Es 1986: Alan Moore y Dave Gibbons publican Watchmen, miniserie que redefinirá los límites del género de superhéroes y los del propio cómic como medio narrativo. Es 2000: la película de X-Men inicia una fiebre por los blockbusters superhéroicos que copará la industria de Hollywood. Es 2019: se publica una secuela del cómic original titulada Doomsday Clock mientras HBO hace lo propio en forma de serie televisiva. Es 1989: el Batman de Tim Burton muestra por primera vez en la gran pantalla la deconstrucción oscura y adulta de un superhéroe. Es 2009: Zack Snyder estrena la adaptación cinematográfica del cómic de Moore y Gibbons.
Como en la peculiar percepción del Dr. Manhattan los sucesos temporales se superponen para que esta semana el anuncio por parte de ECC Ediciones de la publicación de El Reloj del Juicio Final coincida con el décimo aniversario de la película de Snyder. A falta de catar lo primero es interesante revisar lo segundo con la perspectiva de una década y la posterior evolución audiovisual del género. Watchmen (2009) supuso la culminación a dos décadas de desarrollo plagadas de intentos fracasados, guiones discutibles, disputas legales por los derechos y nombres que llegaron y se fueron como los de Terry Gilliam, Darren Aronofsky o Paul Greengrass. El principal escollo al que se enfrentaban Snyder y su equipo era el de compaginar las exigencias comerciales de una producción de gran presupuesto con un material denso, narrativamente intrincado y con elementos de sexo, violencia y crítica política no aptos para todas las edades. Por no mencionar un marco temporal –la guerra fría entre EE.UU. y la URSS- que había quedado desfasado cuando llegó el momento del estreno.
El guión firmado por David Hayter y Alex Tse logra condensar la mayoría de tramas del original sin recurrir al manido esquema de origen para definir a sus protagonistas ni renunciar a la detallada cronología del argumento, creando una realidad paralela similar a la nuestra donde la existencia de héroes enmascarados hizo que esta se encaminase por un camino ligeramente distinto. Pese al adelgazamiento narrativo necesario para incluir los doce números de la serie en una duración de dos horas y cuarenta minutos, los temas del cómic –su crepuscular visión de la psicología del superhéroe; el tratamiento verosímil de su impacto en la sociedad; el maniqueísmo del género frente a la gris e implacable moralidad del mundo real- permanecen intactos junto a su tono desmitificador y poco amable. Algo extensible a la personalidad de los protagonistas pese a que dos de ellos cojeen respecto a sus homólogos en la viñeta. Es el caso de Espectro de Seda –el crucial giro sobre su relación con el Comediante no genera catarsis alguna, al no existir interacción previa reseñable en pantalla- y Ozymandias, a quien el film parece caracterizar erróneamente como un villano cuando su verdadera naturaleza es mucho más insidiosa y moralmente compleja.
Si a nivel puramente argumental el film supone una adaptación bastante conseguida, a nivel narrativo se revela como una obra mucho más simple que la de Moore y Gibbons. Pese a un colosal diseño de producción plagado de detalles y guiños históricos que enriquecen la trama, la película ofrece una narración mucho más conservadora y estándar con respecto al apabullante despliegue de recursos del cómic –paginas de viñetas simétricas, perspectivas múltiples, uso de narraciones paralelas, saltos temporales, cambio narrador, inclusión de anexos en prosa…- que Snyder intenta reproducir ocasionalmente mediante encuadres basados en viñetas concretas o secuencias de montaje –la del Dr. Manhattan rememorando su origen durante su exilio en Marte- cuya planificación es deudora del original en papel pero sin alcanzar su mismo nivel de sofisticación. Irónicamente algunos de los momentos más memorables son aquellos donde el director se aparta del cómic para imponer un enfoque propio como ese prologo de escenas históricas divergentes a ritmo de Bob Dylan que dibujan el escenario para el resto del metraje; la breve secuencia donde Rorschach recupera su máscara durante el motín carcelario; o el clímax final, que sustituye el del cómic por otro más simple y a la vez más consecuente con los personajes -aunque el film elija ignorar las repercusiones de revancha política derivadas del mismo-.
Asimismo en el debe de la película hay que anotar que Snyder no sea capaz de evitar ciertos tics característicos de su cine como el reiterado uso de la cámara lenta o la ocasional inclusión de detalles gore innecesarios para subrayar el tono adulto. Pese a ello es de agradecer el nivel de detalle y cariño respecto a la obra original, el cual incluye a un ajustado casting donde la idoneidad se impone al estrellato (correremos un tupido velo sobre la discutible caracterización del personaje secundario de Richard Nixon), la versátil fotografía de Larry Fong aportando un distinto look a las diferentes épocas y escenarios o una eficaz banda sonora salpicada de temas musicales que adquieren resonancia argumental, varios de los cuales ya estaban presentes en el propio cómic.
El film, que cuenta con dos montajes adicionales que redondean varios detalles argumentales mediante metraje adicional -y que debido a derechos de distribución aún permanecen inéditos en España-, es pese a su simplificación del material que le sirve de base un producto enormemente sólido, que destaca dentro del cine de superhéroes por unas decisiones creativas que escapan tanto del abuso del oscurantismo impostado y de acabado cuestionable –véanse las posteriores incursiones del propio Snyder en la DC cinematográfica- como de la imposición de una plantilla creativa y connotaciones empresariales ineludibles –el MCU planificado por Kevin Feige-. Ello, unido a su apuesta por una narración autocontenida en lugar de por los actuales cánones de producción franquiciada a base de secuelas, crossovers, spin-offs y demás derivados, convierte a Watchmen (2009) en una rara avis que posiblemente explique tanto su relativo fracaso comercial en taquilla -185 millones de dólares en la taquilla mundial frente a un presupuesto de 130- como la revalorización crítica que ha ido cosechando desde entonces pese a que los más puristas –incluido el propio Alan Moore- aun se nieguen a reconocer sus virtudes.