Pongámonos en perspectiva: a mediados de la década de los noventa la llamada Generación X estaba en plena eclosión: cínicos, desafectados y enfadados con el mundo, sobre aquellos adolescentes se construyó un arquetipo que desprendía una angustia vital relacionada con el rechazo a crecer y asumir responsabilidades adultas. No por incapacidad, sino por miedo a ser incapaces de estar a la altura. Escritores (Douglas Copland, Bret Easton Ellis, Ray Loriga), cineastas (Richard Linklater, Gus Van Sant, Kevin Smith) y músicos (Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden) han dado testimonio de aquel espíritu, pero pocas veces el mismo ha quedado reflejado de una forma tan sutil y sincera como en el cómic Ghost World de Daniel Clowes.
Publicada originalmente por entregas dentro de la cabecera antológica Eightball (Bola ocho) editada a su vez por Fantagraphics Books, Ghost World fue la segunda narración larga de Clowes tras la surrealista Como un Guante de Seda Forjado de Hierro. Dejando de lado el tono onírico y a ratos fantástico de aquella, Clowes propone una historia de realismo cotidiano protagonizada por Enid Colesaw y Rebecca Doppelmeyer, dos amigas recién graduadas en el instituto que deambulan sin rumbo fijo por una pequeña ciudad de los EE.UU. criticando y discutiendo sobre aquellos personajes con los que se encuentran y sobre la vida en general sin saber muy bien qué hacer con la suya propia.
La cultura popular, las relaciones amorosas, los estudios, la familia o los planes de futuro protagonizan esas conversaciones llenas de humor negro y lenguaje soez en las que se incluye, a veces como parte del dialogo, a veces como objeto de discusión, a una peculiar colección de secundarios que incluyen a Josh, el compañero de clase por el que ambas parecen sentirse atraídas; Bob Skeetes, un maduro y excéntrico astrólogo que traba amistad con las protagonistas; Melorra, popular estudiante y actriz en ciernes a quien Enid y Rebecca critican a sus espaldas; o John Ellis, otro compañero de clase atraído por toda clase de asuntos morbosos que plasma en un fanzine. Mediante escenas cotidianas llenas de diálogos rápidos y que definen claramente a cada personaje, transcurren los episodios casi autoconclusivos de la obra en los que, sin que aparentemente pase nada, Clowes va mostrando como Enid y Rebecca se enfrentan a la madurez de una forma distinta derivada de sus diferentes personalidades. Frente al carácter más empático y pasivo de Rebecca, Enid se muestra como una rebelde que cambia continuamente de estética y busca romper con lo establecido aunque el resultado no suela ser satisfactorio. Dos formas de ver y relacionarse con el mundo que hace que poco a poco se vayan distanciando hasta separarse.
Pese a los elementos de humor negro –que incluyen el espionaje a una pareja de supuestos adoradores satánicos o una autoparodica aparición del propio Clowes-, la narración despierta en todo momento un tono melancólico, casi de elegía a una etapa vital que poco a poco vemos desaparecer con más angustia que ilusión. Un tono reforzado por la decisión de Clowes de visualizar la historia en formato tricolor usando blanco, negro y azul (posteriormente se cambió este último por verde para las ediciones en tomo) para un dibujo lleno de detalles dentro de la aparente simpleza de su trazo –especialmente esos expresivos rostros que clavan la peculiar personalidad de cada personaje- y que otorga gran dinamismo a una narración basada en la cotidianidad más absoluta. Aquí no hay grandes giros argumentales. Ni componentes fantásticos. Ni grandes despliegues estéticos. Pero si una historia íntima sin el escudo de la falsa nostalgia sobre el paso a la madurez que, con mayor o menor diferencia, bien podría ser la del propio lector durante su adolescencia.
Publicada en ocho entregas entre 1993 y 1997, su recopilación en tomo al año siguiente la convirtió en un título de culto dentro del cómic independiente estadounidense. Tal fue su reputación entre crítica y público que en 2001 conoció una adaptación cinematográfica a cargo del director Terry Zwigoff contando con el propio Clowes como guionista. Una adaptación que se toma bastantes libertades respecto al material original, siendo la más notable la incursión junto a Enid (Thora Birch) y Rebecca (una Scarlett Johansson pre-estrellato) de un tercer protagonista llamado Seymour (Steve Buscemi), un maduro coleccionista de discos cuya relación platónica con Enid contribuye no solo a separar aún más a ambas amigas, sino también a aportar un punto de vista adicional a la trama original. Por desgracia no puede evitar que el resultado sea mucho más convencional que el cómic del que parte, cuya última edición acaba de llegar a las estanterías de manos de Ediciones La Cúpula. Una narración agridulce aun vigente más allá de la época cultural en la que fue creada y que además supone el punto de entrada perfecto para conocer la muy personal obra de Clowes, uno de los autores más interesantes de ese otro cómic USA ajeno a géneros y eventos.