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Agujero Negro: El lado oscuro de la adolescencia

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 23/02/2019
La Atalaya del Vigía

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La nueva edición de Agujero Negro que llega a las librerías españolas este mes de mano de Ediciones La Cúpula devuelve a la actualidad el trabajo de Charles Burns, nombre destacado del cómic independiente norteamericano que elaboró aquí su obra más conocida y polémica, objeto de culto cuya lectura no deja indiferente a nadie que ose acercarse a sus páginas.

Con un historial de publicación iniciado en 1995 en la editorial Kitchen Sink Press y concluido en 2005 de mano de Fantagraphics tras doce números, Agujero Negro narra una terrorífica historia sobre un grupo de jóvenes de los suburbios de Seattle afectados por una misteriosa plaga de transmisión sexual que provoca mutaciones que van desde pequeños bultos a terribles deformaciones pasando por la aparición de nuevos órganos y miembros corporales. Lo que fácilmente podría ser la premisa para una historia de terror no muy alejada de los lugares comunes del subgénero zombi adquiere aquí una orientación diferente por cuanto a Burns –responsable tanto del guión como del dibujo- no está tan interesado en explicar la enfermedad en sí (de la que nunca llegamos a saber su origen) o sus características (que parecen afectar de forma arbitraria a cada víctima), sino en explorar el efecto psicológico y mental que semejante condición provoca en personas en una edad tan complicada y decisiva como la adolescencia.


Chris Rhodes es una adolescente que se encapricha de Rob, uno de los alumnos más populares del instituto y a través de quien contrae la enfermedad. Por su parte Keith, compañero de clase de Chris de la que lleva tiempo prendado contraerá la enfermedad al perder su virginidad con Eliza, una muchacha aficionada al arte que vive junto a un grupo de camellos a quienes los adolescentes de la zona compran marihuana. Cuando las mutaciones resultado de la enfermedad se manifiesten -piel que se desprende dejando paso a otra nueva en el caso de Chris; una segunda boca en el cuello para Rob; bultos crecientes en el costado de Keith; la cola prensil de Eliza- su situación comienza a ser tan angustiosa como alienante, discurriendo entre el miedo a ser descubiertos y el rechazo social que provoca su nueva condición. Completamente solos, prácticamente ajenos a la presencia de adultos, los protagonistas y otros infectados comienzan a reunirse en un bosque cercano a la ciudad donde el ambiente enrarecido no tarda en dar paso a la violencia y las muertes.


Llevando al extremo los cambios fisiológicos propios de la pubertad mediante una coartada fantástica, Burns convierte su historia en un sentido relato que habla de la angustia vital propia de la adolescencia (la incomprensión, el despertar sexual, el miedo a crecer, etc) y traza un relato tan sensible como deprimente de la juventud occidental que, pese a que ciertos detalles que sitúan la trama en la década de 1970, es perfectamente extrapolable a otras épocas incluido el presente más inmediato.

Ilustrada en un sobrio blanco y negro que aumenta un trazo realista propio del cómic costumbrista, el apartado gráfico de Agujero Negro se revela como engañosamente simple pues bajo esa estética aparentemente sencilla centrada en personajes y escenas cotidianas se esconde una narración mucho más elaborada de lo que parece. A lo largo de la historia el autor juega con el punto de vista, pasando intermitentemente de la tercera persona neutral a la visión subjetiva de los hechos de Chris y Keith. También manipula el tiempo para que mostrar a posteriori instantes previos a un suceso desde distinto punto de vista o insertar flashbacks distinguibles por la forma ondulada de las viñetas. Por otro lado, Burns rompe periódicamente con la narración académica generada por el formato rejilla de seis viñetas mediante secuencias formadas por planos detalle centrados en aspectos corporales para subrayar emociones como lujuria, repulsión y terror. O planteando escenas oníricas mediante ilustraciones a toda página como las que abren cada capítulo o dispuestas en composiciones fragmentadas circulares y/o verticales.


Pese a ser generalmente ubicada dentro del género de terror, lo cierto es que resulta difícil catalogar Agujero Negro dentro de una modalidad narrativa concreta. Su lectura deja en el lector una sensación tan extraña y desoladora como la que viven los protagonistas en una obra de la que pueden extraerse diversas lecturas paralelas (metáfora sobre el Sida, reflexión sobre la marginación social, alegoría sobre los peligros de la juventud) que enriquecen un resultado tan original como irrepetible. En ese sentido no es de extrañar que todos los anunciados intentos de adaptación cinematográfica se hayan dado sistemáticamente de bruces contra un muro pese a contar con la implicación de nombres del talento de David Fincher o Neil Gaiman. Agujero Negro es una obra no apta para todos los paladares pero que supone una experiencia irrepetible para aquellos que se atrevan a asomarse al vórtice de sus páginas.


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