algo más que puro escapismo. La descripción de los personajes y la interacción de sus distintos caracteres –destacando especialmente Favalli, erudito profesor de física- se convierten en el núcleo de la historia. Y sus diferentes reacciones –heroísmo, cobardía, generosidad, miedo, alegría, traición, etc- dan a la premisa fantástica una pátina de verosimilitud que los hace más interesantes y reconocibles de cara al lector. El tono seco y realista de los trazos del dibujante Francisco Solano López junto a su detallada descripción de las calles y edificios más reconocibles de la Buenos Aires de la época potencia ese aspecto realista –mantenido incluso con la aparición de seres alienígenas como los insectoides Cascarudos o los humanoides apodados Manos-. López aprovecha asimismo la publicación en blanco y negro para jugar con los sombreados y dotar a la narración de una atmosfera siniestra que en ocasiones deviene directamente en apocalíptica.
La fortaleza de la unión de los individuos, la siniestra metodología de los Ellos –siempre en segundo plano, utilizando a seres esclavizados para librar sus guerras- o la descripción poco heroica y en ocasiones fútil de las escenas bélicas rezuman un componente de crítica social y política que permitió a muchos interpretar El Eternauta como una suerte de metáfora de la historia reciente de una Argentina sumida en golpes de estado y dictaduras militares. Dado el fuerte compromiso político demostrado por Oesterheld en la vida real tal interpretación no resulta descabellada.
Dicha apreciación se hizo más evidente cuando en 1969 Oesterheld inició la publicación de una nueva versión de la historia dibujada por Alberto Breccia (su colaborador en Mort Cinder) para la revista Gente y en la que se acentuaba el componente político de la historia original, señalando a países del primer mundo como cómplices de la invasión –en evidente paralelismo con las intervenciones de EE.UU. en América latina-. Esta suerte de remake sin embargo quedaría inconcluso. En 1976 vio finalmente la luz una segunda parte, de nuevo dibujada por Solano López, que trasladaba a Juan Salvo, su esposa y al propio Oesterheld a un mundo futuro donde los Ellos han dominado todo el planeta. Oesterheld, que escribió dicha historia prácticamente desde la clandestinidad a la que había sido condenado por sus actividades políticas, aumentó aún más si cabe la carga políticas de la trama, concluyendo la historia poco antes de convertirse en uno más de los miles de desaparecidos sin rastro de la dictadura militar argentina.
Convertida ya en un hito cultural, la figura de Juan Salvo sería recuperada a partir de los años ochenta con la llegada de la democracia al país, sucediéndose varias secuelas dibujadas por Solano López y escritas con la ayuda de guionistas como Alberto Ongaro, Pablo “Pol” Maiztegui y Ricardo Barreiro que, de forma intermitente, han mantenido activo al personaje hasta la actualidad con historias que narran sus viajes por el tiempo y el espacio. Secuelas que, independientemente de su calidad, no han sabido generar el impacto y la riqueza argumental desarrollados por la obra original. Obra que seis décadas después de su gestación aún conserva no solo su calidad, sino también su poder alegórico y su calidad humana.
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