300: Veinte años de héroes, épicas y polémicas
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El largamente pospuesto estreno de Xerxes –tanto que su teórica adaptación cinematográfica llegó a las pantallas… ¡Cuatro años antes!-, nueva obra donde Frank Miller retoma su fresco histórico sobre la antigua Grecia, supone la ocasión perfecta para revisar 300, su épico retrato de la histórica batalla de las Termópilas. Una obra de cuya publicación se cumplen veinte años sin que el impacto y polémica que acompañaron a la misma hayan perdido vigencia.
Durante años el creador de Elektra se sintió fascinado por el relato de los trescientos espartanos liderados por el rey Leónidas que en el año 480 A.C. encabezaron la lucha contra la invasión de Grecia por parte del imperio persa de Jerjes I. Una fascinación nacida, según confesión propia, desde que en su infancia Miller vio el film El León de Esparta (The 300 Spartans, 1962). Aquella historia de heroísmo y sacrificio, dos temáticas habituales a lo largo de la posterior obra del autor, calaron hondo en su mente. La idea de plasmar la misma en viñetas rápidamente se convirtió en tentadora pero la escasa variedad temática de un mercado dominado por el género superheroico hizo que Miller tuviese que contentarse con colar pequeñas referencias al hecho histórico recogido por Herodoto en obras tan dispares como El Regreso del Caballero Oscuro o Sin City. Sin embargo, llegados los noventa su gran éxito entre crítica y público unido a un ventajoso acuerdo editorial con Dark Horse permitieron finalmente al autor dar rienda suelta a su obsesión.
Así, en 1998 se publicaba una obra inusual tanto por su temática adscrita a un género –el peplum- prácticamente inexistente en el cómic USA como por su formato, siendo planificada en forma de páginas apaisadas, divididas inicialmente para su publicación en cinco entregas formato grapa pero reunidas en planchas a doble página para su posterior edición en tomo, mostrando la planificación original con la que habían sido concebidas. Un formato inusual cuyas posibilidades el autor aprovecha para potenciar el dramatismo y la épica del relato, tanto en las espectaculares y sangrientas escenas de batalla como en momentos de introspección.
Miller hace gala asimismo de soluciones visuales tan interesantes como esa secuencia mostrada a través del yelmo del héroe o su uso de los grandes espacios abiertos y las masas de negro a modo de contraluz para dar una mayor dimensión espacial al estrecho paso montañoso donde tienen lugar los enfrentamientos entre ambos ejércitos. Un Miller dibujante en el que, si bien empieza a ser patente cierto descuido de aspectos técnicos como la anatomía –a ratos deforme- de los personajes, aún conservaba toda su inventiva y arrojo como narrador secuencial, redondeada por el buen hacer de su entonces esposa y colaboradora habitual Lynn Varley. El coloreado artesanal de esta –las pinceladas de acuarela son perfectamente visibles en los fondos- otorga una fisicidad casi palpable a las ilustraciones, contrastando los colores terrosos de la superficie rocosa y los tonos de piel con el llamativo rojo de las capas y el azul oscuro de los cielos nocturnos.
Argumentalmente Miller centra el relato en la figura de Leónidas, convertido en un guerrero astuto y disciplinado enfrentado a una amenaza imposible que le exigirá un sacrifico fatal. Descripción que contrasta con la recargada y traicionera visión de los persas, personificados en la hedonista y artificiosa imagen de un enjoyado Jerjes. Un retrato ciertamente maniqueo que le costó al autor numerosas críticas que iban desde señalar varias inexactitudes históricas del guión hasta acusaciones de belicista, racista y homófobo.
Lo cierto es que pese al trabajo de investigación que el propio autor subraya citando en un anexo las obras históricas consultadas, la intención de Miller con esta obra nunca fue la de hacer una recreación académica de un hecho histórico ni mucho menos establecer una lectura política análoga a los tiempos actuales -resulta gracioso como muchos pretenden ver en 300 una suerte de metáfora de la política norteamericana tras el 11-S cuando en realidad fue publicada tres años antes-. En realidad Miller está más interesado en explorar la figura del héroe, la idea de sacrificio individual en pos de un ideal y el poder inspirador de los mitos y su narración. Temas que se repiten a lo largo de su obra y que, a diferencia de sus creaciones más recientes, aquí están perfectamente encarrilados por un buen hacer narrativo que disimula las posibles costuras del resultado.
La popularidad de 300 fue revitalizada e impulsada a nuevos niveles gracias a la exitosa adaptación cinematográfica firmada por Zack Snyder en 2007, de la que que en perspectiva puede decirse que ha perjudicado a la obra que adapta. Con una impactante puesta en escena que estilizaba aún más el aspecto visual del cómic (pasando las ilustraciones de Miller por el filtro de lo digital para su reproducción casi literal), la versión cinematográfica también exacerbaba los aspectos más discutibles del original, presentando a unos personajes de fisonomía casi irreal en su perfección y/o deformidad físicas y una lectura ideológica del argumento más simple e ideológicamente discutible. Algo que unido a la deriva política plagada de declaraciones explosivas del propio Miller en los últimos años parecen haber trastocado, cuando no directamente suplantado, el criterio a la hora de valorar la obra original por sus propios méritos.
A la luz de su vigésimo aniversario, revisar el cómic que dio inicio a todo este asunto supone un ejercicio tan estimulante como necesario para reivindicar la que hasta el momento es la última gran obra de una de las leyendas vivas del cómic mundial.
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