MAX: una década al máximo.
Con el fin de PunisherMAX de Jason Aaron y Steve Dillon se pone punto (veremos si es aparte o final) a MAX, línea de cómics “adultos” de Marvel. Línea que en su momento fue uno de los grandes revulsivos de la Marvel de Joe Quesada, aportando una serie de hallazgos luego convertidos en norma y dando a luz a algunos de los títulos más interesantes del comic USA de los últimos años.
No era la primera vez que Marvel se saltaba el Comic´s Code (véase la línea Epic en los 80) pero ahora lo hacía de forma explícita y utilizando a personajes de su catalogo principal (con el morbo que ello suponía). Con el rotulo “recomendado para lectores adultos” en portada y un ojo puesto en la línea Vértigo de DC, la idea era dar un baño de realidad al típico comic Marvel, sin limitación alguna a elementos como el sexo o violencia explícitos. Un modelo claro ya en los dos primeros lanzamientos: la miniserie Furia y la serie regular Alias. En la primera encontrábamos a Garth Ennis desatado escribiendo a un Nick Furia de vuelta de todo, un fósil de la guerra fría y un yonqui de la batalla capaz de todo por un último chute. Por su parte Alias presentaba a Jessica Jones, una superheroina venida a menos reconvertida en detective cuyos casos le llevan a cruzarse con algunos de los principales personajes de la editorial. Este personaje de nuevo cuño permitía ver el Universo Marvel desde una perspectiva callejera más mundana y sucia (el extremo opuesto del brillo mitológico de Marvels) y supuso el espaldarazo definitivo para convertir a Brian Bendis en uno de los autores más solicitados del medio. El mensaje era claro: esta no es la Marvel que conoces.
Con Axel Alonso como editor jefe, MAX se convirtió en un atractivo reclamo para proyectos y autores que hasta entonces jamás habrían encajado en la editorial. Independientemente de su relación con la continuidad (a veces dentro, a veces fuera y a veces no se sabía del todo), para el lector cada nuevo título era algo que aseguraba frescura, riesgo y firmas interesantes. Revisiones de personajes como Luke Cage (por Brian Azzarello y Richard Corben), el Águila Fantasma (de Ennis y Howard Chaykin), Thor (por Ennis y Glenn Fabry) o el Escuadrón Supremo (de J.M. Straczynski y Gary Frank) se daban la mano con nuevos personajes (El Encapuchado de Brian Vaughan y Kyle Hotz) y la recuperación de viejos conceptos olvidados como los personajes de terror (las miniseries Simon Garth the Zombie o Werewolf by Night) y del western (la crepuscular Apache Skies de John Ostrander y Leonardo Manco o la polémica versión gay de Rawhide Kid). Mención aparte merecen proyectos -a priori imposibles- como una nueva historia de Shang-Chi por Doug Moench y Paul Gulacy, Steve Gerber volviendo a escribir a Howard el pato, que la flor y nata del comic independiente trabajase sobre personajes Marvel (Relatos Extraños) o que Richard Corben realizase nuevas antologías de terror (La Guarida del Horror). Pese a algún fracaso puntual (las versiones MAX de Blade, Maquina de Guerra o los Eternos) el nivel era notable.
Pero la joya de la corona sin duda fue Punisher MAX. Rompiendo con el humor negro de su trabajo previo, la nueva etapa de Frank Castle a cargo de Ennis -con su tono sobrio y crepuscular- es la obra definitiva sobre el personaje. De hecho, voy a tirarme a la piscina y afirmar que se trata de uno de los mejores comics de la última década. Posteriormente varios autores tomaron el relevo manteniendo un buen nivel, pero ni de lejos tan redondo como el logrado por el irlandés.
Diez años después MAX es una sombra de lo que era, reconvertida en un sello para ocasionales miniseries –el delirante Masacre MAX de David Lapham y Kyle Baker- y con sus logros distintivos fagocitados por el Universo Marvel “normal”. Sin embargo hubo una época, no muy lejana, en que el sello MAX en un comic era todo un acontecimiento y una garantía de calidad, transgresión y entretenimiento seguro. Algo así se merece más que morir poco a poco y en silencio.
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