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Daredevil: El reto (televisivo) del diablo

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 03/11/2018

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El reciente estreno de su tercera temporada supone un momento ideal para hacer balance de Daredevil, la producción de Netflix basada en el personaje homónimo de Marvel y cabeza visible de la división televisiva de su universo cinematográfico. Una serie que pese a sus conexiones con otras producciones de la pequeña y la gran pantalla ha logrado desarrollar una entidad propia y reconocible.

Tras recuperar los derechos audiovisuales del personaje de manos de 20th Century Fox, Marvel vio en el Diablo Guardián al candidato ideal para encabezar un proyecto que repitiese en TV la misma estrategia que tanto éxito les había dado en cine: un conjunto de adaptaciones de diferentes personajes (que incluía a Jessica Jones, Luke Cage y Puño de Hierro) pensadas para converger en un proyecto común titulado Los Defensores. La cada vez más influente Netflix se convirtió en el socio ideal del proyecto pues, a diferencia de otras cadenas, garantizaba una calificación por edades pensada para un tipo de público más adulto con contenidos más explícitos. Un enfoque deseado por Drew Goddard (Buffy Cazavampiros, Perdidos), guionista asignado al proyecto que previamente había intentado devolver a Daredevil al cine tras su descontento con la irregular adaptación previa protagonizada por Ben Affleck en 2003. Y aunque sus compromisos cinematográficos le obligaron a abandonar el proyecto poco después de iniciado el rodaje, su sucesor Steven DeKnight (Spartacus), se mantuvo fiel a ese enfoque abrazando plenamente el tono impuesto en el cómic por la definitoria etapa de Frank Miller.



Tomando como principal punto de referencia argumental y estético la miniserie El Hombre sin Miedo de Miller y John Romita Jr, Goddard, DeKnight y sus guionistas procedieron a narrar el origen del abogado ciego Matt Murdock (Charlie Cox) y su doble lucha como el vigilante enmascarado Daredevil contra el crimen que asola el neoyorquino barrio de Hell´s Kitchen. Con la confianza que proporciona comprender las posibilidades del material de partida y la inteligencia para modificar su representación y desarrollo conforme a un medio distinto sin traicionar su esencia, esta primera temporada apostó desde el minuto uno por reducir el componente fantástico al mínimo -pese a alguna referencia fugaz a Los Vengadores (2012) y el universo cinematográfico Marvel- y potenciar un tono urbano más cercano a la serie negra en la línea de producciones como The Wire o The Shield que una historia de superhéroes. Hasta el punto de que el protagonista no luce su icónico disfraz rojo hasta el último episodio.



Un tono reforzado por una puesta en escena que además de una atmósfera urbana decadente proporciona una secuencias de acción que transmiten una idea de violencia cruda, correosa y cuya fisicidad es subrayada por una planificación sobria que saca enorme partido de los planos secuencia y evita los trucos de montaje. La estupenda labor de un Charlie Cox capaz de encarnar al personaje tanto en su destreza física como en su torturada psicología se ve refrendada por el estupendo trabajo del resto del reparto, que incluye a un Foggy Nelson (Elden Henson) con más personalidad que el previsible secundario cómico, una Karen Page (Deborah Ann Woll) con mucho más trasfondo que el típico florero amoroso y, sobre todo, un Kingpin a cargo de un inmenso (en todos los sentidos del término) Vincent D´Onofrio que se revela como una figura trágica dentro de su maquiavélica vileza.


La buenas vibraciones de la temporada inicial se confirmaron con una segunda entrega donde la partida de DeKnight fue suplida por el dúo Doug Petrie y Marco Ramírez (CSI, Da Vinci´s Demons) que, a la manera de los cliffhangers imposibles que parecen haberse convertido en habituales entre las etapas del personaje en las viñetas, asumieron el reto de continuar el trabajo previo y llevarlo más allá. Esta segunda temporada se dividió en tres bloques argumentales: la presentación de Punisher (Jon Bernthal) convertido en una suerte de reflejo perverso del protagonista que saca partido de la interesante dinámica de amistad/odio entre ambos personajes; la irrupción del clan de asesinos ninja La Mano con la aparición de una Elektra Natchios (Elodie Young) que recupera el perfil más peligroso del personaje elaborado por Miller; y el alto coste personal que su doble identidad le supone a Murdock respecto a su vida privada. Y aunque el balance sea mucho más desigual -Elektra adolece de un trasfondo a la altura de lo que se presupone, la trama parece en ocasiones al servicio de las escenas de acción espectacular y no al revés-, la temporada sigue demostrando una solidez media notable que incluye varios momentos memorables. Muchos de ellos relacionados con el Frank Castle de Bernthal que pronto obtendría su propia serie.



Tras un paréntesis donde el personaje participó en el crossover televisivo que supuso la miniserie Los Defensores (2017) donde se resolvía, de manera bastante sosa y desangelada, la trama de La Mano y Elektra, la serie regresó por sus fueros con una tercera temporada que retomaba los logros de la primera usando como principal referente la emblemática Born Again de Miller y David Mazzucchelli. El regreso de Kingpin justo cuando Murdock se encuentra separado de sus amigos y hundido física y mentalmente sirve de mecha para un nuevo arco argumental que, si bien se toma sus libertades respecto a la obra maestra de Miller y Mazzucchelli, demuestra que el nuevo showrunner Erik Orelson (Arrow, El Hombre en el Castillo) le tiene tomada la medida, combinando las claves de esta con hallazgos de otras etapas como la firmada por Brian Bendis y Alex Maleev e integrando de manera lógica en la misma a personajes como Bullseye (Wilson Bethel).


De nuevo la labor de D´Onofrio como un Wilson Fisk poliédrico y temible tanto física como mentalmente se apodera de la pantalla, pero ello no impide que personajes como Karen (mostrando aquí un lado oscuro que le añade varias capas de interés), el agente federal Nadeem (Jay Ali) atrapado entre el deber y la corrupción del cuerpo o el psicótico Bullseye brillen con luz propia. Secuencias de acción tan vibrantes como la pelea entre Daredevil y Bullseye en la redacción del periódico e interacciones tan tensas como la conversación entre Karen y Fisk donde varios secretos acaban saliendo a la luz con peligrosas consecuencias redondean una temporada que resitúa a la serie como una de las propuestas más interesantes del panorama televisivo no solo superheroico.


Mientras la posible continuidad de una cuarta temporada sigue en el aire debido a los cambios en la producción de Netflix y el conflicto de intereses que supone que Disney, propietaria de Marvel, esté desarrollando su propia plataforma de contenido audiovisual -en ese sentido las cancelaciones de Luke Cage e Iron Fist no son buena señal- lo cierto es que pese a algún tropiezo ocasional en su desarrollo, especialmente en su segunda temporada y el compromiso forzado que acabó siendo Los Defensores, Daredevil se confirma como una de las mejores adaptaciones a la pantalla, tanto pequeña como grande, que ha dado el género de los superhéroes hasta la fecha. Una adaptación respetuosa con el material de partida que al mismo tiempo ha abierto nuevas puertas en cuanto al tono y la temática del subgénero que uno desea no se quede simplemente en la consabida excepción puntual que confirma la regla.

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