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La Muerte del Capitán Marvel: La emotiva elegía de Jim Starlin

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 19/05/2018
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Es duro aceptar que el mundo seguirá girando sin mí. Duele”.

Reconozcámoslo: la muerte ya no es la que era. Al menos en los cómics y más en concreto en los de superhéroes. Independientemente de las virtudes narrativas del relato desde que Marvel decidió traer de vuelta a Jean Grey, anunciar el deceso de un personaje carece del impacto que se le presupone a semejante maniobra. Casos tan mediáticos como los de Superman, Capitán América o Lobezno nunca gozaron de la verdadera trascendencia con la que fueron proclamados a bombo y platillo. De hecho, el aficionado mínimamente veterano ha terminado por considerarlos poco más que un trámite temporal hasta que el status quo previo sea restaurado sin apenas cambios. Pero hubo un tiempo donde el suceso luctuoso de un protagonista suponía un mazazo tan inesperado como definitivo. Y más si el héroe expiraba debido a una circunstancia tan desgraciadamente dolorosa y tristemente verosímil como en el caso del Capitán Marvel.


Creado en 1967 por Stan Lee y Gene Colan, la aparición de Mar-Vell, el soldado alienígena kree que acaba traicionando a su raza para convertirse en defensor de la Tierra y sus habitantes, se debió inicialmente a una cuestión de copyright para preservar el nombre del personaje frente a DC Comics y su propiedad del personaje homónimo alternativamente conocido como Shazam. El héroe kree gozaría de una serie propia de éxito discreto donde Roy Thomas y Gil Kane perfilaron su personalidad además de proporcionarle un nuevo y más llamativo diseño gráfico. Pero fue un joven autor llamado Jim Starlin el responsable de darle sus mejores momentos, convirtiendo a Mar-Vell en pieza central de una larga saga cósmica donde sus enfrentamientos con el villano Thanos le transformarían en uno de los héroes más respetados del panteón editorial.


Tras la marcha de Starlin, la serie continuó un tiempo hasta ser cancelada debido a sus discretas ventas, enviando al personaje al limbo editorial. La necesidad legal de mantener el copyright hizo que el editor Jim Shooter decidiese otorgarle su nombre a un nuevo personaje pero Shooter, quien nunca daba puntada sin hilo, decidió capitalizar la despedida del personaje original aprovechando la ocasión para lanzar la línea Marvel Graphic Novels, nuevo y lujoso formato editorial destinado al entonces reciente mercado de la venta directa, encargándole la tarea a Starlin, a sabiendas de su buen hacer con el personaje. Lo que no sospechaba (¿O quizá sí?) era que el autor iba a convertir esa retirada en definitiva. Haciendo valer el apodo de “Mr. Muerte” (sic) que le acompañaba por su afición a liquidar a sus propios personajes el creador de Dreadstar decidió convertir esta historia de relevo de identidad en una despedida que narrase como el héroe sucumbía. No en una batalla épica, no en un sacrificio glorioso, no de una forma meramente simbólica, sino de la misma enfermedad que poco antes se había llevado al propio padre del autor: el cáncer.


Tomando como punto de partida un pequeño e inofensivo detalle de sus aventuras previas (su exposición a un gas nervioso durante una batalla con el villano Nitro), La Muerte del Capitán Marvel narra el proceso de descubrimiento, lucha y aceptación del héroe respecto a su enfermedad. Su transición por los distintos estados emocionales que semejante estado le provoca (negación, ira, miedo, depresión) y las reacciones que dicha noticia genera tanto en sus amigos como en sus enemigos. Una historia donde la acción queda limitada a un par de momentos puntuales mientras el personaje titular repasa su vida y se despide de sus allegados. Una opción narrativa atípica en un cómic aparentemente de ciencia ficción y superhéroes, despojando a dichos géneros de sus recursos habituales para contar un drama melancólico que humaniza tanto al moribundo protagonista como a los personajes secundarios mediante sus diferentes reacciones (impotencia, serenidad, rabia, entendimiento) ante el estado del héroe.


Una historia emocionalmente triste y dura, sin trucos ni soluciones fáciles de última hora, que los dibujos del propio Starlin plasman con una cuidada proporción de lirismo (la pagina sin diálogos donde Mar-Vell desvela la enfermedad a su pareja Elysius), realismo (la delgadez y aspecto consumido del protagonista en el último tramo) y simbología (esa portada reproduciendo la Pietá de Miguel Ángel) que hoy, más de tres décadas después de su publicación, conserva intacta su fuerza emotiva llevando al cómic (no solo de superhéroes) un paso más allá tanto en sus posibilidades dramáticas como en su consideración artística fuera de su público habitual.


Convertida en éxito de crítica y ventas desde su mismo lanzamiento en 1982, La Muerte del Capitán Marvel está merecidamente considerada como una de las mejores historias publicadas por la Casa de las ideas. Historia cuya trascendencia, a diferencia de otros casos, la editorial ha elegido sabiamente no hipotecar deshaciendo lo narrado en la misma mediante alguna pirueta editorial –pese a juguetear peligrosamente con la idea durante el crossover Civil War-. Desde entonces el manto del personaje ha pasado con mayor o menor fortuna por manos de diferentes personajes, destacando aportaciones de Peter David con Genis-Vell, hijo siempre a la sombra de su difunto padre o la más reciente etapa editorial de Carol Danvers, vieja compañera de aventuras de Mar-Vell que ha logrado labrarse un hueco por méritos propios. Un legado que engrandece una historia que Panini Comics reedita en un formato acorde a su categoría y que no debería faltar en la estantería de ningún aficionado que se precie.


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