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Vengadores: Endgame - Punto y aparte

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 27/04/2019

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Más grande. Más largo. Más grandilocuente. Ese mantra que habitualmente suele aplicarse a las secuelas adquiere un significado muy especial en el caso de Vengadores: Endgame (2019). Algo debido no solo al espectacular y multitudinario clímax que ya suponía a lo largo de todo su metraje la entrega cronológicamente previa a esta, sino también a la herencia que supone un continuidad argumental formada por la friolera de veintiún films anteriores en once años. A lo largo de ese periodo que se inició con Iron Man (2008) el UCM ha devenido en un proyecto que ha cambiado la forma de entender y hacer los blockbusters hollywoodienses. Un proyecto tan ambicioso e insólito a nivel artístico e industrial como lucrativo y que otros han intentado replicar con mucha menos fortuna. La diferencia estriba en que Kevin Feige y los diferentes equipos creativos reunidos a su alrededor han sabido tomarse su tiempo antes de llegar a la meta procurando que, con sus altos y sus bajos, su fidelidad al material de origen o falta de ella, cada paso hacia la cima haya tenido su importancia. Una filosofía que la propia Endgame sigue a rajatabla de manera que cuando llega el momento de cosechar los frutos el cesto está a rebosar.


Endgame comienza su metraje apuntando a una rabiosa revancha contra Thanos seguida de una solución fácil a la desoladora hecatombe que supuso el desenlace de Vengadores: Infinity War (2018). Un caramelo hacia las ansias de los fans más impacientes que rápidamente se desvela como un callejón sin salida, dando paso a un guion con tres actos perfectamente delimitados y tomándose su tiempo para desarrollar las diferentes características de cada uno. El primero obliga tanto a personajes como espectadores a lidiar con la tragedia y las consecuencias del infame chasquido del Titán Loco. Una pérdida con la que los supervivientes han lidiado de muy distintas maneras, permitiendo a un reparto ya mimetizado con sus personajes a ojos del espectador un desarrollo dramático que da cuenta de su evolución a lo largo de las fases previas del UCM. Ese cuidado a los personajes, a lo que define su personalidad y a como la tragedia les ha afectado genera una conexión que va más allá del carisma y da poso al despliegue de acción que viene después.


El segundo acto implica un plan que divide a los personajes en múltiples frentes en lo argumental y que se transforma en un inteligente (auto)homenaje que, bordeando la metanarrativa, saca notable partido de la condición de “serial” del UCM revisitando su propia continuidad en forma de guiños y revisiones argumentales. Un tramo que recuerda el circo narrativo de varias pistas orquestado por Robert Zemeckis en Regreso al Futuro II (1989) –a la que incluso se hace mención directa- y salpicada por numerosos cameos de personajes secundarios, muchos de los cuales no esperábamos volver a ver. Un encaje de bolillos y fuente potencial de agujeros de guión que sin embargo los hermanos Anthony y Joe Russo y sus guionistas minimizan mediante un ritmo ejemplar salpicado de giros inesperados que añaden tensión extra a una trama a contrarreloj. Pero también gracias al acierto que supone poner en primer plano el viaje emocional del sexteto protagonista original: la esperanza de Steve Rogers; el temor de Tony Stark a arriesgar lo poco que le queda; la búsqueda de Thor de redimirse de su fracaso; las dudas de Bruce Banner; la pérdida de Clint Barton; el compromiso de Natasha Romanova con aquellos a los que ha llegado a considerar su familia… Todo ello empatiza con el espectador permitiendo que el explosivo tercer y último acto posea un saldo emocional adicional.


Un último acto que ofrece la mejor batalla superheroica vista en la pantalla. Visualmente espectacular mediante un gran despliegue de infografía pero sin sacrificar una narrativa solida y clara. Épica pero llena de momentos puramente emocionales en forma de regresos y pérdidas. Cinematográfica pero trufada de imágenes deudoras de grandes crossovers (atentos a Hulk y el homenaje a las Secret Wars originales o el careo final entre Thanos y el Capitán América sacado de El Guantelete del Infinito) y un uso de reparto multitudinario convertido en una versión en movimiento de las sagas más señeras del grupo dibujadas por George Pérez.


Aunque no todo son logros. Pese a su amplio metraje y a la pericia narrativa de sus responsables Endgame sigue teniendo demasiadas piezas sobre el tablero en forma de personajes reducidos a meros accesorios de la trama. Algo especialmente patente en el caso de incorporaciones recientes como Black Panther, Dr. Strange y, sobre todo, una Capitana Marvel reducida aquí a un descarado deux ex machina. Aristas sin pulir en un conjunto que ofrece un espectáculo de entretenimiento impecable. Que exige al espectador un largo bagaje previo para exprimir totalmente su disfrute pero le recompensa con tres horas de metraje nunca se hacen pesadas. Y que dentro de todas sus connotaciones se permite, de forma tan sutil como elegante, el lujo de saludar al movimiento feminista –esa carga definitiva contra el villano formada solo por mujeres no es casual- o mostrar a un personaje de mimbres tan clásicos como el Capitán América relacionándose de forma natural con un personaje abiertamente gay en lo que parece una declaración de intenciones contra fenómenos recientes tan turbulentos como el Comicsgate.


Endgame supone pues una culminación a la altura de las expectativas. Una que cierra no solo la fase tres sino también la Edad del Oro de UCM, marcando un (otro) punto de inflexión en la concepción de las adaptaciones cinematográficas basadas en cómic en particular y del cine blockbuster en general. Un título y una saga cuyos nombres se escribirán en el imaginario colectivo a la altura de Star Wars o El Señor de los Anillos. Algunos dicen aquí adiós mientras otros toman el relevo, pero la ilusión y las ganas de ver lo que está por llegar aún permanecen.

Aviso para navegantes: no hay escena post-créditos, pero además del cameo del difunto Stan Lee hay otro de Jim Starlin. Un no-premio a quien lo localice.


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