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Superman: La Película, 40º Aniversario

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 09/12/2018

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El 15 de Diciembre de 1978 llegaba a los cines de EE.UU. un acontecimiento que marcaría a muchos espectadores: el estreno de Superman (1978), película que –con permiso de La Guerra de la Galaxias (1977)- no solo marcó un punto y aparte en la concepción del cine blockbuster hollywoodiense, sino también en las actualmente omnipresentes adaptaciones cinematográficas de cómics de superhéroes.


Superman: La Película comenzó a gestarse en 1973 gracias a la pareja de productores europeos Alexander e Ilya Saldkin, padre e hijo respectivamente, quienes acababan de cosechar un gran éxito con su adaptación de Los Tres Mosqueteros (1973) y su secuela. Buscando un personaje que les garantizase una franquicia de éxito acabaron llegando a Superman. Tras un año de negociaciones con DC Comics por los derechos cinematográficos y un acuerdo de distribución con la productora Warner –propietaria a su vez de la editorial- los Saldkin y su socio Pierre Spengler iniciaron una producción con la que buscaban dotar de un empaque y prestigio insólitos para lo que hasta la fecha había sido carne de serial barato destinado exclusivamente a un público infantil, alejándose voluntariamente de los seriales sobre el personaje protagonizados por Kirk Alyn y George Reeves en los años cincuenta.



Su primer paso fue encargar el guión al prestigioso Mario Puzo, autor de El Padrino (1972). Este entregó un manuscrito de 500 páginas que, incluso dividido en dos entregas que iban a rodarse simultáneamente para ahorrar costes –tal y como habían hecho con sus adaptaciones de los Mosqueteros- fue considerado infilmable. El texto fue reescrito por Robert Benton y David Newman (Bonnie & Clyde, 1967) que previamente habían redactado el librero de una adaptación teatral en formato musical del personaje (sic)- si bien el guión final sería obra de Tom Mankiewicz (acreditado únicamente como “asesor creativo” por cuestiones legales) quien procuró reducir en la medida de lo posible el tono infantiloide de las primeras versiones en favor un tono más épico y lleno de connotaciones mitológicas. Dicha aportación de Mankiewicz fue exigencia de Richard Donner, director finalmente elegido para el proyecto a raíz del éxito de La Profecía (1976).


Aunque se consideró a numerosas estrellas de la época (Robert Redford, Burt Reynolds, Warren Beatty, Jon Voight, Sylvester Stallone) finalmente el papel protagonista recayó en un casi debutante actor llamado Christopher Reeve cuyo porte, mandíbula cuadrada y una intensa preparación física le convirtieron en el equivalente en carne y hueso a las viñetas dibujadas por Curt Swan. Reeve, que pese a su juventud atesoraba una prestigiosa trayectoria teatral, fue capaz asimismo de dotar de una voz y lenguaje corporal distintos a Superman y su alter ego humano Clark Kent, haciéndonos creer con apenas unos gestos que ambos eran dos personas diferentes pese a ir en todo momento con el rostro descubierto. Con vistas a arropar al protagonista y dar notoriedad al proyecto los Saldkin reunieron un reparto tan ecléctico como espectacular que incluía a estrellas veteranas como Marlon Brando (Jor-El) y Glenn Ford (Jonathan Kent), interpretes de prestigio como Gene Hackman (Lex Luthor) y Terence Stamp (Zod) y actores que despuntaban en la época como Margot Kidder (Lois Lane) o Ned Beatty (Otis).



Asimismo Donner y su equipo se vieron obligados a materializar de forma verosímil y espectacular no solo entornos fantásticos como Krypton y la Fortaleza de la Soledad sino también los poderes del protagonista. Ello obligaría a una fuerte inversión de presupuesto para desarrollar los efectos especiales, incluyendo innovaciones como el sistema Zoptic que permitía rodar el vuelo de Superman mediante un elaborado sistema de grúas y zooms sincronizados que movía tanto al actor como los decorados filmados, creando un efecto mucho más realista. El detallado diseño de producción con maquetas a gran escala y vistosas pinturas matte unido a un largo rodaje de año y medio (recordemos que la secuela se estaba filmando simultáneamente), los compromisos de las principales estrellas (Brando llegó a cobrar el sueldo record de 3,7 millones de dólares más un entonces insólito 10% del porcentaje de la recaudación taquilla por apenas doce días de trabajo) y los continuos roces entre director y productores acabaron disparando el presupuesto hasta la entonces astronómica cifra de 55 millones de dólares, motivando que la producción de la secuela se detuviera para completar el primer film… sin garantías de que el rodaje se reanudase en caso de fracasar en taquilla.


La película resultante fue un éxito mayúsculo recaudando 300 millones a nivel mundial y redefiniendo la forma de concebir el cine blockbuster, demostrando que un material considerado infantil podía ser tomado en serio sin por ello renunciar a su esencia, conjugando entretenimiento y espectáculo con contenido serio y trascendente. Durante su primera mitad dedicada a narrar el origen del personaje, el film de Donner potencia los aspectos mitológicos y/o mesiánicos del protagonista, utilizándolos para que el subconsciente del espectador acepte la verosimilitud de la historia. Fusionando los efectos especiales más innovadores de la época con una puesta en escena clásica que alude directamente a motivos visuales asociados al ideal del sueño americano –esa idílica versión de Kansas propia de Norman Rockwell-, adscribiéndose argumentalmente a los dictados del viaje del héroe definidos por Joseph Campbell y dotando así al relato de una trascendencia única reforzada por la icónica banda sonora de John Williams.


Sin embargo, durante su segunda mitad Donner cambia de tercio y opta por una curiosa mezcla que alterna la épica sobrehumana de las acciones del personaje con un tratamiento irónico centrado en las diferencias entre Superman y Clark Kent, potenciando asimismo el romanticismo del relato a través de relación del héroe con Lois Lane. Es aquí donde el film patina, pues si bien la (falsa) torpeza de Reeve como el apocado Clark o la ironía del Luthor de Hackman funcionan estupendamente, aportaciones como las bufonadas de los secuaces del villano acaban por resultar molestas y más propias de ese tono que Donner buscaba evitar. Pese a ello el resultado es una espectacular lectura del personaje, convertido gracias a este film también en icono fílmico, que pese a ciertas lecturas cínicas hechas a posteriori –su hoy día muy criticado final con Superman invirtiendo la rotación del planeta para hacer retroceder el tiempo- no solo no se avergüenza de su naturaleza “de cómic” sino que reivindica la creatividad artística de dicho medio sin mancillar el tono luminoso original del personaje.


Podrían contarse mil historias relacionadas con el film, que incluyen la lucha por los derechos de autor del personaje que reemprendieron Jerry Siegel y Joel Shuster; la volcánica relación entre Donner y los Saldkin –que terminó con el primero despedido de una segunda parte de la que había rodado aproximadamente el 75% de metraje-; el posterior declive creativo de las secuelas; su efecto en los cómics del personaje –véase el relanzamiento en los ochenta a manos de John Byrne- o su influencia aún palpable décadas después en la actual hornada de películas de superhéroes, siendo Spiderman (2002) y Batman Begins (2005) los ejemplos más claros. Pero todo ello excede los límites de este texto que solo busca recordar la brillantez de una obra cinematográfica que nos hizo creer que un hombre podía volar.


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