Nuevos Mutantes: La revolución se llama Sienkiewicz
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Resulta difícil que el lector de cómics de superhéroes actual se haga una idea de lo que supuso la labor de Bill Sienkiewicz en los Nuevos Mutantes a mediados de la década de 1980. Lo que había comenzado como un derivado de X-Men que recuperaba la vertiente juvenil y académica de la etapa original de Stan Lee y Jack Kirby ofreció durante su primer año y medio exactamente lo que prometía: historias de una nueva generación de alumnos mutantes de Charles Xavier donde, bajo la coartada del género superheroico, Chris Claremont tocaba temas de calado social como la intolerancia y el racismo ya presentes en la serie madre. Pero también hablaba sobre la angustia adolescente gracias a personajes como Bala de Cañón, Mancha Solar, Loba Venenosa, Espejismo, Magik o Cifra, quienes compartían edad y agitación hormonal con los lectores que constituían su principal público.
Aunque competente y ameno, el trabajo de Claremont en la nueva cabecera -acompañado en los lápices por los académicos Bob McLeod y Sal Buscema- no acababa de despuntar, sufriendo asimismo por las comparaciones con la serie madre. Hasta que el dibujo pasó a manos de Bill Sienkiewicz, dibujante forjado en las páginas de Caballero Luna donde había demostrado una capacidad gráfica reminiscente (quizá demasiado) de la obra de Neal Adams. Pero en los meses que separan su labor en ambas series su estilo había evolucionado notablemente hacia un grafismo más iconoclasta, enlazado con la pintura moderna y con un componente de experimentación que rompía moldes, estilos y no se parecía a nada que Marvel hubiese publicado anteriormente. En cierta forma era como el equivalente visual de la pubertad para un cómic protagonizado precisamente por un grupo de jóvenes en edad de experimentar cambios físicos y mentales no siempre suaves.
Plenamente consciente del perfil rompedor de su nuevo dibujante, Claremont elaboró una historia que aprovechase sus peculiares dotes. Así nació la Saga del Oso Místico (#18-20 USA) relato más próximo al terror que a los superhérores que aprovechaba los orígenes cheyenne de Espejismo para narrar una historia de corte onírico emparentada con el folklore nativo americano. Una historia que Sienkiewicz ilustró mediante masas de sombreado negro, viñetas que generaban extrañeza al relacionarse de forma inhabitual y un grafismo que pasaba del realismo casi fotográfico a la abstracción rayana en la caricatura y vuelta indistintamente. ¿Los uniformes coloridos y los superpoderes? Prácticamente desaparecidos pero el impacto, la fascinación y el suspense que generaba aquel relato hacían que ni siquiera importase.
La historia se convirtió de inmediato en una sensación que generó reacciones a favor y en contra de lo radical de su dibujo pero no dejó a nadie indiferente. Especialmente a un Chris Claremont que sin pretenderlo acababa de encontrar una puerta a nuevos territorios creativos gracias a ese joven artista de extraño apellido. La primera muestra de ello se produjo en el #21 con la aparición de Warlock, un alienígena tecno-orgánico creado a medida del ecléctico grafismo de Sienkewicz y su aparente rechazo a las formas convencionales. La anatomía extraña, exagerada y voluble del personaje resultaba inconcebible con otro dibujante y de hecho ninguno otro ha logrado plasmarla a posteriori de manera tan impactante. No menos arriesgados resultaron los siguientes números (#22-25) donde, a raíz de un encuentro con Capa y Puñal y la misteriosa droga que dio origen a estos, Mancha Solar y Loba Venenosa perdían el control de sus poderes y se veían envueltos en una pesadilla que Sienkiewicz ilustraba convirtiendo al primero en una suerte de sombra monstruosa y envolviendo a la segunda en una fantasía donde los cuentos infantiles y la iconografía católica argumentalmente relacionada con el personaje se fundían con resultados sorprendentes.
Acto seguido El Origen de Legión (#26-28) narró el viaje (en todos los sentidos del término) que los protagonistas realizaban por la trastornada mente de Legión, hijo del Profesor X cuyos poderes psíquicos solo son igualados por su desequilibrio mental. Un escenario abstracto ideal para el despliegue estético de un Sienkiewicz no sujeto a la realidad (ese Paris surrealista, ese Beirut apocalíptico) pero cuyos excesos jamás provocan confusión en la lectura de una trama densa y llena de giros inesperados donde, mediante los recuerdos y diferentes alter ego de Legión, Claremont realiza un interesante retrato psicológico sobre el autismo y la paternidad.
En contraste el siguiente arco argumental (#29-31) resulta mucho más convencional, involucrando a los protagonistas en una suerte de circuito de lucha clandestino detrás del cual parece encontrarse su antigua compañera Karma. Una trama donde Claremont se vio obligado a incluir por imposición editorial al personaje de Dazzler y de paso atar ciertos cabos sueltos relacionados con la continuidad de la franquicia. Pese a ello Sienkiewicz se luce con ilustraciones como las que muestran a una Karma obesa vestida con ropajes asiáticos. Precisamente la transformación de Karma ocupa los tres siguientes números (#32-34), con los Nuevos Mutantes siguiendo la pista de su excompañera por exóticos parajes descubriendo que ha sido poseída por el villano Rey Sombra. Por desgracia la participación de Sienkiewicz se limitó aquí a entintar los mucho más convencionales lápices de Steve Leialoha. Las jugosas ofertas a raíz de la repercusión de su trabajo, su deseo de seguir evolucionando artísticamente y la presión que suponían los plazos de entrega de una serie mensual hicieron que el dibujante se apease de la cabecera en favor de proyectos que se ajustaban más a sus prioridades como Elektra Asesina.
Tras su marcha la serie se vio involucrada en varios eventos (Las Guerras Asgardianas, Secret Wars II) antes de volver a un estilo mucho más convencional y con Claremont cediendo su puesto a Louise Simonson poco después. Sin embargo aquel puñado de números se incrustaron a fuego en la mente de los lectores, abriendo nuevos caminos y formas dentro del cómic mainstream y convirtiéndose en un fenómeno de culto que Panini Cómics acaba de reeditar en un volumen integral. Una obra cuyos méritos aun hoy sobresalen más allá de su nicho editorial y su época de publicación.
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